Cuanto te esperaría (I)

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Aplausos, gritos, vítores. El ambiente en los alrededores se encuentra cargado de una electrizante energía que sobrecogería a cualquiera que se encontrara en su centro, hasta el punto de oprimir el pecho y erizar los cabellos.

A donde fuera la mirada, encontrabas rostros sorprendidos, con los ojos tan abiertos que parecían salirse de sus cuencas. Unos pocos con las mejillas enrojecidas y las orejas que echaban humos, hirviendo en una especie de rabia descontrolada.

El Torneo de Verano de Teselia, despertaba en las personas sentimientos como estos.

Año tras año, entrenadores y coordinadores de cada esquina del territorio, viajaban hacia un pequeño pueblo en las cercanías de la mismísima Liga Pokémon.

De cada pueblo y ciudad, atravesaban los tan concurridos caminos y carreteras, rodaban las ruedas de sus bicicletas sobre los senderos, y remangaban los pantalones y calcetas cuando debían sortear ríos.

También provenían de las otras regiones. Entrenadores monstruo con Pokémon completamente desconocidos por la mayoría de los autóctonos, con variedades de movimientos y métodos de crianza tan extraños como los colores de su piel y ojos.

Considerable se había vuelto la presencia de este último tipo de sujetos en el Torneo. De hecho, el favorito de aquel grupo era un joven de cabellos azabaches, cuyo compañero Pokémon se trataba de un Pikachu con el pelaje tan amarillo como los petalos del girasol más alto.

Con total seguridad, aquel chico se trataba de alguien a quien nadie desearía enfrentarte en los octavos de final, cuando el cansancio de una jornada ajetreada y el calor del verano han hecho estragos en los participantes.

Aquel chico, podía ser considerado, sin lugar a dudas, ni exageraciones premeditadas, en el obstáculo que truncaría el camino de cualquiera.

Por esto mismo, la mirada escondida bajo la desecha visera de la gorra bicolor que había perdido cualquier tonalidad que en el pasado portara, buscando disimular las lágrimas que comenzaban a asomar.

Apretando con tanta fuerza los puños hasta el punto de sentir como las uñas se clavaban en la carne de las palmas, entorné el cuerpo lentamente hasta ponerlo de frente a la salida de la arena, por donde una hora antes había pasado con pies inseguros; la media resolución de lograr algo por primera vez en toda la vida.

Más claramente, obtener el tan ansiado reencuentro que por siete años había estado luchando con concretar. Desde aquella soleada tarde en Mayólica, en frente del juego de la Noria, aguantando los nervios y las ganas de aferrar su existencia para no apartarla de mi lado.

No solo había perdido, nuevamente, una oportunidad de estar a su altura, en el mismo mundo por el que su camino transita. Perdí nuevamente ante el más injusto destino que deseaba apartarme de su lado.

―Otra vez...―repetí, enfurecido y decepcionado―. No pude, Belinda...

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