Expreso a Hogwarts |2.1|

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Aeryn

–Y.. ¿en qué compartimento estás?– preguntó Aiden después de un incómodo silencio.

–Uhm, creo que mis amigos están en el 316.– fruncí el ceño, tratando de recordar sí era realmente ese mi compartimento.

–¿En serio? Eso es genial.– respondió con entusiasmo. –Quiero decir... Yo estoy en el compartimento 310. Sí quieres puedo acompañarte hasta el tuyo.–

Sonreí por el color carmesí que tomaron sus mejillas.

–Claro, vamos.–

El camino hasta nuestros compartimentos se hizo ameno, a pesar de que estábamos bastante lejos de éstos.

Durante el trayecto descubrí que el menor de los Malfoy era un entusiasta de las novelas criminales, las grageas de sandía y el Quidditch. Éstos último me hizo pensar que, sin duda alguna, él y Oliver podrían llegar a ser grandes amigos. Es decir, ¿cómo no iban a encajar dos enamorados del Quidditch?

A la altura del compartimento número 299 la temperatura de los vagones descendió en picado, provocando que los cristales de las ventanas se congelaran de manera casi inmediata.

No fue hasta que unos alumnos de segundo curso gritaron horrorizados, me di cuenta qué era lo que pasaba.

Dementores.

Tomé rápidamente mi varita y, sin siquiera despedirme del rubio, salí disparada por los pasillos, buscando a mis amigos.

Durante mi carrera me encontré con la imagen de una gran cantidad de Dementores entrando en los compartimentos, buscando quién sabe qué. O a quién.

El grito de Hermione me alertó.

Uno de los dementores se encontraba sobre Harry proporcionándole uno de esos tan conocidos besos.

Sin dudarlo un segundo alcé mi varita y, recordando los pasos que Remus me había enseñado, apunté al dementor con ella.

Cerré los ojos durante un par de segundos y me concentré en uno de los retratos de mis padres, conmigo en sus brazos. Ese era mi recuerdo feliz.

–¡Expecto Patronum!– mi voz salió algo temblorosa y milésimas de segundos después, una especie de luz con forma indefinida salió disparada desde la punta de madera de mi varita, hasta chocar contra el cuerpo flotante.

El dementor salió expulsado fuera del vagón, y lo último que recuerdo fue ver caer desmayado a Harry, conmigo imitando su acción.

Un olor bastante fuerte, y desagradable, inundó mis fosas nasales obligándome a recomponerme.

–¿Qué demonios es ese olor?–

–Son los calcetines de Ron.– escuché bromear a uno de los gemelos, el cual reconocí como George.

–Esto no tiene gracia, George.– Hermione le reprendió. –¿Te encuentras bien, Aeryn?–

Abrí con pesadez los ojos y, llevándome las manos al rostro, tallé mis ojos para poder visualizar qué, y quiénes, habían a mi alrededor.

Neville mantenía mi cabeza sobre sus piernas, dedicándome una mirada de susto, mientras Hermione me examinaba de arriba a abajo en busca de alguna herida superficial, supongo.

Los gemelos se encontraban asomados por la puerta del compartimento, mientras Remus y Ron se encargaban de Harry, quién se encontraba sentado delante de mi comiendo una porción de chocolate negro.

–¿Qué es lo que ha pasado?– pregunté incorporándome.

Auch.

No pude evitar un quejido y llevé rápidamente una mano hacia mi nuca, la cual me dolía bastante.

–Los dementores se colaron en el tren, en busca de algo, y atacaron a Harry. Luego apareciste tú y le lanzaste un patronus. Y eso te debilitó. Luego te desmayaste y, al caer, te golpeaste la cabeza contra el pomo de la puerta.–

La voz de Neville sonó entre nerviosa y asustada.

–¿Por qué me ha dado chocolate, profesor Lupin?– cuestionó el azabache tras haber finalizado el trozo de chocolate.

–Los Dementores absorben la felicidad de las personas mediante su beso, Harry. Rebuscan en los recónditos más secretos en busca de los recuerdos felices de la persona, dejándole únicamente con los recuerdos más amargos de ésta.–

–Eso lo entiendo, profesor. Pero, ¿por qué el chocolate?– insistió Harry.

–Oh, bueno eso... Está demostrado que el cacao estimula la felicidad. Además de que está muy rico.– Remus le guiñó un ojo y yo no pude evitar reír, recordando la vez que me contó sobre los dementores.

–Vamos Aeryn, sólo una vez más.–

–Pero estoy cansada.– me quejé mientras limpiaba el sudor de mi frente con la manga de la camiseta.

–Ya casi lo tienes. Prueba una vez más y ya está.– Remus me dió un par de palmaditas, animándome a continuar.

Suspiré resignada y volví a alzar mi varita.

Con los ojos cerrados, intenté rebuscar entre mis recuerdos aquel que para mi fuera el más feliz, encontrándome así con uno de mis recuerdos favoritos.

Recordé uno de los mejores días de mi vida. El día que mis padres me regalaron mi primera escoba.
Ese mismo día aprendí a volar.

Sentí mi brazo temblar y cuando abrí los ojos pude observar que una brillante luz salía de mi varita, tras haber pronunciado el conjuro.

–¡Eso ha estado genial, princesa!– Renus me felicitó. –Tu patronus no tiene forma, todavía, pero estoy seguro de que pronto adoptará alguna forma.

–...¿De acuerdo?–

Fred se encontraba prácticamente encima mío, preguntándome algo que no había escuchado por haber estado en mi mundo.

Qué raro, Aeryn.

–¿Uhm?– murmullé desconcertada.

–Decía que, algún día, podrías enseñarnos a hacer un patronus.– repitió el pelirrojo.

–Supongo.– me encogí de hombros.

–Bueno chicos, será mejor que cada uno vuelva a su compartimento y se vista la túnica. Pronto llegaremos a Hogwarts.–

Remus se despidió, tras haber besado mi frente como siempre hacía, y cada uno volvió a sus respectivos compartimentos.

Harry, Ron, Hermione y yo nos pusimos nuestras túnicas y esperamos sentados. Estábamos ansiosos por llegar al castillo.

Colors. |Draco Malfoy|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora