Heridas y hechizos. |4.1|

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Aeryn





Tras la cena subimos a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y tratamos de hacer los deberes que nos había mandado la profesora McGonagall, pero nos distraíamos cada tanto para mirar por la ventana de la torre.


—Hay luz en la ventana de Hagrid.—dijo Harry de repente a lo que Ron miró el reloj.


—Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano...—


—No sé...— respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él.


—Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio— aclaró el azabache. —Sirius Black no habrá podido burlar a los dementores, ¿verdad?—


—No sé si le temo más al hecho de que Sirius logre entrar a Hogwarts o de que Filch nos encuentre merodeando por los pasillos a estas horas.— murmuré yo, un tanto insegura, a lo que Hermione asentía con la cabeza, dándome la razón.


Realmente no tenía ni una pizca de ganas de toparme con Filch por los pasillos.


Y, como si yo no hubiera dicho nada, Harry y Ron recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, seguidos a paso apresurado por Hermione y por mi.


La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía.



Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz nos contestó:


—Adelante, entrad.—


Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia; Fang, su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Nos bastó echar un vistazo para darnos cuenta de que Hagrid había estado bebiendo.


Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.


—Supongo que es un récord...— dijo cabizbajo al reconocerlos. —Me imagino que soy el primer profesor que ha durado sólo un día.—


—¡No te habrán despedido, Hagrid!— exclamó mi amiga, a un lado mío.


—Todavía no,— respondió Hagrid con tristeza, tomando un trago largo del contenido de la jarra. —Pero es sólo cuestión de tiempo, ¿verdad? Después de lo de Malfoy...—


—¿Cómo se encuentra Malfoy?— preguntó Ron cuando se sentaron. -No habrá sido nada serio, supongo.—


—La señora Pomfrey lo ha curado lo mejor que ha podido.— dijo Hagrid con abatimiento. —pero él sigue diciendo que le hace un daño terrible. Está cubierto de vendas... Gime...—


—Todo es cuento.— dijo Harry. —La señora Pomfrey es capaz de curar cualquier cosa. El año pasado hizo que me volviera a crecer la mitad del esqueleto. Es propio de Malfoy sacar todo el provecho posible.—


—No lo creo, Harry.— respondí yo, recordando lo que había sucedido en la enfermería. —Pomfrey estaba demasiado ocupada curando las heridas de Seamus Finnigan y me ordenó que me encargara yo de cuidar a Malfoy...—



—¿Y lo has dejado mal curado?— cuestionó con asombro, acusándome, Hermione.


—¡Por supuesto que no!— respondí molesta.


—¿Entonces?— cuestionó Ron, sin entender por qué Malfoy seguía quejándose.


—No lo curé.— hice una pausa, pero al ver la cara de decepción de Hermione, continué rápidamente para acabar de explicarme. —No lo curé porque empezamos a discutir y segundos después llegó Astoria Greengrass, la cual me echó de la enfermería diciendo que ella era capaz de cuidar a su novio, así que simplemente obedecí y me marché de allí.


—El Consejo Escolar está informado, por supuesto.— dijo Hagrid después de unos segundos en silencio. —Piensan que empecé muy fuerte. Debería haber dejado los hipogrifos para más tarde... Tenía que haber empezado con los gusarajos o con los summat... Creía que sería un buen comienzo... Ha sido culpa mía...—


—¡Toda la culpa es de Malfoy, Hagrid— dijo Hermione con seriedad.


—Somos testigos— dijo Harry. —Dijiste que los hipogrifos atacan al que los
ofende. Si Malfoy no prestó atención, el problema es suyo. Le diremos Dumbledore lo que de verdad sucedió.-


—Sí, Hagrid, no te preocupes te apoyaremos —confirmó Ron a lo que yo asentí, de acuerdo con todas las palabras de mis amigos.


Ellos tenían razón, todos fuimos advertidos por Hagrid y el único que hizo caso omiso fue el idiota de Malfoy.


Quien avisa, no es traidor. Pensé.


De los arrugados rabillos de los ojos de Hagrid, negros como cucarachas, se
escaparon unas lagrimas. Atrajo a Ron y a Harry hacia sí y los estrechó en un abrazo tan fuerte que pudo haberles roto algún hueso.


—Creo que ya has bebido bastante, Hagrid —dije con firmeza. Hermione aprovechó para coger la jarra de la mesa y salió a vaciarla.


—Sí, puede que tengas razón —dijo Hagrid, soltando a Harry y a Ron, que se separaron de él frotándose las costillas.


Hagrid se levantó de la silla y siguió a
Hermione al exterior; con paso inseguro.


Desde el interior de la cabaña se escuchó una ruidosa salpicadura.


—¿Qué ha hecho?— dijo Harry, asustado, cuando Hermione volvió a entrar con la jarra vacía.


—Meter la cabeza en el barril de agua.–dijo Hermione, guardando la jarra.


Hagrid regresó con la barba y los largos pelos chorreando, y secándose los ojos.


—Mejor así.— dijo, sacudiendo la cabeza como un perro y salpicándolos a todos.


—Habéis sido muy amables por venir a verme. Yo, la verdad...—


Hagrid se paró en seco mirando a Harry; como si acabara de darse cuenta de que estaba allí.


—¿QUÉ CREES QUE HACES AQUÍ?— bramó, y tan de repente que dimos un
salto en el aire. —¡NO PUEDES SALIR DESPUÉS DE ANOCHECIDO, HARRY! ¡Y VOSOTROS TRES LO DEJÁIS!— Hagrid se acercó a Harry con paso firme, lo cogió del brazo y lo llevó hasta la puerta.


—¡Vamos!— dijo Hagrid enfadado. –Os voy a acompañar a los cuatro al colegio. ¡Y que no os vuelva a pillar viniendo a verme a estas horas! ¡No valgo la pena!–

Colors. |Draco Malfoy|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora