Tazas de té y garras de hipogrifo. |3.2|

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Aeryn

Harry, Ron, Hermione y yo bajamos en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego nos dirigimos a la clase de Transformaciones de la profesora
McGonagall.

Tardamos tanto en encontrar el aula que, aunque habíamos salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegamos con el tiempo justo.

Harry eligió un asiento que estaba al final del aula, sintiéndose el centro de
atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto.

Me senté junto a Hermione en los asientos frente al azabache.

Yo oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos, y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.

—¿Qué os pasa hoy?— preguntó la profesora McGonagall, recuperando la
normalidad con un pequeño estallido y mirándolos —No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la
clase.—

Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada.

Hermione levantó la mano, haciéndome negar con la cabeza y hundiéndome en mi asiento.

—Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y..—

—¡Ah, claro!— exclamó la profesora McGonagall, interrumpiendo a Hermione y frunciendo el entrecejo de repente. —No tiene que decir nada más, señorita Granger. Decidme, ¿quién de vosotros morirá este año?—

Todos la miramos fijamente.

—Yo —respondió por fin Harry.

—Ya veo.— dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas. —Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde
que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas...— La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y todos vimos que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma. —La adivinación es una de las ramas
más imprecisas de la magia. No os ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney...— Volvió a detenerse y añadió en tono práctico —Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.—

Hermione se echó a reír. Harry se sintió un poco mejor.

Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té. Sin embargo, no todo el mundo estaba convencido.

Ron seguía preocupado.

Cuando terminó la clase de Transformaciones, la cual no había prestado la más mínima atención, nos unimos a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.

En la mesa, Fred y George nos habían guardado cuatro sitios junto a ellos. Uno de esos sitios estaba reservado especialmente para mi, justo al lado de Fred.

El pelirrojo me recibió con un abrazo y un ya típico beso en la mejilla, mientras yo no podía evitar, una vez más, sonrojarme por el gesto.

Colors. |Draco Malfoy|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora