Es hora de actuar...

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Parte I

Era una noche fría, aun caían pequeñas gotas de agua sobre el pavimento mientras se escuchaban los pasos acompasados y nada disimulados de una mujer al caminar por un callejón oscuro. No había testigos, ni nada que le delatara lo cual era ventajoso para lo que ella había planeado para esa noche. Al final, dos cuerpos tendidos yacían inertes, pero no sin vida, en ese lugar. Solo se podían escuchar los débiles gruñidos llenos de ira que resonaban por las frías paredes lo suficientemente fuertes como para ser escuchados por ella y nadie más. Lenta y sigilosamente se fue acercando a ellos con una sonrisa desquiciada en su rostro, la mujer se regocijaba al verlos en tal estado y aún más al saber cuál sería su destino al final de ese encuentro. Era una lástima que su señor no le permitiera jugar con ellos, una verdadera lástima.

-Es tan fácil... tan fácil –tarareaba ensanchando su sonrisa mientras escuchaba que alguien se le acercaba por atrás.

-Debemos volver con ellos, a nuestro Señor le encantará ver que tenemos en nuestras manos a Rosier y a la hermanita de la rata Weasley con nosotros... -murmuraba la otra persona sin prestarles mucha atención a los gruñidos sofocados de sus víctimas.

-Estará complacido de acabar él mismo con ellos -secundó la mujer con un extraño tono lleno de éxtasis. –Tan satisfecho que ni se molestara...

-Eso es cierto –el hombre murmuró mientras fijaba su mirada en uno de ellos. –Tanto para morir bajo su mano...

Sin emitir otra palabra, él se acercó a sus prisioneros y sin pronunciar palabra alguna los hizo callar con su varita y luego alzarlos con un simple hechizo de levitación. Luego le dirigió una mirada cómplice a la autora del plan para luego reírse, por primera vez en todo ese tiempo en el cual la guerra había iniciado por fin tenían en sus manos a las personas que tanto deseaba su Señor, al menos a dos de ellas. Con una última mirada hacia el sucio callejón, ambos brujos desaparecieron sin dejar rastro. Un segundo después se habían aparecido en los jardines de la mansión Malfoy. Ya no era tan grandiosa como un tiempo atrás, en vez de pavos reales y hermosos pastizales y rosas, solo existía la muerte. El hombre hizo un sonido desagradable con sus dientes al comprobar el deterioro del lugar, aun no entendía porque debían quedarse en esa pocilga, todo para castigar a un idiota que no hacía bien las cosas.

-Es hora... -le apremiaba la mujer.

Él le sonrió de forma sardónica mientras los alzaba como si se trataran de un saco de papas. Ninguno de los dos se inmutó al escuchar los quejidos lastimeros de las dos chicas, estaban tan asustadas como ellos emocionados.

Bellatrix se paseaba imponente por el salón principal. Arqueó una ceja al ver el estado de completo demacre de su hermana y se permitió reír por ello. Lentamente se acercaba cada vez más hacia el lugar donde se encontraba su maestro, su amo. Por ese hombre, ella sería capaz de matar y morir sin chistar. En cambio, la mayoría de los seguidores de su señor solo estaban con él por miedo, por mantenerse con vida. Era repugnante, solo esperaba que un día se diera cuenta quien le era leal y quién no.

-Lo sé, mi querida Bella, lo sé -la bruja se estremeció de placer cuando su maestro le dirigió esas palabras. No podía estar más emocionada. -Los infieles caerán solos, no debemos preocuparnos por banalidades.

Lentamente se fue acercando a los prisioneros. Una sonrisa bífida se formaba en sus labios mientras sacaba su varita.

-No puedo esperar a que nuestros huéspedes observen lo que les pasa a los traidores. Tráelos -le ordenó al hombre que se encontraba con Bella.

-Mi señor -hizo una reverencia y abandonó el lugar.

Minutos más tarde regresó con Weasley y Oriana. Ambos en un estado deplorable. Para ellos, que eran traidores de una raza pura de magos, se les daba un trato especial y parte de su tortura era vivir juntos. Como era bien sabido, ninguno de los dos se la llevaba muy bien a la hora de convivir. Las peleas y los gritos eran parte de su día a día. Sin embargo, en las últimas semanas, el pelirrojo se había mantenido más callado, ya no gritaba ni reñía con la menor de las Rosier. Lo que más le complacía al Señor Tenebroso era su poca necesidad de seguir viviendo, el pelirrojo había dejado de comer. Sí, eso le complacía pero no le iba a dejar el camino tan fácil para librarse de su destino. Lo obligaban a comer y beber, era en cierto modo una tortura.

Gryffindor nunca másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora