CAPÍTULO 12.

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En ese momento sonó el timbre y nos apartamos rápidamente. Aún con nuestras respiraciones agitadas nos pusimos en pie, y yo me coloqué la ropa de la forma que debía estar antes de que llegase Lauren. Ella se pasó las manos por el cabello, intentando peinarse.

-Ven, ¡corre!. -le susurré agarrándola de la muñeca, mientras subíamos las escaleras hacia el piso de arriba.

La llevé hasta mi cuarto y abrí el armario.

-Rápido, métete en el armario.

-Entonces tendré que salir algún día. -rió mientras la empujaba hacia éste.-

-Odio tus chistes.

Bajé despacio, intentando recuperar el aliento para que no sospecharan demasiado. Respiré profundamente y abrí la puerta despacio.

-¿Qué hacéis aquí?.

-Sofi no se encuentra muy bien. -afirmó mi madre.- Así que hemos tenido que volver.

Yo asentí dejándoles pasar.

-¿Que hacías?. -intervino mi padre, sospechando.-

-Estaba en... el baño.

-Tienes la camiseta al revés -intervino mi madre, y noté como palidecí-.

-Estaba a punto de ducharme.

Por suerte pareció creérselo, y mientras ellos se quedaban en el salón subí a mi cuarto. Cerré la puerta sin hacer demasiado ruido y abrí el armario. Pero Lauren no estaba.

-¡BUU!.

Salté del susto y miré a la chica que tenía detrás. Se formó una sonrisa en su rostro que parecía brillar.

-Han llegado mis padres. -le dije nerviosa, mordiéndome el labio inferior.-

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida. Se llevó una mano a la frente.

-¿Qué hacemos?.

-No lo sé -le contesté.-.

Hubo un incómodo silencio entre las dos. Ella comenzó a hiperventilar.

De repente, Lauren hizo una mueca de dolor y cayó de rodillas al suelo.

-¡¿Lauren?!.

Ella se había hecho un ovillo en el suelo. No me contestaba, sólo se quejaba.

-¿Qué te pasa Lolo?

Enrojecí al decir aquello. Era algo que siempre le había querido decir, pero nunca me atrevía. Hasta ahora.

Yo no sabía que hacer; si llamaba a mis padres me preguntarían que qué diantres hacía con una chica en casa, y si llamaba a la ambulancia también me pillarían.
Mierda.

Lauren se arrodilló y se golpeó contra la pared. Gruñó algo e intentó abrir la puerta. Yo intentaba calmarla como podía, pero no sabía qué le pasaba. Consiguió abrirla y se arrastró por el pasillo.

-Lauren, nos van a pillar.

No contestó, sino que fue directa al patio y abrió la puerta para acceder. Yo la seguí sin saber muy bien qué hacer.

-Lauren... -la llamé con un hilo de voz.-

Ella no me miró. No me había mirado desde que se tiró al suelo. Subió al muro que comunicaba con una casa más baja, y esta vez sí me miró a los ojos, y saltó.

Corrí como pude a por ella, pero ya había caído en el tejado de la casa contigua. Estaba tendida en el suelo, inmóvil. Entonces, gracias a la farola que iluminaba la calle, me di cuenta de que ya no era la Lauren que me había acompañado a casa.

Se levantó, a cuatro patas, y volvió a saltar, esta vez para bajar del tejado y llegar a la carretera. Su pelaje negro relucía con la luz de la luna llena, y entonces me acordé de sus ojos. Cuando me miró, brillaban de forma sobrenatural. Tanto que podrían haber iluminado la noche entera.

Lauren se había convertido en un gran lobo negro.

Hasta que la última Rosa muera. (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora