Capítulo Cuatro

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Max se encontraba en el primer piso hablando con Albert. Yo no era capaz de seguir escuchando su conversación. Vivir ya se me había vuelto totalmente complicado desde que los fundadores querían mi vida, pero ahora que los Selt se sumaban a la batalla, ya era algo totalmente abrumador. Creí que vivir en la capital, lejos de todos los Rogenes, estaría a salvo, que nada volvería a pasar, que ya todo lo habíamos superado, pero claramente el destino me tenía algo más preparado.

Me senté en el espacio que había en la ventana, llevé mis rodillas contra mi pecho y apoyé mi cabeza sobre estas, mirando hacia la calla. Puede que sea paranoia mía, pero estaba segura que los Rogenes habían notado que algo pasaba en la casona, porque no paraban de deambular por fuera de esta con sus ojos negros brillantes, como si estuvieran conteniendo las ganas de cazar a su presa. Ellos sabían que yo estaba aquí y por alguna razón me parecía más aterrador que estuvieran cautelosos a que vinieran y atacaran sorpresivamente.

La puerta de la habitación se abrió, entrando Max. Volvió a cerrarla cuando estuvo dentro y luego caminó en mi dirección, se sentó frente a mí y una de sus manos se apoyó sobre mi pantorrilla.

- Eric, Noah, Victoria y Clar llegaran en un par de horas –dijo sosteniéndome la mirada-

- Bien.

Su ceño se frunció provocando que sus cejas se unieran en una. Se acercó un poco más a mí, contuve la respiración y en menos de dos segundos ya me encontraba entre sus brazos, hundiendo mi rostro en su pecho, escuchando el latir de su corazón. Sonreí. Sip, eso lo causaba yo. Por muy raro que nos pareciera, la única vez en que el corazón de Max se escuchaba claramente era cuando estábamos juntos. Cerré mis ojos e inhalé su masculino aroma. Él apoyó su mentón sobre mi cabeza, acariciando lentamente mi espina dorsal, enviándome escalofríos a todo el cuerpo.

- Sé que lo que ha dicho Albert te ha preocupado y lo más probable es que tu cabecita ya esté pensando en hacer algo al respecto, pero por favor –dijo a modo de súplica- deja que esta vez me encargue de todo. Sé que eres capaz de defenderte por tu cuenta, de eso no me cabe duda, pero no quiero que corras un peligro innecesario. ¿Lo entiendes?

Lo entendía, oh sí, vaya que sí lo entendía, pero no podía rendirme tan fácilmente. Era mi vida. Mi vida y la de Clar eran las únicas que estaban en juego ¿Por qué tenía que dejar que los demás lucharan por defenderme? Era estúpido. Yo era la única que tenía que hacerlo. De alguna forma tenía que aprender a cómo combatir a los Selt. Esta vez no me quedaría sentada viendo como todo el mundo corría peligro intentando salvarme. Esta vez pelearía, lo haría con dientes y garras, no me daría por vencida fácilmente, y si era necesario, gastaría hasta mi último aliento para mantenerme con vida, ya sea luchando contra los Selt o... contra los Rogenes.

- Lo entiendo –murmuré después de un largo silencio. Max me tomó por los costados de mis brazos y me alejó un par de centímetros de su cuerpo. Nuestros ojos quedaron al mismo nivel. Oh. Como me gustaba el color de sus ojos. Eran atractivamente sexys- pero ya no sé qué es peor. Que una delegación de alienígenas frikis locos y malos con súper poderes me estén buscando para matarme, o si estar en la comunidad de alienígenas frikis no tan locos que ya intentaron matarme una vez.

Los ojos de Max se estrecharon y luego de unos segundos soltó una fuerte carcajada. Yo lo miré frunciendo mi ceño pero al final terminé uniéndome a su risa. Me encantaba escucharlo reír, no era algo que siempre pasaba, pero cuando se reía tan fuerte y naturalmente, hacía que me enamorara un poco más de él. Dios, estaba jodidamente enamorada de ese malote y sexy alienígena.

- ¿Por qué te ríes? –pregunté dándole un golpe en su estómago. Él se encogió haciendo como si le doliera, yo negué con la cabeza divertida –

Los Warner #2: No confíes en nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora