Capítulo 7

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Durante las siguientes semanas Ángel había decidido tomar distancia; tal vez ella lo necesitaba y el quería darle su libertad, lo que si era cierto era que estaban distanciados y ninguno de los dos se atrevida a dar el siguiente paso.

Los días transcurrían acelerados, como atraídos por alguna fuerza descomunal e inexplicable, y así como los días estaba su corazón, ligeramente atraído, ligeramente perdido.

Avril había tomado su teléfono para hablarle. Luego de no más de veinte llamadas perdidas se dio por vencida. Aunque sabía que su corazón moríria al ritmo en el que sentía la distancia tocarle los huesos, aunque sabía que con los segundos que se daban entre las palabras que no eran dichas, se harían eternas y dolorosas las noches en las que debería de envolverse en sus brazos como debió de ser desde siempre. Como estaba escrito, así juntos e inseparables, porque aún sus más mínimas partículas estaban destinadas a pertenecerse.
Por su parte Ángel se miraba en el espejo gris del silencio, enjaulado en lo que serían los sentimientos más inverosímiles y estupefactos que llegaban a sus entrañas.
Avril y Ángel eran uno. Ella era su cura, el su guardián.

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