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Sumergida en la insatisfacción de no ser escuchada, de ser aquella a quien el destino golpeaba las veinticuatro horas del día. Así, como era ella, fría, distante, y ahora desolada; se acercó hasta la puerta de la casa que por tres meses busco. Mientras observaba como varios hombres sacaban los muebles y las cajas de dentro de la casa, la vio. Su cabello rubio ondeaba lentamente jugando con el viento, su mirada apagada, debajo de la ropa negra, su rostro tan blanco como la luna que nace debajo del cielo sin resplandor.
—¡Vete!
Grito.
—Escucheme,  por favor.
Insistió.
—Por tu culpa los perdí a los dos.
Ella, la miro, sublime en resentimiento, llena de lo que perdió, vacía de lo que heredó.
Su rostro destruido llevaba algo más que las lágrimas caídas, algo más que el sublime y ligero sentimiento de odio. Odio por perder a su niño, odio por ni volver a ver al otro. Sola. Sola se había quedado consumiéndose en medio de la desolante y desconcertante tiniebla. Y en frente, la causa de las dos partidas. La mujer de cabello de luto y ojos tan claros como el mar. Aquella que escondía la pena y la culpa de su desdicha.
—No es suficiente.—No te sacias.
Sus lágrimas corrieron por el rostro sin maquillaje.
—Solo dos, y ya no tengo más, a ambos me los arrebataste.
El silencio era una tormenta, Avril aún inmóvil esperaba entender.
—Angel ¿Donde está Ángel?
Un intento por despedirse, quizás saber en dónde estaba, un momento con el, era eso lo único que necesitaba antes de perderse para siempre en sus adentros.
—No te lo dijo.—No te hablo de la guerra, de las armas, de los aviones de los muertos, acaso silencio o no se lo preguntaste¿No te hablo de Asfganistan?
—No
—No te hizo saber que volvería al lugar de donde hace algunos meses escapó para salvar a su hermano. Volvió, volvió a buscar la muerte, volvió después de ver a Gian sin vida, volvió porque sabía que eras la culpable, que amaba a la asesina de quien intentaba salvar.
—Eso no es cierto.
—Ah no, acaso se despidió, te dijo adiós, princesa, te beso por última vez, ¿Hizo eso? Te prometió regresar.
Avril se quedo inmóvil, era cierto Ángel jamas le dijo nada de la guerra.
—Lo empujaste a la muerte, fue en su búsqueda... y no regresará, esa será tu pena y la mía, será mi desgracias y la tuya asi, está será la última vez que vea tu amargo rostro, que recuerde a quien me arrebato la vida. Es hora de que te vayas
—Debe escucharme.
Suplico.
—Jamas, jamas te acerques o me busques. Estamos muertos, no existimos.
—Avril, vámonos.
El hombre de cabello blanco había aparecido de la nada.
—¡No!
Grito entre lágrimas.
—Escuchame, debemos irnos, vienen por nosotros.
—¿Quienes vienen?
La mujer se había ido, su mirada absorta de entendimiento, distante, había desaparecido, solo quedaban ella y aquel hombre ¿Quienes vienen?¿Quien era el?
¿Porque corría hacia la nada?

REALWhere stories live. Discover now