Capítulo 1

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La suave presión de los brazos de Anna en torno a su cintura atrajo a Quinn contra su pecho. Le deslizó las palmas de las manos sobre las caderas, acariciándola con la yema de los dedos. El calor que emanaba de su roce era prácticamente tangible. Quinn arqueó la espalda cuando Anna alzó las manos, le cogió los pechos hinchados y le pellizcó los pezones hasta convertirlos en duros puntos de placer.

—Anna —respingó—. ¿Qué haces todavía con ropa?
Anna levantó la vista del cuello de Quinn, sobre el que había dejado un rastro de besos seductores.

—No tengo ni idea.Y tras una declaración tan poco ceremoniosa como aquella, se sacó la camisa por la cabeza y se lanzó en brazos de Quinn. Sus firmes pechos eran irresistibles y, al frotarse con los de Quinn de una manera tan sexy, ella...

— ¿Madison? Mady, ¿estás ahí? Tengo que hablar contigo ahora mismo.

Con un suspiro, Madison Evans cerró su libro favorito, se levantó del cómodo sofá donde había estado aovillada durante la última hora y se dirigió a la puerta. Cuando el negocio es tuyo, corres a abrir cuando llama alguien.

— ¿Qué pasa? —le preguntó al hombre que había en el centro del pequeño grupo que se había congregado junto a una pila de cajas, ante la puerta de su despacho.

—La entrega de Productos Frescos vuelve a estar equivocada —contestó el crispado chef—. No puedo seguir pasando por alto sus errores. Ya sé que quieres ayudarles a poner el negocio en marcha, pero como esto siga así, los que no podremos darles mucho negocio seremos nosotros —señaló las cajas—. Cuatro cajas de más de tomates y ni siquiera los que habíamos pedido. Encargué específicamente tomates de herencia y Roma. No puedo trabajar con tomates beefsteak y no tengo tiempo de ponerlos en conserva cuando nunca la vamos a usar.

—Entonces a lo mejor deberíamos esperar a que se pudran para que pueda tirárselos a los chefs de mal carácter que me interrumpen para despotricar sobre productos de la  huerta. —Mady echó un vistazo circular al resto de los empleados—. Una crisis tomatera no es razón para que no trabaje nadie. ¡Aire! —Luego se dirigió de nuevo a Will—. Envía los tomates beefsteak a la Red Green con mis sinceras disculpas, para todos los pacientes que dependen de sus comidas a domicilio, por que tengan que sufrir unos tomates de baja calidad.

No pudo evitar sonreír al verlo de morros. Will Brown, rubio y de ojos azules, era un hombre arrebatador y lograba llevar con estilo hasta los pantalones anchos de chef. No era raro que tantos chicos guapos acudieran en manada al Lakeside, con la esperanza de verlo un segundo, ni que fuera de lejos. A Madison le gustaba el equilibrio que daba al local; quería que su bar-restaurante con terraza fuera acogedor para todos los miembros de la comunidad de Dallas, y la capacidad de Will para congregar multitudes bien valía la pena un par de rabietas de vez en cuando.

—El negocio va bien y el Lakeside no tiene ningún problema —le tranquilizó—. Podemos permitirnos donar unas cuantas cajas de tomates.

—Muy bien, Mady, perdóname por intentar salvarte del pozo en el que te hundirá la caridad. —Will suspiró teatralmente—. Si no te importa, el próximo pedido lo haré yo. Tengo una reputación que mantener, por si no lo sabías.— Mady asintió.

—Precisamente por eso espero que decidas quedarte en la Gran D, amigo mío. Quiero que tu reputación sea también la mía. Sabía que, cuando Nueva Orleans se recuperara del desastre del huracán Katrina, cabía la posibilidad de que Will volviera a su ciudad, aunque tenía la esperanza de que, para entonces, la próspera economía de Dallas le hubiera animado a quedarse y saltar al estrellato culinario a su lado.

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