Capítulo 15

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Jade llegó a los límites de la ciudad de Austin al final de la hora punta. Las cosas habían cambiado mucho desde que había sido una joven estudiante de la Universidad de Texas. Había más casas, más tiendas, más centros comerciales, más carreteras, más gente. Era la prueba de que los cambios positivos no eran siempre para mejor.

Condujo hasta que pudo dejar la autopista y luego tomó un atajo accidentado hacia el centro. El sol lucía aún en el cielo, pero el puente de Congress Street ya estaba abarrotado de espectadores buscando el mejor sitio para contemplar el tradicional vuelo de los murciélagos al anochecer. Austin tenía la mayor colonia de murciélagos de Norteamérica y, de marzo a noviembre, alrededor de millón y medio de murciélagos de cola de ratón salían volando de debajo del puente cada noche, en busca de insectos para cenar. Recordó con cariño que había quedado muchas veces para asistir al espectáculo. Para las jóvenes de fuera de Austin, el vuelo nocturno de los murciélagos era un acontecimiento muy emocionante y perfecto para el presupuesto de una universitaria.

Las cosas eran diferentes, se dijo , mientras paraba en el Four Seasons, en San Jacinto. Le dio las llaves al aparcacoches, entró en el vestíbulo y le hizo un gesto al botones que se le acercaba, porque no traía equipaje. Había salido de la oficina sin ningún destino en mente; con su traje y los tacones, cantaba un poco en Austin, que era una ciudad más relajada que Dallas. Sacó la American Express platinum y pidió una gran suite privada con vistas al lago Town. No tardaría mucho en poder contemplar los murciélagos desde su propio balcón.

En cuanto le dieron la llave, Jade subió a su habitación en el ascensor. Nada más encender las luces y salir al balcón, cayó el atardecer sobre la ciudad. La bandada de murciélagos abandonó sus escondrijos diurnos bajo el puente de Congress Street y cubrió el cielo como un enorme manto de oscuridad. A solas en el balcón, Jade sintió que la penumbra se filtraba en su interior. La muchedumbre congregada a orillas del lago y los que contemplaban el espectáculo desde el agua, sobre barcos alquilados, disfrutaban de
la amistad del acontecimiento, como si se burlaran de su aislamiento. La invadió una terrible sensación de soledad.

Incapaz de soportarlo por más tiempo, cogió el teléfono para encargar una botella de whisky y una cena ligera como excusa para bebérselo, y pidió que la pusieran con recepción. Necesitaba tejanos, zapatillas y camisas informales para no dar tanto la nota, pero no pensaba volver a meterse en el horrible tráfico para comprar ropa para su estancia. La solícita recepcionista tomó nota de su talla y de sus marcas favoritas y le aseguró que pronto le subirían algo de ropa.

Jade se apoyó contra el cabezal, y el cansancio acumulado por las emociones que la sacudían por dentro la sumió pronto en un profundo sueño.




Los nervios y la falta de sueño tentaron a Mady a saltarse la bicicleta aquella mañana. Echar un vistazo por la ventana no hizo más que reforzar su deseo de volver a meterse entre las sábanas. El cielo estaba gris y encapotado. Además, Jade no iba a aparecer de repente para montar con ella. Le había estado dejando mensajes toda la semana, pero ella no le había devuelto una sola llamada. Cogió el libro de la mesita de noche y se prometió leer solo unas cuántas páginas antes de enfrentarse al mundo.

Anna no había llamado. Parecía fútil intentar hablar con ella ahora. Quinn había pretendido en contra de toda esperanza que su amante comprendiera la inevitable verdad: que estaban mejor sin ataduras, sin compromisos. Ella había probado lo contrario: había hollado el camino de las promesas, las declaraciones de amor eterno, mas era un camino traicionero y accidentando que no merecía su confianza. Anna todavía creía en las promesas y las había decidido buscar en alguien diferente. Aprendería por ella misma que la eternidad no era más que un suspiro engañoso. Lo único que podía esperar Quinn era que no sufriera mucho en su descubrimiento.

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