Capítulo 5

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—Creo que le preguntaré a Malibu si está libre para cenar el sábado por la noche. —Jade jadeó ligeramente mientras pedaleaba cuesta arriba.

—Pero si apenas la conoces. Es más, seguro que no has intercambiado más de dos o tres correos. —Las palabras de Mady sonaban entrecortadas al respirar esta pesadamente por el esfuerzo de remontar la pendiente.

Después de pasarse todo el lunes sin hacer absolutamente nada, estaba disfrutando del ejercicio matutino. Se había propuesto hacer rutas en bici cada semana, a menudo con Jade si no tenía que trabajar, y hacía un día precioso para salir a pedalear. Habían rodeado el lago y luego se metieron en un camino que seguía un circuito hacia Dallas Norte. Cuando regresaran al punto de partida, habrían recorrido más de cincuenta kilómetros. Mady nunca dejaba de sorprenderse de que los caminos para bicicletas atravesaran por completo la gran ciudad sin que te dieras cuenta del bullicioso tráfico y del alboroto de las tiendas en las calles destinadas para los automóviles.

—No hace falta estar escribiéndonos día y noche para llegar a conocernos —rebatió Jade—. Sé lo bastante como para saber que quiero conocerla y ver si es como dice que es. Oye, mi sillín tiembla un poco. Vamos a parar un momento.

Salieron del sendero y pararon cerca de unas mesas de picnic. Mientras Jademanoseaba su sillín, Mady sacó una barrita energética y la partió por la mitad.

—Entiendo lo que quieres decir —dijo, pasándole una mitad a Jade—. Pero por lo que sé, esas mujeres podrían estar locas, y no estoy tan segura de querer arriesgarme a quedar con ellas en persona sin conocerlas bien.

Jade inspeccionó la parte de abajo del sillín.

—Como tú veas. Pero la gente puede decir cualquier cosa en Internet. No veo qué diferencia hay con una cita a ciegas. Tú has quedado con muchas mujeres así.

—No es que quiera defender las citas a ciegas, porque no hay defensa posible para esa convención social, pero al menos en una cita a ciegas alguien que conozco me ha recomendado a la persona. Aunque no hayan sido del todo sinceras respecto a la apariencia o a lo compatible que podamos ser, al menos sí han tenido mi seguridad en cuenta.

—Te preocupas demasiado —le dijo Jade—. La vida es muy corta. Arriésgate, sal con alguien. Si no lo haces creerán que no vas en serio.

—A lo mejor tienes razón.

Jade comprobó el sillín una última vez y anunció:

—Parece que ya está arreglado. ¿Lista?

Mady asintió y montó en la bici. Empezó pedaleando lentamente hasta volver a coger el ritmo. Miró hacia atrás por encima del hombro y gritó:

— ¡Te echo una carrera hasta el parque!

Empezó a pedalear con todas sus fuerzas cuando Jade todavía estaba acabando de guardar la llave inglesa en las alforjas.

— ¡Capulla! —replicó Jade, tratando desmañadamente de ponerse en marcha, acelerar y al mismo tiempo esquivar a dos patinadores que le venían de cara.Hizo un sobreesfuerzo para alcanzar a su amiga y, cuando lo logró, casi le faltaba el aliento para proseguir con la conversación.

—Si lo que te preocupa es la seguridad, queda con ella en algún sitio con mucha gente. Déjale el vehículo al aparcacoches y así te ahorras el momento incómodo de que quiera acompañarte al coche en un aparcamiento oscuro y desierto. Ya que estás, queda de día. Siempre se está más seguro a plena luz del día.

—Supongo que podría hacer eso —musitó Mady, aunque le costaba imaginarse mirando con anhelo a los ojos de la futura señora Evans en una comida—. Pero una cena es mucho más romántica.

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