Capítulo 4

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—Qué locura de semana —suspiró Mady, mientras se quitaba los zapatos y se dejaba caer en el sofá de la sala de estar.

Normalmente solo trabajaba los días laborables, pero Lucy Schuester había estado fuera de la ciudad el fin de semana, porque tenía un viaje planeado desde mucho antes de que la tórrida ola de calor apareciera en el parte meteorológico. Las sofocantes temperaturas instaron a los residentes de Dallas a huir de sus abrasadoras cocinas y desplazarse en manada al fresco y relajado restaurante Lakeside. Mady no se fiaba de dejar a su gerente adjunta sola al frente de tanta gente, ya que tenía menos experiencia, así que estuvo trabajando desde primera hora hasta el cierre, tanto el sábado como el domingo.
Aunque agradecía que el negocio fuera viento en popa, también se alegraba de que la semana hubiera acabado y de que Lucy volviera a estar al pie del cañón el lunes por la mañana.

No pensaba hacer nada de nada, salvo hacer el vago en ropa interior durante los dos días siguientes. Puede que hiciera el esfuerzo de salir de casa para ver a Jade. El relajado almuerzo de la semana anterior se le antojaba muy lejano y no había vuelto a saber nada de ella. Se imaginaba por qué: seguramente Jade se pasaba el día respondiendo a los correos acumulados con su aventurilla internauta. Mady se levantó del sofá y fue a la cocina por una copa de vino. La había reformado hacía varios años, cuando rediseñó toda la casa; tenía ollas y sartenes de cobre colgadas del techo, complementadas por una cocina Viking y un horno empotrado. Los numerosos armarios de cocina exhibían una colección de colorida vajilla Fiesta y reluciente cristalería Riedel. Mady sacó una copa de uno de los armarios y cogió una botella de Santa Margherita de la nevera para vinos que tenía en la encimera. Se sirvió una copa generosa de pinot grigio y encendió el equipo de música Bose. El último disco de las Indigo Girls empezó a sonar y llenó la estancia con sus melodías desenfadadas. Mady se sentó en la robusta mesa de madera de la cocina y dio un sorbo refrescante de vino mientras contemplaba las luces parpadeantes de su ordenador portátil. Llevaba toda la semana sin leer su cuenta de correo personal y sabía que tenía mensajes nuevos. No estaba segura de por qué había aplazado el momento de leerlos. Sí, había estado liada en el trabajo, pero no tanto. Y tampoco era que fueran a saber que tenía harina en el pelo y la camiseta manchada de salsa de frambuesa mientras respondía.

Abrió la tapa del portátil y la pantalla volvió a la vida. Al principio se había mostrado recelosa respecto a dar su cuenta de correo personal en la página web, porque suponía que se le llenaría la bandeja de correo no deseado o, aún peor, la seguiría algún acosador electrónico. Pero en verdaderoamor.com usaban un sistema confidencial y nadie tenía acceso a su dirección de correo. Dependía enteramente de ella dársela a alguien cuando se conocieran.

Inició sesión en su cuenta y escaneó sus mensajes antes de ocuparse de un par de correos rutinarios. En ningún momento perdió de vista las respuestas de verdaderoamor.com, que la esperaban como si fueran un campo de minas. Insegura sobre lo que estaba a punto de detonar, se planteó borrarlos todos y borrar su perfil. ¿Era sensato exponer su ordenada vida a los caprichos del destino? Inspiró hondo y se dispuso a averiguarlo.

Querida Chica del Lago:
Me gusta tu nombre. Supongo por tu perfil que vives cerca de alguno de los lagos que rodean Dallas. Yo también y me encanta. Adoro la pesca y paso todo mi tiempo libre en mi barca, a ver si cojo una buena pieza. Busco a una mujer a la que no le asuste el sol, sepa ponerle el cebo al anzuelo o quitarle las escamas al pescado. Cocinarlo, eso sí, es algo que podemos hacer juntas. ¿Qué te parece? ¿Te apetece ir de pesca fuera de la red?
Espero saber pronto de ti.
BuenaPieza

Mady se rio a carcajadas. ¿De verdad BuenaPieza había leído su perfil antes de escribirle? Mady clicó en el enlace del perfil de su admiradora. Había varias fotografías de una joven butch, de complexión atlética y esbelta, en posturas diversas, con la intención aparente de ilustrar lo capaz que era manejando barcos y aparejos de pesca. Vale, no estaba mal, pero lo que Mady entendía por pasar un buen rato no incluía meter gusanos y bichos en un anzuelo y pasarse horas sentada a la espera del pez gordo de turno. Fue a borrar el correo, pero se detuvo. No le interesaba la pesca, pero quizá tenían otras cosas en común. A lo mejor debería contestarle y ver qué tal. Pero ¿y si a aquella mujer solo le interesaba la pesca? Mady preferiría que le clavaran lanzas en la cabeza antes que escuchar batallitas de pesca.

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