Capítulo 17

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—Disculpe, señora. No puede entrar ahí.

Jade ni siquiera aminoró el paso, pero se volvió hacia la enfermera que la seguía.

—Sí, claro. Deténgame.

Irrumpió en la sala de recuperación del hospital por las puertas dobles. No le habían dado ninguna información sobre el estado de Mady, pero sabía que la falta de noticias era buena señal. El vuelo se le había hecho interminablemente largo, temerosa de recibir una llamada de alguno de los médicos que trataban a Mady. Que no la llamasen quería decir que no hacía falta ninguna decisión de vida o muerte, lo cual era un alivio, pero el vacío la estaba volviendo loca de preocupación.

Cuando aterrizó el avión, la llamó una enfermera que le dijo únicamente que Mady estaba estable, en recuperación.

Jade le pagó una cantidad indecente al taxista para que la llevara de la pista Love Field al Presbiteriano en un tiempo récord. Ignoró a la enfermera que insistía en seguirla y le advertía que iba a llamar a seguridad. Ya en la sala de recuperación, Jade pasó de cama en cama, separadas por una fina cortina que colgaba del techo. Fue mirando el historial a los pies de las camas ocupadas y pronto encontró dónde yacía su mejor amiga.

Corrió la cortina y respingó. Mady estaba tumbada de espaldas, con los ojos cerrados. Estaba pálida y demacrada. Tenía manchas de sangre seca en la cara y parecía una herida de guerra. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo. Jade se desplomó en la silla junto a la cama y rompió a llorar.

—Oh, Mady. No sé qué haría si te perdiese. Te quiero.

Su confesión fue recibida con un ligero movimiento en la cama, pero Mady no abrió los ojos. Jade le cogió la mano y apoyó la cabeza en el colchón, abrumada por todo lo que le había pasado aquel día. Mientras trataba de sacudirse el cansancio de encima, notó que la tocaba alguien y levantó la mirada por encima del hombro. Así, se encontró cara a cara con su padre. Estaba demasiado cansada como para sentirse irritada con aquel hombre, que tanto se había alejado de ella, así que solo le preguntó, con sincera sorpresa de verlo en aquel momento, en aquel lugar:

— ¿Qué haces aquí?

—Llevo horas aquí. Vine en cuanto lo supe.

— ¿Cómo lo supiste? —musitó Jade, a sabiendas de lo confusa que sonaba.

—Layna me llamó al no encontrarte. Estábamos muy preocupados por Madison. Aunque haga años que no la vea, la quise como a una hija. Y sé lo importante que es para ti. Conozco a la doctora Jensen. Es buena médica y como cortesía profesional me ha dejado asistirla, así que he podido estar cerca.

Jade ignoró el resto de las preguntas que le venían a la mente y se limitó a decir:

— ¿Cómo está?

—Se pondrá bien. Un SUV le dio un buen golpe, pero, según tengo entendido, la bicicleta se llevó la mayor parte del impacto. Se ha dislocado la clavícula izquierda y tiene un par de costillas rotas. Los arañazos de la cara son superficiales. No ha necesitado de mis servicios.

Jade señaló el tubo que llevaba en el pecho.

— ¿Neumotórax?

Su padre asintió.

—Una de las costillas rotas le perforó el pulmón y se colapsó. La desentubarán en unos días.

—Gracias por venir.

—Sin duda debes darme las gracias por estar aquí. Había una enfermera corriendo por el pasillo con los de seguridad. Creo que estaban preparados para sacarte del hospital por la fuerza, pero les he explicado que la mujer con pinta de loca a la que perseguían es en realidad una de las mejores cirujanas de Dallas y los he convencido de que te dejen en
paz.

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