Siempre he creído que cada uno tiene un espartano dentro, un alma luchadora que se esconde en lo más profundo de nosotros.
Es un hombre fornido y fuerte, con algún rasgo que le hace parecerse a nosotros.
El espartano va caminando por un camino largo, donde no se ve el final, en medio del desierto lleno de peligros.
El reto está en ir caminando sin desviarse del camino principal, aunque haya que atravesar montañas, saltar ríos, o incluso tirarse de acantilados.
El espartano jamás va solo. Siempre está acompañado por varias luciérnagas, las cuales podemos comparar con nuestros familiares y amigos más íntimos.
Esas luciérnagas siempre están con nuestro espartano, alumbrándole en las noches más oscuras y volando a su alrededor en los mejores días. Nunca le dejan solo.
Hay veces en que algunas luciérnagas se marchan, otras se apagan, y otras, simplemente se cansan de volar.
El camino no es nada fácil, pues el espartano sufre cortes y arañazos en brazos, piernas, rostro y espalda, a medida que va avanzando. Unos pueden ser más profundos que otros, y son causados por las traiciones, los insultos, las superficialidades, las mentiras, la rabia...
Pero el verdadero problema llega cuando aparece otro espartano y empieza a caminar a nuestro lado.
Nos acompaña en el camino, ya sean meses o años, y cuanto más pasa el tiempo, el espartano invitado hace que los cortes duelan mucho menos de lo que deberían, pero llega un momento en el que ese espartano se marcha, ya sea porque ha encontrado otro espartano a quien acompañar, o porque su camino se separa del tuyo.
Y cuando se va, tu espartano sufre un corte, pero no como los anteriores, sino un corte enorme en el pecho, profundo y sangrante.
Es entonces cuando tu hombrecillo de dentro se sienta a un lado del camino y, con ayuda de las luciérnagas, empieza a vendarse la herida, rabiando por haber permitido sufrir tal dolor.
Necesita tomarse un tiempo para levantarse y seguir caminando, pero lo hace, dejando atrás un espartano más amigable y transformándose en alguien mucho más frío y distante, pero no le culpéis, lo hace por protección propia.
De vez en cuando el espartano de nuestro pecho se parará por las noches, empezará a mirarse las heridas y cicatrices ya curadas, y llorará en silencio mientras recuerda con una media sonrisa las causas de cada una de ellas para al día siguiente levantarse con más fuerza y enfrentarse a cortes y heridas que le harán ser más sabio.
Es un buen precio a pagar por llegar al final del camino, ¿no creéis?
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Pensamientos en una Botella
Short StoryPequeñas historias en cada capítulo donde quizás os podráis sentir identificados con algo que se relate en ellas. Aviso que esta historia está hecha desde un punto de vista personal, y no se nombrará a nadie con el nombre real, sino con apodos para...