Dolor físico

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Me he tatuado.
Sí, por fin lo he hecho.

Llevaba años queriendo tapar el error que lucía mi muñeca izquierda y al fin he podido hacerlo.

Aunque parezca mentira, ya me hacía falta, y es que, mientras veía las agujas desgarrarme la piel, me di cuenta de muchas cosas.

Por ejemplo, pensé en aquellas personas que me conocieron con aquel error sobre la piel de mi brazo, el cual yo estaba tapando en ese mismo instante.

Recordé los labios que besaron en algún momento ese error que tanto odiaba.

E incluso pensé en aquella etapa de mi vida que había marcado dicho error.

Me estaba cubriendo algo que yo veía como error, pero que quizás otras personas recuerdan como un símbolo de identificación que tengo, o una anécdota de mi propia vida.

Quizás es eso lo que llevo haciendo desde que tengo uso de razón, ¿no creéis? Cometer un error, un fallo, y en vez de intentar arreglarlo, lo tapo con lo que creo que se verá mejor.

Cuando llega la hora de curarse el tatuaje debo hacerlo con delicadeza y lentitud, pues duele al tener aún la piel sensible, y aún veo debajo el error que quise tapar.

Es en ese pequeño momento del día cuando observo y recapacito. Le he hecho daño a mucha gente, e incluso a lobos, y no los he sabido curar con la paciencia y lentitud que debía, y los errores que he cometido jamás se irán por mucho que intente taparlos.

Al poner la mano en aquella mesa de tatuaje, desvié la cabeza. Jamás se me ha dado bien aguantar la sangre, por lo que decidí no mirar.

Nueve agujas comenzaron a abrirme la piel sin cuidado ni cariño, haciéndome sangrar, sin parar a pesar del dolor que me causaba.

Mientras oía el sonido del pedal, cogía todo el aire que podía y mordía el cuello de mi camisa para aguantar, y pensaba en que ese era el castigo apropiado para mí, que todo el dolor emocional que he podido hacer a lo largo de mi vida se me había venido de golpe a forma de dolor físico.

Y como todo, al principio fue soportable, pero a medida que pasaba el tiempo, la zona tatuada me gritaba que parara, que era suficiente, que ya no podía más.

Entendí entonces que eso estaba haciendo yo con mis seres queridos. Había estado tanto tiempo clavando que al final les había hecho daño de verdad. Me llevaban gritando que parara tanto tiempo que yo me había quedado sorda por el sonido del pedal.

Ojalá pudiera volver atrás, pedirles perdón a aquellas personas y aquellos lobos que se terminaron marchando, pues yo sigo caminando sin rumbo fijo, y cada vez duele más dar un paso.

Por desgracia, lo que he hecho y un tatuaje se parecen demasiado. Pues ambos son para toda la vida.

Pensamientos en una BotellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora