Reencuentro

22 2 0
                                    

He logrado llegar a tierra de nadie, y he de decir que ha sido peor de lo que me imaginaba.

El ambiente estaba cargado de tensión, y la presión de la atmósfera parecía querer aplastarme contra el suelo.

Olía a sentimientos enterrados, pólvora de cañón y sangre seca.

Costaba respirar un aire tan cargado de melancolía y rencor.

Oí disparos y bombas explotar contra el suelo, pero no era capaz de ver nada por culpa de la espesa niebla del recuerdo, capaz de cegar a alguien que no está acostumbrado a convivir con ella.

Por suerte o por desgracia, no me afectaba su ceguera.

Comencé a caminar con paso firme, intentando oír el entorno por encima de los acelerados latidos de mi corazón y mi subconsciente, quien no paraba de repetirme a gritos: "SALE DE AQUÍ, ESTO ES UN SUICIDIO".

Cuanto más me gritaba que retrocediera, yo más rápido caminaba. Por una vez agradecí el don de mi cabezonería.

La niebla comenzó a ser menos espesa, ya era capaz de ver mis propios pies e incluso lo que tenía delante. Y llegó un momento donde desapareció por completo.

Sinceramente, no sé si decir que prefería la ceguera de la niebla, pues el paisaje que cubría logró hacer que se me parara el corazón.

Habían trincheras a ambos lados de mí, cráteres en el suelo que aún desprendían humo y calor, pero también pude observar que en cada cráter había colocado un objeto, algo característico que dejó la bomba al explotar en la zona.

A pesar de mi incontrolable curiosidad, había algo en el aire que me llamaba hacia un lugar en concreto, algo así como un calor profundo que me torturaba los huesos pero que me invitaba a ir hacia él, y eso hice... Maldita la hora.

Era un cráter bastante grande en comparación a otros, y por el calor y las cenizas que aún habían en él supe que era uno de los más recientes, por no decir el que más.

Pero no fue eso lo que me dejó congelada en medio de aquel fuego. Lo que realmente me impactó fue ver lo que la bomba había dejado tras de sí: Un mechón de cabello rojo, una gargantilla negra y unos tirantes de colores.

¿Cómo no voy a sorprenderme? Esos objetos eran míos.

Y fue entonces cuando desperté y pude advertir que el sonido de disparos había parado por completo, y cuando levanté la cabeza para mirar a mi alrededor, me di cuenta de que los soldados de ambos bandos me estaban apuntando directamente a mí.

Un paso en falso y acabaría como un colador en menos de lo que dura un ladrido.

Creo que por primera vez en mucho tiempo, los bandos cabeza-corazón se habían puesto de acuerdo en algo. Lo malo era que ese algo era tenerme en el punto de mira.

En ese momento llegó. Le volví a ver a pesar de que por un segundo creí que jamás volvería a hacerlo.

El lobo negro que tanto me había acompañado.

Tenía los hombros en tensión y la mirada firme ante mi persona, y se acercó tanto a mí que casi podía rozar su pelaje sin moverme.

Bajó la cabeza para mirarme, y me sentí muy estúpida.

A pesar de que me había metido en tierra de nadie para volver a verle, una parte muy fuerte de mí pensaba que moriría antes de conseguirlo, pero me había concentrado en ignorar esa parte.

Pude leer lo que quería decirme en sus ojos: "Te has metido entre dos trincheras en guerra perpétua sólo para intentar traerme de vuelta".

Ni siquiera yo era consciente del peligro que había corrido hasta que lo vi en su mirada.

Y a pesar de que me esperaba un zarpazo, el lobo pegó su cabeza a mi hombro antes de ponerse a llorar por lo bajo.

En ese momento me sentí la peor humana del mundo al haberle hecho tanto daño a alguien sin querer, y a pesar de que no fue intencionado, fue daño al fin y al cabo.

El lobo atravesó conmigo la tierra de nadie para irnos de regreso al bosque, y antes de lograr por fin salir, se paró en seco y me miró.

"No puedo irme. No ahora. Tu bomba me hirió demasiado, es tan reciente que me ata aquí y no me deja marchar. Necesito curarme primero."

No pude echarle nada en cara, pues nada bueno había hecho yo por él en las últimas semanas, así que comprendí su decisión.

Le di un abrazo, comprendiendo que no era culpa suya, sino mía. Estaba atado en un lugar así por un acto mío.

Le miré a los ojos antes de marcharme.

–Cuidate.–fue todo lo que le pude decir antes de irme.

Sólo espero que sepa que con esa palabra le quería decir "cuidate hasta que yo regrese".

Porque sí, me prometí a mí misma regresar a la tierra de nadie a por él, salvo que no pienso regresar sola.

Pensamientos en una BotellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora