El aullido a la luna

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Permitidme que me ponga filosófica y metafórica pero es que no puedo evitarlo al pensar en el tema.

Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a un lobo. Sí, un lobo, como lo leéis. Un animal enorme, con ojos brillantes, mucho pelo y unos colmillos que aterrorizarían a Drácula.

Fue un encuentro casual, en realidad, algo que ninguno nos esperábamos ni de lejos.

Me dio miedo al principio. No confiaba en él, pues quitando el hecho de que soy bastante baja de estatura, el lobo resulta casi alcanzar los dos metros sobre sus cuatro patas.

Pero por motivos de la vida o lo que fuera, me acostumbré a su presencia con rapidez, y creo que él también a la mía. Al menos ya no me gruñía cada vez que le rozaba.

Hubieron tormentas y días de sol en el tiempo que le conocí, y en ningún momento mostró reparo de ser mi paraguas o sombrilla según necesitara mi calor corporal, pero cometí un error.

Dicho así parece pasable, ¿no? Parece débil el remordimiento y poco frágil la situación. Pero no. ¿Y sabéis por qué? Porque tiré un cuchillo de punta al cielo cuando él saltaba por encima de mí, y le hice daño.

No, no fue un aruñazo que se pueda curar con un "sana sana", sino que tocó sus órganos más sensibles y casi lo di por muerto.

Me acerqué a él para quitarle el cuchillo de encima, pero me gruñó, avisándome con sus dientes de que como diera un paso más, no iba a pensárselo dos veces.

Me dolió su reacción, pero logré entenderla, y más cuando sus brillantes ojos se apagaron al ponerse en pie y mirarme. Sólo sus ojos hicieron falta para hacérmelo saber todo: "confié en ti, y me fallaste. Eres como todos los humanos".

Y es que el lobo llevaba gran parte de su tiempo odiando a los humanos porque le habían hecho daño, y decidió probar a confiar en mí.

Ahora el lobo se ha marchado a tierra de nadie, puedo oír sus aullidos hacia la luna cada noche, y yo me dirijo a ese espacio entre trincheras para esquivar bombas y aguantar balas con tal de verle una última vez para pedirle perdón. Aunque me cueste la vida.

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