Parte 7.

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Fernanda los miraba sorprendida y Jos fingió una sonrisa.

—Creí que irías a trabajar hoy, Jos.—Dice la chica castaña delante de ellos.

—No me sentía del todo bien.—Contesta Jos.

—Bien. No sabía que traerías visitas.—Dice esperando que Jos le presente a su nuevo amigo.

—Él es Alonso. Se quedará unos días con nosotros.—Dice Jos.

Alonso estira su brazo y estrecha las manos con Fernanda.

—Un gusto, Alonso. Soy la hermana de Jos, Fernanda.—Se presenta. Alonso sonríe.

—El gusto es mío, Fernanda.

—¿Mamá está en casa?—Pregunta Jos. Fernanda asiente.

—Sí, venimos de hacer algunas compras. Quizá deberían bajar a saludar, también está mi tía Carmen.

«Como la de la canción» Pensaba Alonso.

—Claro, bajamos enseguida.—Sonríe Jos y Fernanda cierra la puerta.

Jos se mostraba nervioso. Su mamá era un tanto exigente con las visitas. Jos sabía que su madre no permitiría que ningún amigo de Jos ni mucho menos un extraño durmiera en su casa. A Mariana nunca le habían gustado las visitas, y era algo que Jos no podía comprender. Tenía que hablar con su madre, antes que sacara a escobazos a Alonso de su casa.

—Tú—Señaló al menor—, sólo quédate ahí. No te muevas ni toques nada.—Le ordena Jos. Alonso asiente y se sienta en el suelo.

Jos sale de su habitación y cierra la puerta. Baja las escaleras y busca a su madre con la mirada.

Escucha risas en la cocina, y sabe que ahí está. Corre hacia ella y ve a su madre y a su tía conversando muy cómodamente.

—¡Hijo! No esperaba que estuvieras en casa.—Lo saluda Mariana con un abrazo. Jos se mostraba incómodo y nervioso.

—Hola, tía Carmen.

—Qué grandote, Jos. ¿Ya estás en la universidad?—Sonríe la señora de unos cuarenta y seis años aproximadamente.

—Entro el mes que viene.

—¡Ya eres todo un hombrecito!

—Gracias, tía.

—¿Pasa algo, Jos?—Pregunta su madre con preocupación.

—Tengo que hablar contigo, mamá.—Murmura nervioso. Mariana lo mira seria.

—¿Pasa algo grave?

—No, no. Es sólo que... Necesito hablar contigo en privado.

—Dímelo después. Tu tía y yo tenemos mucho de qué hablar.

—Es que es urgente.

—Dijiste que no era grave.

—Bueno, digamos que lo es un poquitín.

—Dímelo después de la comida.

—Pero yo...

—Jos, ya lo hemos hablado.—Lo amenaza con la mirada. Jos bufa y gira sobre sus pues dispuesto a salir de la cocina.

No podía contradecir la palabra de su mamá. Era peligroso.

Jos sube desanimado las escaleras y entra de nuevo a su habitación.

—¿Puedo conocer a tu mamá?—Pregunta Alonso cuando ve a Jos en la puerta.

—No lo veo próximo, Alonso.—Suspira Jos con desánimo.

—¿Le caigo mal? ¡Ni siquiera me conoce!—Exclama Alonso.

—No, no es eso. De hecho ella no sabe de tu existencia. Y ese es el mayor problema, que ella es exigente con las visitas. Jamás pude tener una pijamada como mis compañeros de la primaria; Ella siempre los corría.

—¿Sabes? Estoy nervioso. Ahora no puedo dejar de pensar que en cualquier momento podría entrar tu mamá y verme aquí contigo.—Comenta el pelirrojo. Jos ríe un poco.

—No es para tanto. Además, no estamos haciendo nada indebido o algo así.—Alonso se sorprende por lo que Jos acababa de decir, y después se sonroja incómodo.

Jos aún no nota que su comentario estaba en doble sentido. Pero sí había notado el color carmín en las mejillas de Alonso.

—Por cierto—Dice Jos—, ¿Tú te enamoras de chicas maniquíes o de personas normales?—Dice con curiosidad.

—Nunca había recibido ese tipo de preguntas.

—Bueno, pues quiero ser el primero en recibir ese tipo de respuestas.

Alonso pensaba en su respuesta. La homofobia había existido desde siempre, y el decirle a su compañero que no se sentía atraído por las chicas. Así que mintió.

—De chicas normales, supongo.

—Creí que entre muñecos se gustaban.

—Bueno, saldría con una si no fuera porque a diferencia de mí ellas no hablan.

Jos se sentía decepcionado con su respuesta. Aunque Alonso era un sujeto extraño y nuevo, ahora no se sentía con la confianza de confesarle que él era homosexual.

—Pues cuéntame de ti.—Le dice Alonso.

—Creo que debería de ser yo el que dice eso.

—Entonces hablemos de nosotros.

—Siéntate.—Jos se sienta en el suelo y le indica a Alonso que lo acompañe a su lado. Alonso obedece y cruzan las piernas.

—¿Comienzas tú o yo?—Pregunta Alonso.

—Tú.

—Hagamos preguntas. ¿Te parece?—Jos asiente.

—¿Te gusta comer algo extraño?—Pregunta Alonso.

—Me gusta la tortilla con cajeta.—Dice Jos y Alonso casi se ahoga de la risa. Reía muy fuerte, y Jos tenía miedo de que su madre escuchara su risa.

—Creí que era el único que comía tacos de cajeta.—Finaliza Alonso.

—¿Es en serio?

—Te lo juro.

—Bueno, ya que entramos en confianza, a mí también me gusta el menudo con mayonesa y aguacate.—Habla Jos.

—Y a mí me gusta la papaya con catsup y limón.—Dice Alonso.

Era el principio de una larga tarde, y el corazón de uno de ellos comenzaba a encenderse.

Nota: Las comidas raras sí existen. Mi abuelo las come.

Me enamoré de un maniquí||Jalonso Villalnela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora