Capitulo 3

48.2K 2.6K 66
                                    

Terminó el querido fin de semana y llegó la noche del domingo. Cenamos Nur y yo viendo una película de Disney. Cuando Nur se durmió, me duché y elegí la ropa que iba a usar el día siguiente, aún eran las diez de la noche pero estaba algo cansada. Me iba a dormir cuando mi móvil sonó mal diciendo lo cogí.

-Diga.

-¿Sahar?

-Si soy yo ¿Quien eres?

-Soy Regina, ¿te acuerdas de mí?

Allí caí en la cuenta de que era la esposa de mi jefe.

-Sí claro ¿que tal?

-Bien ¿y tú?

-Bien.

-Me alegro, quería preguntarte si mañana te apetece tomar conmigo un café.

Era la esposa de mi jefe y quiera o no tengo que aceptar.

-Claro ¿a qué hora?

-A las seis, cuando sales del trabajo.

Me venía bien, los lunes Nur tiene actividades y juegos de cinco a siete así que tengo una hora libre.

-Si perfecto.

-Vale nos vemos en el café París ¿sabes cual es?

-Si.

-Hasta mañana.

-Hasta mañana.

El día siguiente siguió igual de ajetreado en la oficina, el señor Smith no me llamó en ningún momento y en el fondo lo agradecia solo me hace sentir despreciada como una basura.

-Ya me voy, nos vemos mañana- le dije a Marta saliendo diez minutos antes porque había terminado todo lo que tenía y no me apetecía quedarme para no hacer nada.

-¿A dónde vas?

-He quedado con una amiga.

-Pasalo bien.

-Gracias- dije mientras salía hacia el baño para arreglarme un poco antes de salir.

Me miré en el espejo, llevaba puesto un jersey de lana porque el tiempo ya estaba bastante frío, una chaqueta americana negra, unos pantalones ajustados de vaquero negro, unos zapatos bastante altos color nude a juego con el bolso, un reloj y unos pendientes. Me peine un poco mi pelo ondulado y me coloqué un poco de pintalabios y salí hacía el ascensor.

Una vez llegué al café que se notaba que era muy lujoso, entré y vi que Regina ya estaba sentada en una de las mesas esperándome.

-Hola- le saludé.

-Hola Sahar, siéntate- Me senté enfrente de ella -¿Qué quieres tomar?

-Me vendría bien un café con leche

-Bien.

Llegó el camarero y nos preguntó que queríamos.

-Dos cafés con leche y dos croissants especialidad de la casa- le dijo Regina al camarero quien apuntó todo y se fue.

-Quería hablar con alguien y pensé que tú podrías comprenderme y escucharme.

-Te escucharé encantada- le dije dedicándole una sonrisa para que confíe en mí, eso siempre funciona.

-Necesito con quien desahogarme.

-Pues cuéntame.

El camarero llegó y nos dejó nuestros cafés y nuestros croissants que ha decir verdad nunca había probado unos tan buenos, eran crujientes y sabrosos y rellenos de crema, los mejores.

-Adam me ha traído de Nueva York sin que yo quiera, le dije que me dejara allí y que de vez en cuando le visitará para que su abuelo no le moleste pero tenía que traerme hasta aquí.

-Estas junto a tu marido ¿eso no te gusta?

Se rió.

-Mi marido, ya- tomó un sorbo de su café -¿Puedo decirte algo?

-Claro.

-Pero prométeme que no saldrá de aquí, no es por mí, es por Adam y su familia si saben que lo has divulgado te hundirán.

-Se guardar un secreto.

-Adam no es mi marido.

Estaba sorprendida, sabía que no pasaban por su mejor momento, pero que no estén casados pero me parecía muy fuerte.

-¿Como que no es tu marido?

-Es una larga historia.

-Pues cuéntamela.

Tomó aire y comenzó.

-Bueno Adam y yo nos conocemos de hace mucho, de cuando eramos unos crios, mi padre y su abuelo eran y son muy amigos- Tomó otro sorbo de su café y un bocado de su croissant, no era muy estirada como yo pensaba, se comía el croissant como todo el mundo, a bocados -Adam y yo jugábamos juntos, él era muy divertido, siempre sonreía y bromeaba, cuando tenía trece años mis padres decidieron mudarse a Nueva York y desde allí no lo volví a ver hasta que un día cometí el error de quedarme embarazada- de pronto se quedó callada, sus ojos estaban vidriosos.

-Tranquila, si quieres puedes parar y cuando estés mejor me lo cuentas.

-No, yo puedo. Mis padres me obligaron a abortar, yo no conocía mucho al padre fue durante una fiesta y ni siquiera me acordaba, mi padre me encerró en casa, no me dejaba salir hasta que cumplí los veinte, me mandó a la universidad pero siempre me controlaba hasta que terminé a los veinticinco y allí tomó la decisión de casarme, mi padre y el abuelo de Adam estuvieron de acuerdo con que nos casáramos, mi padre era para deshacerse de mí. Adam en ese momento vivía en Nueva York y era el director de la sucursal que tienen allí, cuando lo volví a ver ya no era el mismo, estaba cambiado era muy frío y distante y me miraba con desprecio, intenté al menos hacer que surja algo entre nosotros, pero él no quiso. Pasaba el tiempo y conocí a alguien, se llama Matthew me enamoré de él sinceramente, mis padres no querían que me casara con él, Adam supo lo que pasaba y me dijo que hiciéramos un trato nosotros nos casabamos para contentar a nuestras familias pero después cada uno es libre de hacer lo que quiera y lo acepté, Matthew lo sabía y le parecía bien, yo seguía con Matthew mientras él seguía con sus amantes

-¿Amantes?- le pregunté sorprendida.

-Sí en plural, Adam es un puto mujeriego, menos mal que no me enamoré de él, tiene el corazón de piedra.

-¿Y cuál es el problema?

-Pues que ahora estoy alejada de Matthew.

-Adam, digo el señor Smith no está cumpliendo con su parte del trato.

-Eso mismo le dije el otro día que lo visité en la empresa, estuvimos discutiendo.

-¿Por qué no le dices a Matthew que venga a vivir contigo aquí?

-Él es médico allí y necesita trabajo.

-Habla con Adam para que le consiga trabajo y así los dos seréis felices.

-Vaya es una buena idea.

-Sí- miré mi reloj y vi que eran las siete menos diez -Vaya, me tengo que ir.

-¿A dónde vas con tanta prisa?

-Tengo que ir a recoger a mi hija.

-¿Tienes una hija?- me preguntó con una cara de sorpresa.

-Sí, se llama Nur y tiene cinco años.

-Vaya, eres muy joven.

-Tengo veintisiete años.

-Como yo pero pareces más joven.

-Gracias- abrí mi bolso sacando mi cartera.

-Invito yo.

-No, tengo para…

-Vamos soy yo la que te ha llamado para quedar, ve con tu hija- me dijo con una sonrisa.

Nos despedimos con dos besos y me fui a mi coche.

El señor SmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora