10. ¿Acaso eres un abuelito, Isaac?

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Isaac se removió entre las sábanas, soltando pequeños gruñidos y retorciéndose. Extendió uno de sus brazos y con él atrapó la almohada debajo de su cabeza, acurrucándose con ella, para después soltar un suspiro.

Extrañamente se sentía muy relajado, feliz y con mucha energía. Pensó durante un rato a qué se debía aquel buen humor, y tras no encontrar una respuesta (aunque en sí era demasiado obvia), decidió levantarse. Se talló los ojos con sus nudillos y después estiró el brazo hacia la mesita de noche para tomar sus gafas. Al ponérselas y ver el reloj, se dio cuenta que había despertado quince minutos antes de que sonara la alarma.

Vaya, el día estaba comenzando de una forma bastante inusual. Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que se despertó antes de que la alarma sonara, ni tampoco de la última vez que durmió de una manera tan placentera y profunda.

Se levantó de la cama y caminó hacia el baño, dispuesto a tomar una ducha. Soltó un bostezo más al entrar y se miró de reojo al espejo, aunque instantes después se devolvió y ensanchó los ojos, asustado ante lo que veía. Se acomodó las gafas, todavía sin podérselo creer y sintió cómo el pánico comenzaba a apoderarse de todo su ser.

—S-son... s-son...

Se acercó más al espejo y observó aquellas marcas con mayor detalle. Pasó sus dedos por encima de aquellas rojizas marcas sobre la delgada piel de su cuello y pecho, y una más alrededor de uno de sus pezones.
Se quedó boquiabierto, porque eran un montón y pensó que ni siquiera el cuello de una camisa bastaría para cubrir aquellas sobresalientes marcas.

—Dios mío, ¿qué voy a hacer? —Se llevó las manos al cabello y se lo echó para atrás, angustiado.

Sin más, resignado, entró a la ducha y comenzó a asearse, pensando que ya tendría tiempo para reprocharle a Gabriela por aquello.
Al terminar, salió de prisa y comenzó a buscar desesperado qué ponerse. Lamentablemente no había nada decente para usar, y ponerse una camiseta de manga larga y cuello de tortuga no parecía una buena idea con aquel insoportable calor, definitivamente estaría muriéndose sofocado.
Finalmente optó por ponerse una playera blanca de algodón y encima una camisa y se la abotonó hasta arriba, estirando lo más que pudo el cuello. Y sí, se veía ridículo, pero era eso o que todo el mundo viera aquello que se había quedado tatuado en su piel y que quien sabe hasta cuándo desaparecería.

Cuando salió de su habitación, caminó hacia la cocina para desayunar algo antes de irse a la escuela, llevándose la sorpresa de que su tía Julia estaba allí, tomando una taza de café mientras revisaba unos papeles.

Isaac tragó saliva y apretó los labios, jugueteando con los extremos de su camisa. Pero en cuanto hizo el ademán de querer darse la vuelta e irse, Julia lo detuvo.

—Buenos días, Isaac —saludó Julia, esbozando una pequeña sonrisa.

—Hola —susurró Isaac, tímido.

Y Julia, tras verlo tembloroso y dubitativo, lo miró inquisitiva, para después preguntar:

—¿Está todo en orden?

Isaac asintió con la cabeza, aún con aquel porte extraño que no le ayudaba mucho a querer pasar desapercibido.
Julia lo miró y por un momento quiso reír ante lo chistoso que se veía con aquella camisa abotonada hasta el cuello y con este último alzado.
Se puso de pie y caminó hacia él, para sin previo aviso bajarle el cuello; pero no en un mal gesto, sino con toda la intención de querer ayudarlo a acomodárselo.
Isaac se alejó de ella de inmediato y aquel gesto lo había hecho parecer grosero, y en cuanto se percató de eso, procedió a disculparse mientras Julia permanecía en silencio, expectante.

ELIJAH © (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora