7. Besémonos

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Era un hecho. A Gabriela le fascinaba ponerlo tenso, y estaba comenzando a volverse su pasatiempo favorito. Hacerlo explotar del nerviosismo, verlo avergonzado, sonrojado, tembloroso y titubeante. Le resultaba tan placentero y no creía que fuese a cansarse de todo aquello en un largo tiempo.

Al salir de la habitación de Isaac, bajó y caminó hacia la sala. Se dejó caer como un miserable costal de papas sobre uno de los sofás y encendió la televisión. Tomó el tazón de golosinas que desde que llegó Derek y su esposa Julia, nunca faltaba en la mesita central de la sala y de paso unas cuantas gomitas. Se las llevó a la boca y comenzó a masticarlas, sintiéndose encantada ante lo suaves que eran. Buscó algo que pareciera lo suficientemente interesante y al final decidió dejarle en un canal en el que aparentemente había una película.

—¡Hola! —escuchó de pronto la voz chillona de Wendy a sus espaldas, sacándole el peor de los sustos.

—¡Wendy! —gruñó, molesta, mientras se recomponía sobre el sofá tras haber echado un saltito sobre su lugar por el susto.

Ella volvió la vista a la televisión y comenzó a indagar en su mente. Y es que había un problema, y ese era Wendy.
Gabriela la detestaba, y había descubierto algo sobre ella: Wendy era muy empalagosa; pero no con cualquiera, sino solo con Isaac. Siempre lo buscaba, lo seguía, quería estar entre sus brazos y hablar con él todo el tiempo. Pensaba que era demasiado obvio el hecho de que Wendy se sentía atraída a Isaac. Pero Gabriela no se quedaba atrás, y le encantaba hacerla enfadar cuando sus ingeniosos juegos salían a la luz.

De pronto, Wendy clavó sus enormes ojos color verde aceituna en el tazón sobre el regazo de Gabriela y frunció el ceño.

—¡Son míos! —chilló.

—Me importa un comino, mocosa —susurró para sí misma, rodando los ojos, mientras se llevaba una nueva gomita a la boca.

—Mi mami los compra para mí, no para que una gorda fea se los coma —gruñó, rodeando el sofá y deteniéndose frente a Gabriela, con los brazos cruzados y el entrecejo fruncido.

Gabriela soltó una risotada, demasiado escandalosa. Y cuando trató de llevarse un nuevo puñado de gomitas a la boca, Wendy se acercó con rapidez y con su diminuta mano golpeó la de Gabriela y las gomitas terminaron regándose encima de ella. Gabriela frunció el ceño, enfadada esta vez y se puso de pie, tomando con brusquedad la muñeca de Wendy; ésta la miró asustada y comenzó a forcejear para que Gabriela la soltara.

—Eres una malcriada —espetó—. ¿Sabes qué? —La soltó y, ante la inercia de aquel movimiento, Wendy cayó al suelo—. Agarra el maldito tazón y mete... —Gabriela se quedó en silencio cuando vio a Isaac bajar por las escaleras. Este la miró y, tras adentrarse en la sala, Wendy se levantó del suelo y corrió hacia él. Isaac se agachó para tomarla en brazos y la alzó mientras Wendy comenzaba a llorar, escondiendo su tierna carita en el cuello de él.

—¿P-pero qué es lo que está sucediendo? —Isaac arrugó el entrecejo al no comprender el llanto inoportuno de Wendy. Comenzó a palmear con suavidad la espalda de esta, mientras ella se aferraba con más fuerza a él.

Gabriela puso los ojos en blanco, exasperada ante tal comportamiento mimado y se cruzó de brazos.

—Ella me lastimó —dijo Wendy entre su llanto con voz temblorosa.

Isaac miró a Gabriela y esta se quedó boquiabierta ante tal acusación. Claro que no la había lastimado, ella solamente la tomó de la muñeca y al soltarla tuvo la mala suerte de caerse, pero no la había empujado a propósito. Isaac seguía mirándola, esperando algún tipo de explicación y vaya que Gabriela no pensaba quedarse callada.

ELIJAH © (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora