41. Confrontamiento

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—Tú. —Irrumpió William en la cocina, quedándose de pie en el marco de la entrada, señalando a Gabriela—. Ven aquí. —Le hizo una seña con su dedo índice mientras se daba la vuelta en señal de que la siguiera.

Gabriela frunció el ceño, y se quedó por un momento tratando de procesar el llamado tan repentino de su padre adoptivo.

Llevaba desde la mañana sintiéndose terrible. No podía con las ansias, y el comportamiento tan cariñoso y afectivo de Isaac solo la abrumaba. Esa mañana había salido prácticamente huyendo de la habitación de Isaac con el mayor cuidado posible para no despertarlo y, por consiguiente, lo había evitado durante todo el día.

Al anochecer del día domingo, había salido de su habitación con mucho sigilo; tratando desesperadamente no encontrárselo por el pasillo, las escaleras, la sala o la cocina. Se sintió aliviada de que no fuese así.

Cuando se adentró en la cocina buscó, ansiosa, qué carajos comer. Estaba hambrienta, pero no de cualquier cosa, sino de algo en específico: azúcar.

Necesitaba algo dulce. Algo que pudiera desvanecer esa sensación desagradable y, desde la semana anterior, se había dado cuenta que lo único que la estaba ayudando era comer cosas dulces.

Abrió los gabinetes y reunió todo lo que  encontró. Algunos paquetes de galletas y algo más, algo que le terminó iluminando aquella mirada apagada: un frasco medio lleno de mermelada de fresa.

Nada más lo bajó del gabinete lo abrió, tomó una cuchara, y con ella se metió una gran cantidad de mermelada a la boca. No la tragó, la mantuvo durante un momento en su boca y cerró los ojos, inspirando, viéndose envuelta en aquel sabor extremadamente empalagoso y sensación acuosa. Era delicioso. Después la tragó y volvió a tomar un poco más hasta casi terminarse todo el frasco, sino fuese porque William llegó.

Ella tenía las comisuras un poco embarradas de mermelada y los dedos pegajosos. Se limpió como pudo y después salió de la cocina.
Al divisar a William esperándola al pie de las escaleras, se aproximó hacia él, pero en cuanto este la vio, comenzó a subir las escaleras mientras le hacía una vez más aquella seña con el dedo índice de que lo siguiera.

¿Qué demonios...?

Gabriela lo siguió hasta encontrarse caminando con dirección a la oficina de William. Estaba muy confundida y no podía comprender por qué de repente él se le había acercado de la nada y la estaba haciendo ir hasta allá.

Aunque, en sí, la respuesta era sencilla.

La mañana del día viernes 24 de Diciembre William recibió una llamada.

Una mujer le notificó que sus análisis de sangre estaban listos y que podía pasar a recogerlos. William no comprendió y alegó que él nunca solicitó ningún análisis de sangre. La mujer insistió y le hizo saber que la señorita Gabriela Müller acudió a la clínica el día 22 a consulta médica y el doctor Sullivan le solicitó unos análisis de sangre.

William osciló durante un momento, pero luego asintió y dijo que iría de inmediato a recogerlos, no sin antes preguntar si el doctor Sullivan estaba disponible. La mujer le hizo saber que sí se encontraba en la clínica y, que de preferencia, acudiera la señorita Gabriela para una nueva revisión.

William asintió, y sin llevar a Gabriela para esa dichosa nueva revisión, se presentó en la clínica poco después de recibir aquella llamada.
Se encontró con el doctor Sullivan, el médico de cabecera de la familia, y mantuvieron una conversación un tanto personal durante un par de minutos.
William omitió muchos detalles y se centró solo en ser conciso. Después, el momento de hablar sobre los resultados de sangre llegó, y para el Dr. Sullivan aquello fue un poco complicado de explicar. Siempre que se trataba de darle noticias a los padres sobre sus hijos consumiendo sustancias, resultaba algo incómodo.

ELIJAH © (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora