34. Seamos novios

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Gabriela se removió en la cama y, al hacerlo, algo comenzó a hacerle cosquillas en la nariz. Frunció el entrecejo y se pasó la mano por esa zona, aunque por más que lo hacía, aquello que comenzaba a fastidiarla no desaparecía. Entreabrió los ojos, pero al no lograr ver nada, se talló con los nudillos hasta que su vista se aclaró gradualmente.

Trató de levantarse; sin embargo, cuanto intentó hacerlo, se dio cuenta de que no estaba sola. Había alguien entre sus brazos, acurrucado contra su pecho, y aquello que le hacía cosquillas en la nariz resultaban ser sus cabellos alborotados. Asustada al no saber en dónde ni con quién demonios estaba, trató de apartarse; pero aquel hombre soltó un quejido suave y la aferró más a él, apretándola a su cuerpo con su brazo y, al mover una pierna, aquella terminó colándose descaradamente entre las de ella. Gabriela soltó un brinquito de asombro en la cama, lo que le dejó saber que estaba desnuda. Podía sentir a la perfección la tela del pantalón rozando contra su sexo.

Gabriela espabiló, totalmente desconcertada. Miró a su alrededor muy rápidamente, pero se volvió en cuanto sus ojos localizaron un librero repleto de libros, las cortinas de un azul pasteloso por el cual la luz del exterior se impactaba y generaba un poco de iluminación en la habitación, el escritorio y, al devolverse al hombre que estaba entre sus brazos, el delicioso e irreconocible aroma a coco de su cabello la invadió, despertándole todos los sentidos.

Era Isaac.

Pero, ¿qué hacía ella en su cama?, con él acurrucado a su costado entre sus brazos y... ella desnuda.

¿¡Desnuda!?

¿Acaso ellos habían tenido...?

Pensó que no podía ser cierto.

Estaba tan asustada y confundida que el dolor de cabeza no tardó en aparecer y comenzar a provocarle no un muy buen humor. Quiso apartarse de nuevo, pero Isaac se aferró todavía más, haciéndole saber que, esa vez, Isaac no seguía dormido.

—Te lo explicaré todo, solo... quedémonos un rato más así.

Al escuchar su voz baja y ronca de la mañana, no pudo evitar quedarse quieta y dejar de intentar apartarse. De alguna extraña manera se sentía bien esa cercanía. El calor del cuerpo de Isaac era exquisito; la manera en la que él la aferraba a su cuerpo, con ese agarre fuerte pero que a la vez se sentía suave y gentil, combinado con su cálida respiración chocando acompasadamente contra la piel desnuda de su pecho, resultaba ser un momento sereno, revitalizante y... muy íntimo, uno que, a pesar de la desnudez del cuerpo de Gabriela y de que Isaac tenía los pechos de ella pegados a la cara, no le parecía algo morboso o que le despertara el deseo o pensamientos lascivos como ya era costumbre.

En ese momento, a Isaac nada le importaba, nada que no fuera estar en los brazos de ella, envuelto en el calor que su cuerpo le transmitía, su perfume dulce y fresco, la suavidad de su piel, y el pensamiento de que nada más existiese en ese momento aparte de ellos dos, inmersos en las sensaciones que una cercanía tan íntima como aquella era capaz de entregarles.

Los minutos pasaron y Gabriela comenzó a desesperarse. Y, cuando Isaac se percató de ello, empezó a idear de qué manera explicarle, teniendo en cuenta qué cosas debía omitir de la noche anterior y cómo sustituiría dicha información.

Al paso de unos momentos más, Isaac soltó un suspiro y comenzó a hablar, explicándole lo más resumido y claro posible lo sucedido: cuando él llegó a la casa, la ropa en el suelo, ella dormida en su cama completamente desnuda, lo mal que estaba que ni siquiera respondía al tacto ni al hablarle, la llegada de sus padres y, decidió añadir algo nuevo. Añadió que intentó llevarla a su habitación, pero que estaba cerrada y por ende tuvo que dejarla en su habitación (desconocía ese hecho, pero esperaba que fuese verdad o quedaría como un mentiroso).

ELIJAH © (Parte I y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora