DELIRIO DE UN CAFE

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La señorita me trae el café, como extraño ahora encender un cigarrillo, maldita ley del tabaco; en fin.

Veo como si fuera una vitrina a los animales pensantes mientras sorbo a sorbo bebo de mi taza, cada uno en sus propios universos, razas extrañas, indolentes y viscosas que caminan en la pasarela de la avenida de lo absurdo y abstracto, como pinceladas de Picasso o Dali, maniquíes animados que dejan sus almas guardadas en casa en el paragüero detrás de la puerta, algunos entes me miran como adivinando mis pensamientos y se asustan.

El Café se termina, pago la cuenta, al salir el sol quema mi cara, busco en mis bolsillo los cigarros, solo encuentro la caja vacía, sigo mi camino. Mi mente deja de pensar y solo miro la punta de mis pies que paso a paso deja su huella en las baldosas, en la esquina hay un bar, con un gran ventanal, por inercia observo a la gente en su interior y entre ellos sus ojos observándome, se lo que piensa, soy ahora otro animal pensante, un maniquí más, una raza distinta e indolente en la avenida de lo absurdo y abstracto.

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