Capítulo XII

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Ese fin de semana se la pasaron entre un picnic, una larga cena y un desayuno bastante concurrido.

- Albert a ti te gustan estas "reuniones" – dijo Candy remarcando la palabra.

- No más que a ti por lo que veo princesa, a todo te acostumbras – lo dijo Albert sin más remedio.

- Pues no te veo muy convencido Albert. Y pensar que mañana ya no te veré. ¿No te puedo llevar dentro de mi maleta? – preguntó intentando de convencerlo.

- ¿Qué ocurrencias Candy? Creo que no, pero también te extrañaré – dijo William un poco apenado.

- Pero ¿vas a ir a visitarme? – preguntó muy sincera.

- No lo creo princesa, ya sabes que debes guardar mi secreto – refiriéndose a la verdadera identidad de Albert.

- ¡Ah sí! ¡Es verdad! Pero entonces ¿cuándo te veré? – volvió a preguntar.

- Yo sabré como encontrarte Candy – le afirmó.

- ¿De verdad?, pero... - Candy tenía muchas dudas.

- Nada de peros y bueno límpiate esas lágrimas que si te ve la Tía Elroy se enfadará contigo – dijo ordenándole y ocultando una pequeña lágrima con una leve sonrisa.

- ¿Más? ¡No gracias! – dijo ella sonriendo.

- ¿A quién querré? - preguntó la Señora Elroy.

- A Albert tía abuela - Candy le echó la culpa.

- Sí claro a mí, me la vas a pagar princesa – le advirtió Albert.

- Jajajajaa. Candy salió corriendo hacia el jardín.

Así se la pasaron ese fin de semana tan corto, al otro día la Tía Elroy y Albert irían a dejar a Candy al colegio, Albert envió la respuesta de la carta a los hermanos Cornwell. La tía iba a ser la única que entraría al colegio; por lo tanto Albert se despedía de Candy en el carruaje, en seguida fue conducida a la sala de visitas del dormitorio de las chicas donde estaban los hermanos Cornwell junto con Mary Jean, la tía Elroy hablaría con la Madre Superiora y los hermanos Leagan.

- Albert no quiero dejarte – suplicaba Candy.

- No me dejarás, vendré a verte – decía Albert con la sensación de tener el corazón destrozado.

- ¿Lo prometes? – le hizo jurar.

- Sé cómo encontrarte recuerdas y ya sabes, mi secreto será nuestro secreto – levantó la mano en son de juramento e hizo una cruz sobre su corazón.

- Está bien – Candy hizo la misma señal que Albert.

- Vamos Candy se hace tarde – la señora Elroy la apresuró.

- Si tía, hasta pronto Albert.

- Adiós pequeña – William se despidió de la señora Elroy y de ella.

Así Candy entró al colegio y Albert estaría cerca para ver cómo evolucionaba. En todo el colegio se había causado gran expectación ante la eminente entrada de la heredera Andley. Terry se encontraba fumando en su colina cuando vio pasar a varios de sus compañeros que se dirigían al dormitorio de chicas.

- ¿Qué ocurrirá? - se preguntaba Terry.

- Ven Terry, la heredera de los Andley llegará en cualquier momento – le avisó a un chico.

- Ah sí, voy en unos momentos – dijo con pocas ganas.

- Dicen que tiene unos hermosos ojos verdes – le insistió su compañero.

Lo sabía, era su Candy, a la persona que había esperado tanto tiempo, ahora podría verla y hacer algo más que decir puras tonterías como cuando la conoció.

La hermana Margaret había recibido a Mary Jean y a Candy en la puerta principal de los dormitorios de la chicas, mientras ella llevaba a Mary Jean a las habitaciones compartidas que serían ocupadas por ella y Candy, la hermana Margaret le indicó que los hermanos Cornwell que le esperaran en el salón de visitas de las chicas.

- Señorita Andley, sus familiares la esperan, sígame por favor – le indicó la hermana Margaret.

- Sí Hermana – Candy accedió.

Toc, toc.

- Adelante – pidió Stear.

- ¡Hola Candy! – saludó Archie.

- ¿Quiénes son ustedes? – preguntó Candy al verlos y no reconocerlos.

Los hermanos Cornwell se quedaron perplejos, de la Candy que ellos recordaban ya no era la misma.

- Ejem...Jóvenes la señorita Candy no los recuerda por el momento, pero es bueno que ustedes se porten como si nada hubiera cambiado – Mary Jean había interrumpido esa conversación.

- ¿Usted es? – Stear le preguntó a Mary Jean.

- Soy Mary Jean, la enfermera de Candy – mencionó la anciana.

- Ya nos habían hablado de usted, mucho gusto – los chicos saludaron al mismo tiempo.

- Igualmente jóvenes y si ahora nos disculpan, nos retiramos a nuestras habitaciones, ha sido un día largo para mi niña traviesa y tiene que descansar – consideró Mary Jean.

- Está bien, hasta luego Candy – se despidieron un tanto tristes.

- Adiós – se despidió ella.

Memorias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora