Capítulo XXI

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Albert salió de la biblioteca con una sonrisa premeditada, pensó que las cosas no darían ese resultado, pero todo cambió a su favor, si Terry había prometido por su honor, tendría toda la libertad frente a él y podría confiarle más a Candy, ya que George tenía pendientes unos negocios en Inglaterra y no podría posponerlos más, tendría que regresar pronto y que mejor que ella tuviera en quién apoyarse. Cuando Candy le había dado la noticia de la relación entre ella y Terry, su alegría no era momentánea al embromarla, le dio gusto que por fin haya aclarado la duda de George y Dorothy, porque él no estaba enamorado de su pequeña, sólo que con la reciente muerte de su más preciado sobrino, si hubiera perdido a Candy, sería comparable a la pérdida de su adorable hermana y todo lo que ella significaba.

Candy y Terry salieron de la biblioteca y se sentaron en el césped del jardín.

- ¿Qué piensas? – preguntó Candy.

- Pues que debió quererte mucho cuando te ofreció pertenecer a su familia – dijo él sinceramente.

- Sí, supongo – le soltó ella.

- ¡Qué idiota fui Candy! Todo por estos estúpidos celos – le dijo insultándose.

- Pues sí, pero no tenías que desconfiar de él. Digamos que sólo tienes tu merecido – le dijo sonriéndole.

- ¡Qué linda eres conmigo! –le dijo en un tono sarcástico.

- No, no lo soy contigo, sino con tus celos – le aclaró ella.

- Pero cómo no tener celos con esos lindos ojos – le coqueteó descaradamente.

- ¡Terry! Deja de hacer eso, ¿no es hora de que vayas a tu casa? – le sugirió.

- ¡Ah, me corres! Me siento desilusionado – dijo él haciendo pucheros.

- No amor, pero si no te vas no me resistiré mas y nos pueden ver – le dio un beso a su dedo índice y luego lo puso sobre los labios de él.

- Ah pero eso lo arreglaremos, ven – la jaló hacia él.

- No Terry, me daría vergüenza que Albert nos viera – dijo ella levantándose rápidamente.

- No va a ver nada, ven pecosa, anda di que sí – le suplicaba Terry.

- Y cómo resistirse – respondió ella cuando ya la había acorralado, detrás de ella se encontraba uno de los pilares que adornaban el jardín.

Él se posesionó de esa boca tan sugerente, ella accedió a abrirla para profundizar el beso, las manos de él pasaban de los brazos a un frenético abrazo por la espalda, ella gimió por el placer que en ese momento le era concedido, buscaban más intimidad, tanta que fueron inevitablemente sorprendidos, Albert los había visto casualmente, carraspeó y contuvo una carcajada.

- Chicos que bueno que los encuentro, ¿no quieren cenar conmigo?, me siento muy solo – comentó Albert haciendo pucheros.

- ¡Albert! – dijo ella sintiendo que su rostro se tornaba enardecido, aunque a ciencia cierta no sabía si era porque los descubrió besándose o porque era el momento en que ella deseaba más de Terry, por lo cual ocultó su rostro en su pecho.

- Sí, en un momento vamos – dijo Terry aún con la voz enronquecida.

- Bueno tomen aire, que Dios les provea de mucho aire para que regresen a sus colores naturales...ah por cierto joven Grandchester, espero que sea más prudente que mi pequeña – sugirió él retirándose y soltando aquella carcajada que había contenido por muchos minutos mientras se dirigía a la biblioteca.

Memorias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora