Capítulo XVII

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Cuando llegaron al colegio George le abrió la puerta a William y este se cubrió con un sombrero poco tradicional para el tiempo y su larga y negra capa, pasó desapercibido, o al menos eso creía él. Caminó por los pasillos del colegio y luego de cerrar la puerta, vio como Mary Jean limpiaba la frente de Candy.

- Candy...mi pequeña - corrió apostándose al lado de ella.

- Señor Andley, no lo esperaba tan pronto. Cómo ve, la fiebre no ha cedido.

- Voy por más agua y un medicamento a la enfermería, permiso.

William le hablaba a ella conteniendo las lágrimas en la garganta.

- Candy...dime qué sucede, no puedo verte así, extraño...- una lágrima caía ya por su mejilla y su garganta no emitía ningún sonido-. Cuando murió Anthony me sentí devastado pues no podía presentarme ante la familia ni ante él, veía tu dolor a lo lejos como era ya mi costumbre, deseé estar ahí para ti...ahora no sé si tomé la mejor decisión, cuando apareció la noticia de que el Mauritania había naufragado me sentí terriblemente mal, no podía concebir la idea de saberte muerta, no en ese momento, era preferible cualquier cosa menos no tenerte conmigo, te extraño Candy, vuelve a mí, vuelve a mi vida, por favor – pedía Albert.

Los sucesos que acontecieron esa noche nadie podría haberlo adivinado, mientras Mary Jean y la hermana Kent esperaban en la enfermería, William estaba con Candy donde los delirios comenzaban y un silencioso Terry se colaba a la habitación de Candy para saber que hacía aquel hombre, llegó en el justo momento para malinterpretar su pedimento.

- ¿Quién se cree este tipo? – pensaba Terry.

- Albert...no llores, no morí en el Mauritania, estoy aquí contigo...no llores por favor, no podría con esta tristeza. Perdí a Anthony y no voy a permitir que sufras por mi causa – le dijo Candy a Albert en un hilo de voz.

- Candy...pero qué dices, no te dejaré, me entiendes...te quiero Candy, no me voy a ir aunque otros lo deseen.

Terry no esperaba oír esta confesión, qué pretendía hacer ese tipo, nadie tomaría el lugar que a él le correspondía.

- Albert, tengo mucha sed.

Albert retiró su mano, se quitó la capa y tiró el sombrero, Terry vio que era un hombre más grande que Candy, pero no alcanzó a verle la cara debido a la penumbra que emitía el lugar; Albert tomó una jarra que había en el buró y sirvió un poco de agua en un vaso, después se sentó al lado derecho de Candy y tomándola por la nuca le ayudó a tomar un poco de agua de vez en vez.

- Gracias – le agradecía Candy.

- De nada pequeña.

- Albert ¿qué haces aquí? – preguntó jadeando.

- Estaba durmiendo muy tranquilamente en casa cuando me avisaron que una princesa requería mi presencia y pues no me pude resistir, aunque la princesa exageró en la hora, ¿no te parece que es muy temprano? – haciéndole cosquillas con el dedo en la punta de su nariz.

- No debiste venir, aunque he de confesarte que es muy gratificante tenerte aquí...debido a que recordé a la señorita Pony – decía entusiasmada Candy.

- Qué bueno Candy, me sorprende – mencionó Albert.

- Clint, ya sé que no es un oso. Mi pequeño, lo extrañaré – dijo un poco triste.

- Si preciosa. Sabes, te extrañe mucho ¿y tú?- le preguntó un Albert por demás curioso.

- Yo también Albert...yo también - dijo Candy sonriendo. Albert...

Memorias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora