Capítulo VIII

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Stear se agarró la cabeza y ambos pronunciaron.

- Amnesia – repitieron al unísono.

- Bueno muchachos no pongan esa cara, ahora está mejor, hasta a mi me quitaron el cabestrillo. Sólo les pido que no alteren a Candy con los recuerdos y otra cosa los Leagan no saben su condición y espero que no se enteren, ustedes la ayudarán a que no se enfrente con ellos, de acuerdo – pidió George.

- Sí George, gracias –respondió apesumbrado Archie.

- Bueno chicos, con su permiso – George comenzaba a caminar cuando.

- ¡Eh! George ¿Candy se acuerda de nosotros? – dijo Stear preocupado.

- Acordarse, bueno, casi no se acuerda de nadie, salvo del Sr. Albert, de mí, de Anthony, pero aún no los recuerda a ustedes – dijo George un poco triste.

Sin ningún comentario Archie y Stear se dirigieron a su habitación, en completo silencio entraron a ella, uno se dejó caer en la cama y otro en la silla de la mesa de estudio, mirando a cualquier punto sin en realidad mirar; Archie observó el rostro de Stear y este último sólo le sonrió.

Mientras William llegaba a ver a George.

- Y bien ¿cómo te fue? – preguntó William preocupado.

- Bien, pero por un momento no sabía si reírme por sus caras o por lo que estaban pensando en realidad. Y la señorita Candy ¿como esta? – preguntó risueño.

- Me dio un tremendo susto – el rubio suspiró riéndose aún por sus travesuras.

- Ahora ¿qué sucedió? – riéndose ante el suspiro de William.

Mientras esperaban a su visitante, William le contó con lujo de detalles la travesura no tan travesura de Candy y Puppet.

- Bueno una menos, ya recordó a Dorothy – respiró George aliviado.

- Si la pobre Dorothy hasta a llorar se puso. Bueno me voy a ocultar para la visita de Terrence –caminó hasta un armario fingido en una de las paredes de la habitación.

- Si William, Terrence ya no tarda en llegar – animó a William.

Toc, toc.

William se metió inmediatamente en el armario y George le indicó a Terrence que entrara.

- Adelante – pidió George.

- ¿Sr. Johnson? No me imaginaba siquiera que fuera usted el que me visitaba – dijo Terrence muy extrañado.

- Buenas tardes joven Grandchester. De hecho quería hablar con usted sobre un asunto...el Mauritania – sugirió George.

Terry se quedó pensativo.

- Pues realmente me he quedado impactado. ¿Cuál es su interés? – preguntó, tratando de buscar una respuesta a su insistentes visitas.

- Pues de hecho el interés es de sir Andley, por lo tanto él quiere hacerle unas preguntas – dijo George extendiendo sus manos y sin alterarse.

- Sí claro, pero a Sir William Andley nadie lo conoce – dijo Terrence alzando la ceja brevemente ante la cuestión.

- En efecto nadie lo conoce, pero en su representación puedo ayudarle con este favor, ¿me quiere ayudar joven Grandchester? – preguntó George probando si él quería ayudarlo.

- Claro, ¿usted dirá? – respondió aún no muy convencido.

- Me gustaría saber ¿qué es lo que recuerda antes de que comenzara a hundirse el Mauritania? – al mismo tiempo que él rememoraba sus recuerdos.

- Antes debo decirle la historia completa, una noche antes conocí a una chica, eran los ojos verdes más bonitos que he visto, pero antes de que se diera la alarma, corrió hacia los camarotes, de hecho no actué como mi padre hubiese querido, no le pregunté su apellido, solo sé su nombre: Candy. En tan solo unos segundos se oyó un golpe en el casco del trasatlántico y ella gritaba un nombre, la gente se arremolinaba en la cubierta mirando hacia abajo para ver qué ocurría, un barco mercante que pasaba por ahí se estrelló con el Mauritania, no eran comunes y menos en mar abierto, pero los hay en algunas ocasiones.

Todo era terror, los pocos hombres sobrevivientes se encontraban heridos a escasos metros, el choque de los barcos fue completamente invasivo, no hubo tiempo de ir a los botes salvavidas y comenzó a hundirse rápidamente. Candy buscaba algo en su camarote, pero al no encontrarlo salió para buscarlo, el barco se sumergía del lado de la propela, algo ilógico por supuesto, pero estaba sucediendo, ella se agarraba de los barandales para que no cayera, de pronto un mapache corrió hacia ella y ella lloraba amargamente, los barandales de primera clase comenzaban a caer y uno de ellos cayó en la cabeza de Candy, ocasionándole un desmayo, corrí hacia ella como pude, en ese momento usted la tomaba de la cintura, pero se apartó exactamente cuándo nos zambullimos en el mar, el empuje del barco hizo irnos por unos momentos con él, salí los más rápido que pude, sólo alcancé a ver a usted con el coatí en los brazos – algo que él ignoraba totalmente- un alférez de marina ayudaba a Candy, no lograba despertarla, nadé hacia ellos y encontré un bote sin daños en el camino.

Rápidamente me subí y remé hacia Candy, pero ya no los capté nuevamente; días después me rescataba un buque pescante y aquí estoy. No tuve grandes problemas de salud y como ya le dije esos ojos verdes se hundieron con el Mauritania – terminó de contar Terrence un tanto triste.

- Eso es todo, joven Grandchester – recalcó el fin de la historia.

- Sí, eso es todo. ¿Puedo ayudarle en algo más? – le ofreció algunas preguntas más.

- No, pero gracias por su relato – agradeció George por las molestias.

- Si hay algo más que yo pueda hacer, no dude en informarme – ofrecía nuevamente su ayuda.

- Sí gracias, hasta luego joven Grandchester – se despidió de él un amable George.

- Hasta pronto, con su permiso - se despidió y retiró.

- Con razón Candy no recuerda nada, ese golpe debió ser terrible, debemos informar al doctor Robson – dijo William al salir del armario, había escuchado todo muy claramente.

- Con gusto lo haré por ti. Nos vamos – sugirió George.

- Sí claro George. Mi pequeña ya debe de haber despertado – cabía dentro de las posibilidades.

Memorias de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora