Señales I

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-¡¡¡Buu!!!

-¡¡¡Mamá!!! Estaba en la mejor parte- dije mientras fingía no estar asustado.

-Es cierto. Pero ya es tarde- Dijo ella con la dulce, aunque firme, voz que poseía-. Y tienes que ir a clase mañana.

-¡Pfff!- suspire. Poniendo mis ojos en blanco-. Lo sé. Pero me da flojera.

Mi madre soltó una carcajada al escuchar la palabra flojera. Nunca supe por qué le parecía tan graciosa aquella palabra.

-Tu madre tiene razón, Aaron- dijo mi padre, mientras se calmaba del susto que nos había dado mi madre hace unos minutos. Siempre que me contaba esas historias se perdía en su mundo, y mi madre lo devolvía al mundo real con un susto. Los cuentos de papá me parecían emocionantes. No importaba cuantas veces los repitiera, para mi eran increíbles.

Al igual que mi padre, me perdía en mi mundo al escuchar estas historias. Las imágenes que se formaba en mi mente, cada vez que mi padre contaba estos cuentos, parecían tan reales que casi pareciera que había viajado en el tiempo.

Aunque muchas personas prefirieran celulares u ordenadores, yo me conformaba con libros sobre magia.

En pleno siglo XXI, muchas personas creen que escuchar historias de la edad media es lo más parecido a una pesadilla. Al menos eso era lo que pensaba mi hermano, Alan. Era un año menor que yo, le gustaba ir a comer con sus amigos, jugar futbol, hacer travesuras; pero era demasiado holgazán como para practicar un deporte. A mí, en cambio, me gustaba estudiar, leer, ver documentales sobre personajes históricos como Darwin o Einstein.

Faltaban dos meses para mi cumpleaños. Alan y yo habíamos nacido el mismo día, en el mismo mes. Así que hacer las fiestas era más fácil. Ese año yo cumplía 17, el 16.

-¿De qué tema quieres la fiesta este año?- preguntó mi padre al salir.

-No lo sé. No lo he pensado aun- dije pensativo mientras me dirigía a mi cama.

-Hay un tema que no has usado aun- dijo mi madre con un tono alegre y burlesco. Ella era de esas mujeres que siempre estaba de buen humor. De las que solo algo muy, muy, MUY importante le quitaba la sonrisa de la cara.

Siempre me pregunte por que era tan feliz. Quizás era porque escogió al hombre correcto, o porque tenía la familia que siempre quiso. Nunca pude sacarme esa duda de la cabeza.

-¡Maestros de los elementos!- dije saltando sobre mi cama, tan emocionado que casi me doy en la cabeza con el techo- ¡Eso sería increíble!

-Luego lo hablamos hijo- dijo mi padre con una sonrisa en la cara- Pero ahora tienes que pensar en tus estudios. Hasta mañana.

Mi padre era del tipo firme pero amoroso. Siempre dispuesto a acompañar a sus hijos en lo que fuera. Llevaba regalos todas las semanas a mi madre. Nunca llegó a casa con las manos vacías o con algún regalo repetido, aunque tuviera que hacerlo él mismo. ¿Sería esa la razón de la alegría constante de mamá?

-Vas a cumplir 17 años y aun sigues pareciendo un infante frente a un mago- dijo Alan en el marco de mi puerta mientras enviaba mensajes de texto.

Antes de que pudiera decir nada, él se estaba yendo a su habitación. No podía creer que a una persona le fastidiaran tanto las historias fantásticas.

Olvidando ese episodio, apagué la luz del cuarto y me metí en la cama de un salto. Mire hacia arriba y algo llamó mi atención. Había una grieta circular en el techo con la forma de mi cabeza. Era extraño, pero no le di importancia. Me dormí pensando en el cumpleaños.

Sentí algo extraño por mi columna, creí que eran los nervios. Si lo eran, me pareció muy raro. Había tenido nervios antes, como cualquier otro. Pero estos nervios eran muy diferentes. Pensé en las clases, intentando olvidar aquella sensación, y al cabo de unos minutos, dormí como un bebé.

BalanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora