Magicae

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-Hola, niños- dijo mamá con su alegría característica cuando Alan y yo llegamos a casa- ¿Dónde habían estado toda la mañana?

-Salimos a correr- respondió Alan.

-Casi toda la mañana- terminé la oración-. Parecía alma que lleva el diablo- dije señalando a Alan.

-Bien, entonces, vayan a lavarse y bajan a comer.

Subimos las escaleras y cada uno fue por su lado. Fui al baño y me miré en el espejo. El corte de la mejilla había desaparecido. Pero aún podía sentir el relieve de una cicatriz en ese mismo punto. Luego de molestar un rato mi cara, decidí entrar en la regadera. El agua caliente hacía que el vapor en el baño abundara. Terminé de ducharme y procedí a vestirme con la misma ropa que había tenido toda la mañana.

Cuando el vapor se hubo disipado en su mayoría, limpié el vaho del espejo para hacer un intento de peinado con mi cabello. Mientras acribillaba mi cuero cabelludo con mis manos, escuché un sonido gutural en la bañera. Dejé de moverme para escuchar mejor pero no se oyó nada más.

«Solo es agua que se está filtrando a las tuberías», me dije a mi mismo. Intenté disipar el vapor por debajo de la puerta. Seguí con lo mío por un momento hasta que escuché algo de nuevo; pero esta vez, se escuchó un gruñido amortiguado por el agua, como si el animal, o cosa, estuviera bajo la superficie de algún lago.

A diferencia del anterior, este sonido fue producido detrás de mí. Volteé la cabeza y, a pesar de que me había desecho de la nube de agua evaporada, no pude ver más allá de mi nariz.

Giré mi cabeza al espejo, en el cual pude ver con claridad mi rostro y, detrás de él, un gran perro con algo parecido a una mano en el final de la larga cola.

El pelaje marrón asentado al cuerpo, como si estuviera mojado. Las largas patas delanteras tenían membranas entre los dedos, que terminaban en pequeñas y afiladas garras. El largo cuello terminaba en la cara de un mono con una expresión horripilante. Los colmillos descubiertos parecían un par de cuchillas y los oscuros ojos inspiraban miedo y respeto a la vez. Su pelaje parecía erizarse poco a poco cada vez que sus gruñidos ganaban intensidad.

Levantó la mano de su cola y la apuntó hacia mi pecho. La mantuvo en el aire varios eternos segundos mientras formaba pequeñas esferas negras, cerró la mano en un puño y todas las bolas se unieron en una sola. Tiró aquella masa hacia atrás y la catapultó de nuevo hacia adelante. Hacia mí.

Cerré los ojos cuando sentí aquel poder en mí sobre mi espalda y el estómago me dio un vuelco.

Una vez mi retina volvió a percibir la luz, me encontraba en el baño frente al espejo, con los ojos azules y brillantes devolviéndome la mirada.

-Ya. Suelten la bomba- dijo Alan mientras terminábamos de almorzar.

Cuando llegamos a la mesa, mis padres estaban nerviosos y emocionados al mismo tiempo. Intentaban ocultarlo, pero eran pésimos en ello.

Se mantuvieron así durante toda la comitiva. Callados y mucho menos habladores que antes.

-No son buenos ocultando cosas- dije-, y lo saben.

Intercambiaron miradas y soltaron varias risitas.

-Su padre y yo- empezó mamá-, hemos estado pensando en tener otro hijo.

Tomados de las manos nos miraron suplicantes. Con los ojos vidriosos. Como si esperaran nuestra aprobación.

Los sonidos del exterior pasaron a ser lo único que se escuchaba.

Las palabras estaban atoradas en mi garganta. Alan se había ahogado con una cucharada de comida.

-En realidad- dijo papá-, queremos una hija.

BalanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora