XXVIII

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— ¡Hermione! — corrí a su lado, pero ella parecía estar en un tipo de trance. 


Todos corrieron a la habitación en la que nos encontrábamos, pero como si de un muro invisible se tratara, pararon en seco bajo el marco de la puerta a ver lo que había sucedido. Solo se escuchaban respiraciones agitadas. 

Hermione se sentó lentamente, sin decir palabra, con la mirada fija en algún rincón perdido. 


— Está en shock, que alguien la ayude a subir. — dijo Harry, y Ginny se acercó y la tomó del brazo. Ella la siguió como si de un movimiento automático se tratase. Desapareciendo las dos por las empinadas escaleras. 

— ¿Qué hacemos ahora? — pregunté. 

— ¿Hacemos? ¿No es bastante obvio? — preguntó Ron con un marcado tono irónico, para luego dejar de mirarme y mirar a Harry — Tienen que irse, Harry. Todo es su culpa, desde que _____ empezó el jueguito de los revolcones con Malfoy todo ha empeorado. Ataques y más ataques, ¡y ahora malditos mortífagos entrando por esa puerta! — hablaba como si yo no estuviese ahí. 

— JA! Claro Weasley, porque _____ y yo revolcándonos es lo único que está mal en esta situación. No. Es lo único que está mal en TODO EL MUNDO MAGICO. Es más, nuestros revolcones revivieron a Voldemort, así de poderosos son. — dijo el el rey de la ironía. 

— Nadie se va. — cortó mi primo —  No volveremos a dejar que _____ pase por lo mismo. Y Draco acaba de sentar, muy obviamente, su postura. 

— Bueno, todavía me caes mal Potter. 

— Tu a mí no tanto. 


Los dos rieron. 


Miré a Molly y a Arthur, quienes sonreían con un aire de satisfacción. ¿Acaso todos habían previsto y esperado este momento? 

Ron simplemente se quedó callado, con el ceño fruncido, y yo le entendía. Odiaba a Draco, siempre lo había odiado. Unos minutos antes Hermione le había pedido que se quedara en plena batalla, y eso le costó una maldita marca recordándole que era una sangre sucia. Algo que le había pesado toda la vida y ahora lo llevaría para siempre. 

El aire pareció mejorar tanto que hasta salieron unas bromas de los gemelos Weasley. Hasta que el timbre de la casa empezó a sonar sin parar, hasta resultar ser un sonido estridente. El suelo tembló de nuevo. Corrimos por el pequeño pasillo y frenamos sobre nuestros pies cuando vimos la puerta principal volar por los aires. Jamás se habían ido. Solo habían estado esperando. 

Harry actuó rápido. Gritando ordenes para todos. 


— Molly y Arthur quédense juntos. Ron, ve arriba y cuida a Hermione y Ginny, _____ peleará conmigo. Draco y los gemelos cuídense las espaldas. 


— ¡Ataquen! — Gritó Greyback, la mano derecha de Bellatrix. 


Habían llamado a más mortífagos y carroñeros, ahora nos superaban ampliamente en número. Se había librado una batalla en plena calle, ya no les importaban los muggles o las reglas. Tenían un objetivo y estaban dispuestos a cumplirlo. 

Entre hechizos miré a mi alrededor y vi a Bellatriz parada con una cínica sonrisa sin hacer nada. Me heló la sangre. 

No pasó demasiado para que todos quedemos en desventaja. A Fred Weasley le estaban poniendo una varita en el cuello y le obligaron a tirar la suya al suelo. 


— Harry, ¡corre! tienes que huir. — le supliqué. Sabía que no sería tan fácil lograr que nos abandone. Pero si lo atrapaban a él, no había retorno. 


Le apunté con la varita. Me miró sorprendido. 


Lo haré si no te vas. 


Se alejó lentamente y entonces un expelliarmus llegó a mí. Mi varita salió volando y un carroñero me tomó por los hombros. Sentí mi piel arder ante la presión que estaba ejerciendo. 

Cuando moví la cabeza vi a todos en la misma posición.  Bellatrix tenía a Draco enfrente a ella, lo estaba agarrando del hombro con una mano, y poniéndole la varita en la garganta con la otra. Él me miraba, suplicante.


— Trae a la niña — ordenó Bellatrix, nadie se movió, entonces ahora gritó — QUE LA TRAIGAS AQUI. 


El carroñero que me sujetaba por los hombros me obligó a moverme hasta quedar de frente a ellos. 


— Volveré. — dijo Draco, mirándola fijamente — volveré contigo y recibiré cuantos crucios quieras si dejas que se vaya. 

— Este, es un recordatorio. — le respondió, con una tenebrosa amabilidad. Bajó lentamente la mano con la que le estaba sujetando el hombro, acariciándole el brazo. Le levantó la camisa blanca, y su piel casi igual de pálida quedó al descubierto.  — No importa lo que hagas, Draco. — le sacó la varita del cuello y la ubicó sobre su brazo. Sabía lo que pasaría, empecé a llorar en silencio. Las siguientes palabras retumbaron en mi mente, 


 Siempre serás, un maldito mortífago. 



La marca emergió sobre su piel. Negra verdosa. Mientras ellos se elevaban por los aires en oscuras nebulosas, y nos dejaban solos en la calle. Rotos. 



Vida mágica. (Draco Malfoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora