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Entré a la habitación y fui directamente a la cama, pensando en cuanto necesitaba esas horas de sueño. Me acurruqué y cerré los ojos, pero no tardaron en aparecer imágenes de la última vez que había estado aquí. Me sentía cansada, ya no tenía fuerzas para abrir los ojos, pero tampoco podía dormir. 

Todos los recientes sucesos, más los malos recuerdos del lugar me pegaron de repente, y en menos de lo que pude darme cuenta, estaba sollozando en medio de la oscuridad. Las lágrimas caían pesadas mojando la almohada, y me sentía muy débil, física y mentalmente. Estaba cansada. Me recordé a mí misma hace tan solo unas semanas, diciendo que si había una guerra era más grande que nosotros, que no nos preocupáramos porque éramos simplemente niños. ¡Qué equivocada estaba!

Escuché unos golpecitos leves en la puerta y me levanté. La no tan amable mucama del Caldero Chorreante me pasó una bandeja con la comida que había pedido, pero que sinceramente había olvidado. Ya no tenía hambre, así que lo dejé en la mesita del borde de la cama y volví a tumbarme. 

Cerré los ojos y respiré profundo, me latía la sien a consecuencia del repentino e intenso ataque de llanto.  Sentí que empezaba a quedarme dormida cuando volvieron a tocar la puerta. Fui a abrirla automáticamente para encontrarme a un ojeroso Draco. 


— Te ves terrible. — sentí una pizca de preocupación en su voz, aunque seguía con un tono bastante frío. 

— Gracias. Tú igual. 

— Tal vez es porque acabo de convertirme en un mortífago. — respondió en tono neutro. 


No sabía que decir. Tal vez era un reproche, yo no tenía derecho a sentirme mal, era él quien estaba pasando por cosas terribles. 


— Era una broma. 

— Ah. 

— ¿Puedo pasar?


No dije nada, simplemente me aparté un poco y el entró. 


— ¿Qué te sucede? — permaneció parado en la oscuridad. 

— No es nada. — respondí — puedes dormir aquí. 

— No quiero tocarte. 


Y yo que sólo quería abrazarlo... 


— Pues podrías dormir en aquel sofá. — señalé un rincón de la habitación que era prácticamente invisible, pues seguíamos a oscuras. 


Simplemente se dirigió hacia ahí y yo me dirigí a la cama. Me tumbé y me quedé mirando el gastado techo cuando mis ojos se ajustaron a la falta de luz. 


— ¿Ahora me dirás qué te sucede? — rompió el silencio. 

— Siento que no tengo derecho a quejarme, en comparación contigo. 

— Lo mío sucedería tarde o temprano. Solo tengo que acostumbrarme. Ahora, dime. 

— La última vez que estuve en este lugar fue cuando los mortífagos vinieron a buscarme para luego llevarme a tu casa.

— Lo siento. 

— No es sólo eso. Fue el día en que me di cuenta de que no era como Harry. 

— ¿A qué te refieres? 

— No soy tan fuerte como él. Soy más bien, débil. Aquel día me lanzaron un sólo crucio, y mi cuerpo colapsó. Empecé a sangrar por la nariz y la boca. De los ataques posteriores ni hablar, sigo sintiendo que me duelen los huesos. No tengo sangre de héroe. Siempre lo supe, los sangre sucia siempre estamos en desventaja. 


Silencio. 


— Sabes que eso no es cierto. 

— ¿Ahora no puedes decirlo?


No quería atacarlo. Pero años de haber escuchado esas palabras de su boca algún día pasarían factura. Además del hecho de que, aparentemente estaba enojada por el por haberme hecho la ley del hielo anteriormente. 


— Perdón — dije, no lo sentía y él lo sabía. Me callé unos minutos, eligiendo bien las palabras, y luego continué.

— No me importa que seas un mortífago. 

— Y a mí no me importa que seas una sangre sucia. 

— Genial. 

— Somos una gran pareja de marginados sociales. 

— Lo somos. 

Vida mágica. (Draco Malfoy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora