Mushu

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Entramos en casa y me puse a preparar su jaula, sin comedero ni palos ni nada. Con lo incapaz que era de moverse lo único que pensé útil para él, era poner algún trapo que le ayudase a no enfriarse, ni rodar por el suelo de esta. No es que estuviese gordito es que no se sostenía, sólo se movía con mucha torpeza y sin finalidad. Mi hijo y mi esposa, no paraban de decirle cosas bonitas. Incluso algún piropo.

—Que cosa más pequeñita —mi esposa lo tocaba con la punta del dedo, a modo de caricia, mientras le hablaba con dulzura.

—Hola Mushu —mi hijo lo sostenía todavía entre sus manos. El pobre animalillo seguía con el tembleque de la calva cabecilla, parpadeando de forma descoordinada. Luchando con las caricias de mi esposa, que aún con cuidado lo movía estirando su piel con cada toque.

—Eres tan chiquitito —le susurraba mi esposa— que da pena tocarte. Eres adorable —le decía alargando la "e" acariciando su diminuto pico curvado.

Así estuvieron un buen rato mientras yo me encargaba de ordenar y preparar todo. Estaban muy felices con su llegada, cosa que a mi me bastaba. Al menos hasta que terminé de preparar su habitación (jaula). Anochecía y teníamos que preparar nuestra cena e iba siendo la hora de comprobar si tenía que darle de comer, momento más temido para mí.

Tras calentar el agua, leer por quinta o sexta vez las instrucciones de preparación, hacer la mezcla y salir una cantidad desmesurada de papilla; mi hijo puso al animalillo en un improvisado nido de tela, que había puesto yo sobre la mesa de la cocina para ese momento, colocándose junto a mi esposa para ver como me disponía a dar de comer por primera vez a Mushu.

Mentalmente me repetía «no puede ser tan difícil», moví con cuidado su calva cabecita para un lado, tenía que asegurarme que no tenía comida en su buche. Apenas lo tenía hinchado, mientras que algunos de los pajarillos que vimos, incluido los que estaba con él en su mismo nido, tenían un bulto dos veces más grande que su propia cabeza. Desde luego Mushu estaba escuchimizado en comparación con sus propios hermanos.

—Parece que aún le queda comida, ¿esperamos a mañana para darle de comer? —pregunté esperanzado. Deseaba retrasar en lo posible ese momento.

—No, vamos a darle de comer un poco —me dijo mi esposa mimosa, mientras se acercaba y lo volvía a acariciar con la punta del dedo, el animalillo no daba más de sí—. Una buena cena y a dormir, hasta mañana.

—Esta bien.

Soné derrotado, pero ver a mi esposa a un lado y a nuestro hijo al otro, esperando atentos a ese momento, me animó a coger la sonda y empezar a acercarla al animalillo, que seguía con su baile de san vito, sin imaginar lo que le esperaba, seguro que tampoco es que imaginase nada en particular. Me empezaron a temblar las manos, cuanto más lo acercaba, más me temblaban. El animalillo se mostró indiferente ante el objeto que había puesto junto a su pico.

—Deja salir un poco de papilla —mi esposa tampoco entendía porque no comía—, mancha su pico, que lo saboree así seguro que quiere comer.

—De acuerdo —lo separé de su boca y apreté un poco para que se manchase la sonda, con idea de acercarla a su pico.

Ésa era la intención, lo que sucedió fue que salió un chorro de papilla disparado manchando todo el armario donde se estrelló, salpicando todo a su alrededor por la fuerza del choque. Parecía una pistola de agua. Nos quedamos mirando los tres la mancha de papilla sorprendidos y después la sonda. ¿Cómo se suponía que iba conseguir darle de comer sin hacer que el pobre animalillo acabara hinchado como un globo?

Hola, me llamo Mushu ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora