¿Dónde estas?

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***


Esperamos ansiosos oír sonar el móvil durante la comida, no pudimos casi probarla. Clara contenía las arcadas que los nervios le producían aferrándose a su estomago, siempre le ocurre cuando algo le preocupa. Durante la comida hablamos sobre qué hacer, Jaime y Clara propusieron salir a preguntar casa por casa, quizás alguien podía decirnos algo. Pensé que sería perder el tiempo, pero peor se me hacía la idea de quedarnos en casa esperando oír sonar el móvil.

Clara se quedaría por si volvía, Jaime y yo salimos con un cartel, figurándome que cuando preguntara por un agapornis nos dirían «aga ¿qué?». A pesar de vivir varios años allí, casi no conocíamos a nadie del barrio, nada más allá de un «Hola» o « Buenos días» y cosas así, tan sólo los dos vecinos más cercanos y porque casualmente eran familia de Clara. Cada paso que daba en dirección a la casa más cercana, más convencido estaba de que sería perder el tiempo, pero la posibilidad, por mínima que fuese de encontrarlo, me hizo tragarme la vergüenza. Preparé mi mejor sonrisa y me dispuse a tocar el primer timbre.

—¿Si? —respondieron por el telefonillo del mismo timbre.

—Buenas tardes —miré si tenía cámara y al no verla le dije—: soy su vecino. Vengo a preguntar si has visto un pájaro. Un agapornis. Ayer...

—Un ¿qué? —me interrumpió y además con la pregunta que ya me esperaba.

—Tengo una foto del animal, si quieres puedes verlo —esperé paciente. Tras lo que me pareció una eternidad, por fin abrió la puerta y con mi mejor sonrisa levante la hoja—. Es este.

—Sí —cogió la hoja. Se me aceleró el pulso y la sonrisa pasó a ser real—. Hace unos días —sentí caer una losa sobre mis ánimos, la sonrisa quedó en un rictus—, estaba en mi terraza cuando estaba tendiendo la ropa.

—¿Ayer por la tarde lo viste? —quizás con suerte podía decirme algo útil.

—No, hace unos días que no lo veo. A veces esta por aquí, por las ventanas —seguro que intentando entrar pensé. Mushu no tenía porqué, pero estaba claro que esa era su intención—. ¿Es tuyo? —Me devolvió la hoja.

—Sí, es nuestra mascota —¿Qué le iba a decir? Que lo buscamos por gusto.

—¿Se ha escapado? —La mujer, acababa de ver la hoja, pero estaba claro que no había leído lo que decía.

—No —intenté sonar cordial, aunque por dentro me sentía morir—, siempre lo dejamos salir. Ayer por la tarde, sobre las cinco...

—¿Y no se va? —me interrumpió. Parecía no creerme—. Ayer no lo vi, pero siempre lo veo con los hijos de Lucía —señaló la casa de su vecina—, pregúntale.

—Muchas gracias —soné algo cortante y ni me detuve a despedirme en condiciones.

La primera vecina no volvió a su casa, se quedó esperando a nuestro lado. Llamé al timbre de la casa de al lado, con la urgente necesidad de oír buenas noticias. No respondió al primer toque, ni al segundo, dudando de insistir una tercera vez, pensé en volver más tarde y la puerta se abrió de golpe.

—Hola —saludé a una sorprendida mujer. Me pareció que esperaba encontrarse a otra persona.

—¿Querías algo? —parecía estar de mal humor.

—Estamos buscando a nuestra mascota Mushu, es un agapornis —levanté la hoja a la altura de su cara, su gesto serio no cambió ni una décima de segundo—. Por casualidad, ¿lo has visto?

Hola, me llamo Mushu ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora