Primer «lo siento»

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Clara trató de que Roseicollis entrase sóla en su jaula. No estuvo ni cinco minutos fuera de ésta y lo único que quería era estar sobre los hombros. Volaba bien, pero no subía hasta ningún sitio. Quería estar sobre nosotros y yo por nada del universo iba a permitir que me tocara. Mi mujer soportaba toda su agresividad, había que tener en cuenta que el animal podía ser así de piraña por estar asustada; yo gritaba cada vez que la veía volar en mi dirección. Clara consiguió meterla en su jaula, mientras el ave daba pellizcos rápidos, me recordó a esos dibujos animados donde uno se come una mazorca de maíz al compás del sonido de una máquina de escribir, con "clin" final incluido para continuar tras el retroceso.

Una vez dentro de su jaula, decidimos dejarla tranquila. La lleve al salón y nos fuimos fuera a pasar la tarde, hablando y teorizando sobre la piraña amarilla. Jaime tenía prohibido acercarse a ella y decidimos no soltarla cuando él estuviera en casa. Sé que soltar a esa piraña después de lo vivido era una locura, pero no estábamos dispuestos a dejarla encerrada siempre. Eso sí, Clara decía que ella se encargaría de ayudarme y vigilar, de no ser así no estaba dispuesto a ello. Roseicollis tenía que demostrarme lo buena y agradable que era en realidad, ya que ninguna de todas las teorías que hablamos para justificar su comportamiento, me hizo cambiar de opinión sobre ella. Si antes del celo, podía haber sido tan dulce como su exdueño me contó, me lo iba a tener que demostrar y probar. Incluso a la hora de limpiar su jaula, me negaba a sacarla y encima, como aves inteligentes que son, no tardó ni tres días en comprender que a primera hora de la mañana le limpiabamos la base de su jaula donde podías encontrar tres kilos de mierda, rellenabamos su comedero y bebedero.

El primer día se mantuvo en una de las varillas y tras desencajar la base la coloqué a un lado para que ella observara lo que hacía, demostrarle que no era una amenaza, que no le iba a molestar ni tocar; en pocas palabras respetar su espacio personal y permitir que tomase confianza con nosotros a su ritmo o por lo menos no asustarse ante nuestra presencia. Ella se quedó mirando y parecía atenta a todos mis movimientos, sólo era su primer día con nosotros, verla aterrada por lo que yo hacía no me pareció extraño. Volví a colocar la base a la jaula y ella con mucha desconfianza se acercó a su comedero, comió con prisas apenas probó el agua y subió a una de las varas igual de nerviosa, sin dejar de observar cada uno de mis movimientos.

Al segundo día me dispuse a limpiar su jaula y todo sucedió de igual modo. Al tercer día ocurrió lo que menos esperaba, ella bajó de su vara y esperó a que desencajara la base, en cuando tuvo mi mano cerca de la jaula quiso picarme. Gracias a mi entrenamiento con Mushu, había adquirido buenos reflejos y no llegó a tocarme. Se negaba a subir a la vara, no tenía intención de dejarle salir y aproveché su interés por agredirme para hacerle subir a las varillas de su jaula, desencajado la base con una mano, en el instante que ésta lanzaba repetidos picotazos a la otra, pues fingía querer posarla sobre la jaula.

Probamos a dejarle salir en alguna ocasión para que estirarse sus alas, con la mejor de las intenciones, pero con los mismos resultados, por lo que para mi sólo consiguió que desconfiase todavía más de ella. Al menos con Mushu no era tan agresiva. Llegaron a interactuar e incluso estar cerca con aparente tranquilidad. Había una gran diferencia de tamaño, no es que fuera demasiada, pero desde luego Mushu parecía poca cosa a su lado. Ambos se escrutaban y toleraban, sin ningún interés romántico. En ocasiones hasta parecían imitar lo que hacían. Cuando Mushu cogía algo con su pico y empezaba a darle vueltas, si se le caía, ella se acercaba con curiosidad lo cogía y alejándose lo estudiaba con interés, sin permitir que él se lo quitase. Si Mushu comenzaba una de sus sesiones de acicalado, ella siempre vigilante, comenzaba con la suya. Si Mushu se bañaba en su piscina, por cierto sus baños son dignos de contar; ella se quedaba en la orilla y en ocasiones se mojaba la cabeza.

Hola, me llamo Mushu ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora