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No se movió ni un milímetro, nos miraba con ojos desorbitados, con lo pequeños que eran en realidad. Vimos desde abajo que respiraba con dificultad. Conseguí alcanzar a Mushu con ayuda de una silla. En cuando lo baje Clara lo cogió y comenzó a examinarlo, buscando cualquier herida o lesión. El pobre hacía ruiditos de dolor al presionar su pecho, pero no tenía ninguna herida y al abrir sus alas o mover sus patas no se quejaba.
Yo estaba a su lado observando atento, sin poder decir una sola palabra, porque todas, tanto buenas como malas, se agolpaban en mi garganta y juntas no podían salir ni ser pronunciadas a la vez. En cuando Clara lo dejó quieto, posado sobre su palma con la respiración de pronto acelerada y su mirada delatando lo asustado que aún seguía; voló hacia mí y se metió por el cuello de mi camiseta, buscando refugio entre la ropa. Se cobijó en un lado, dejándome sorprendido, puesto que Clara siempre fue su recurso cuando algo o alguien le molestaba.
—No lo entiendo, ¿qué le habrá pasado? —increpó Clara, a nadie en particular, porque nada sabíamos de lo que que le podía haber pasado.
—Parece que sólo esta dolorido —mantenía a Mushu en el interior de la camiseta mientras volvimos a casa—, quizás se haya dado un golpe o alguien lo ha cogido de malas maneras, dándole un manotazo o algo.
—¡A saber! —exclamó furiosa—. Puede que el muy tonto se haya metido donde Tango. Con lo maniático que es.
—Podría ser, pero ahora da igual.
Una vez en casa seguimos especulando con lo sucedido. Mushu no quería salir de mi camiseta, lo dejé estar, vigilando que no se resbalara y continúe mis tareas lo mejor que pude. No quiso salir en todo el día, sólo lo conseguí sacar lo justo para hacer que hiciera popó, en cuando lo hacía volvía a querer esconderse en mi ropa. No probó bocado, ni bebió agua. Al volver Clara de recoger a Jaime del colegio, el niño nos dio una regañina de campeonato. Esta vez sí aceptamos cortarle las alas, en el mismo momento que lo viesemos mejor, lo haríamos, no había vuelta atrás.
En la noche, lo saque de mi ropa entre débiles "chuis" tono me duele, para dejarlo en su cama. Parecía estar más dolorido. Se metió en su cama y removió la sabana para cobijarse en su interior. Sin ruido de pico de placer, sin "chúplib" de buenas noches, nada. Se quedo quieto, en silencio. Tanto que imaginamos lo peor, y lo llame varias veces, hasta que soltó un "shui" tono "qué" muy débil.
Jaime volvió a remover el asunto durante la cena, insistiendo en que debíamos haber cortado sus alas hace mucho. No faltaron hipótesis sobre lo que le pudo haber pasado, incluyendo el posible ataque de algún animal, aunque yo sospechaba más de alguna persona, no el alguien en particular de las que conocemos, si no, en que el daño se lo había hecho una mano al cogerlo mal, por sorpresa.
Durante la noche, para cuando conseguimos dormir, Clara y yo, habíamos hablado sobre cómo remediar la tragedia que supone para Mushu no poder volar. Siempre esta suelto en casa y cuando vuela por el barrio se le veía muy feliz, quitando las travesuras y malos tragos que hacía pasar a algunos vecinos. Pero su libertad no era comprendida por gente foránea, que sólo veían en él un pájaro extraviado muy bonito al que encerrar en una jaula. Ni por los animales que podían ser verdaderos peligros para éste, era capaz de ir él mismo, gracias a su ignorancia del peligro sumado a su insaciable curiosidad. Era fácil imaginarlo limpiando la porquería de los dientes de una boca abierta, como hacen algunos pájaros a los cocodrilos. Aquí no hay cocodrilos pero sí hay perros, gatos e incluso alguna que otra ave rapaz.
Puede que esto ya sea una conversación y reflexión muy repetida a estas alturas, pero hay que comprender la complicidad que Mushu tenía con nosotros. No queríamos verlo triste y privado de algo que le hacía tan feliz, a nuestro parecer un derecho. No podíamos dejar de sentirlo una injusticia privarle de que volara libre, que fuese su decisión venir a nosotros, tanto como lo podía ser interactuar y darnos atención y cariño, que lo hacía. Mirarnos a los ojos con interés, soltando sus "chuis" llenos de matices a modo de conversación, por ridículo que pueda sonar. Tenía sus gustos y preferencias, tenía la posibilidad de ir donde quisiera y prefería estar en nuestra compañía. Era nuestra responsabilidad su seguridad y bienestar, y nos amargaba la situación de hacerle sufrir o entristecer, con el corte de alas. Cosa que sabíamos que pasaría.
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Hola, me llamo Mushu ©
Non-FictionTodos hemos tenido mascotas de muchos tipos, yo al menos he tenido bastantes. Pero una de ellas me enseñó algo muy valioso, algo que sólo tras conocerlo puedo reconocer como una lección. Me demostró una inteligencia fuera de lo que se le atribuye a...