Adiós Mushu

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***

No volvimos hasta que se hizo de noche. Era tontería seguir buscando, no se veía nada. Pensamos que si se había refugiado en algún árbol estaría bien. Conforme volvíamos, oímos que Marcos lloraba, era su hora de comer o en todo caso cenar.

—¿Lo habéis encontrado? —Jaime me preguntó muy preocupado.

—No —respondí—. Vamos a casa, tu hermano tiene hambre y hace frío aquí fuera para él.

Nos despedimos deprisa de todos y nos fuimos a casa, donde volvimos a llamar a Mushu nada más entrar por si un casual había vuelto.

No hubo respuesta.

La imagen de ese momento se repitió en mi mente incansablemente, incluso mucho tiempo después desde entonces. Cuando sucedió, todos los día miles de veces; después con los meses, un poco menos; y con los años cada vez que algo me lo ha hecho recordar, como lo es ver su jaula, que inició mi interes por contar su vida, me lleva a ese instante.

Recuerdo el ruido de aquella persiana. Mushu volando en aquella dirección. Soy capaz de verle a cámara lenta, como se fue volando sobre los naranjos, aunque transcurrió en menos de un segundo, para mí quedó eterno y gravado para siempre en mi memoria. Como salió de mi jersey, asustado por aquel ruido atronador. Como desapareció de nuestras vidas para siempre, sin nosotros saberlo.

Ahora debería contar como fueron esos momentos, esa primera noche sin él, con el frío que hizo. Debería contar como nos despertamos esa mañana, habiendo dormido a ratos, donde no hubo reproches de quien debería haber ido en su búsqueda o porque tardamos o nada, porque nada podíamos cambiar y Mushu tal vez volvería en cuando comenzara a amanecer.

Debería contar como esperamos en la terraza a que saliese el sol, mirando el horizonte, atentos a cualquier ruido, el lugar por dónde debía volver. El frío que hacía, y que sólo los lloros de Marcos nos hizo entrar.

Como cada minuto que esperamos mirando por la ventana a que llegase, se hizo tan largo.

Puede que también se quiera conocer como buscamos todos los días, durante semanas. Preguntamos incansablemente a todos los vecinos de aquella zona, colocamos carteles. O como los demás nos preguntaban o decían: es que os confiabais mucho con él. ¿Quiénes? Qué más da. Acaso, ¿no pensais lo mismo?

Ese instante pudo ser distinto si hubiéramos ido tras él. Quizás.

Nunca supimos qué fue de él, ¿qué le pudo haber pasado?, ¿dónde fue?, ¿qué ocurrió?, ¿hasta dónde llegó? No supimos nada.

Un final abrupto lleno de preguntas.

Preguntas que no tuvieron, ni tienen respuesta. Incertidumbre, reflexiones, rabia, impotencia... dolor y tristeza, es lo que hubo y mucho.

No sé si transmito o no, la angustia que supuso no saber qué paso, pero fue horrible de vivir. La casa se quedó en un silencio que sólo Marcos rompía con sus lloros. Clara a duras penas hablaba y dormía a ratos. Sólo Marcos le hacía sonreír y su sonrisa tardó en llegar a sus ojos. A Jaime se le quebraba la voz con sólo intentar nombrarlo.

Sé que gracias a Marcos y sus siguientes etapas nos ayudó mucho a sobrellevarlo a todos, su energía, vitalidad y risas contagiosas, ajeno a esa perdida, a ese vacio que Mushu dejó en nuestra vida.

—Limpia la jaula y guardarla —me pidió Clara una mañana con voz monocorde tiempo después.

Ella era incapaz de tocarla, de mirarla.

Tuve que guardarla con todo mi dolor. La limpie como un autómata, soporté la opresión que sentía en el pecho, la ansiedad que creó un nudo en mi garganta aceptando lo inaceptable: Mushu no va a volver. La guardé. Lo que fue su habitación, su comida, sus cosas, todo.

Cuando comencé a contar la historia de Mushu me pregunté: ¿Cómo puedo mostrar lo increíble que era?

Llegué a la conclusión de que tan sólo debía contar la realidad de su naturaleza, que por si sólo cuando escribiera sobre su vida, él mismo cobraría vida a traves de estas líneas y llegaría a demostrar que lo era. Su personalidad arrolladora, su carácter único, su cariño incondicional hacia nosotros.

Espero haberlo conseguido. Espero haber dejado claro que era mucho más que una mascota, era uno más de la familia.

A lo largo de este libro he contado y planteado que lo normal era que nadie parecía comprender que los pájaros son más que simples pájaros, mucho más que simples mascotas o animales. Deseo haber conseguido mostrar que sí lo son.

Con su final, abrupto y lleno de incertidumbre, porque lo fue; sin respuestas, y habiendo contado todos los detalles de los que fueron los peligros que rodeó el lugar de su desaparición, porque todo lo que se pueda teorizar sobre ese momento y lugar, fue con lo que nosotros lidiamos y prefiero que cada cual piense y encuentre sentido a lo amargo que es pensarlo si quiera.

Un final abrupto con el que no quiero que se termine su historia. Pues quiero compartir algunos detalles que no he contado hasta ahora, porque no he sabido ubicarlo en el tiempo, no recuerdo cuando sucedieron.

Detalles como cuando tenía sueño, iba hasta donde estuviera Clara y escalaba o volaba hasta su mano y la picoteaba con ternura para que la cerrase y con el pulgar le acariciase. Cuando ella lo dejaba de hacer le volvía a picotear para que continuara.

O como aquella ocasión en verano, que Clara veía la tele rescostada en el sofá y Mushu se había dormido a su lado boca arriba. Sí, increíble, se durmió boca arriba. Cuando lo vimos despertar, patealeando para darse la vuelta, tan cómico como cave imaginar. Siguió durmiendo en la mano de Clara, a pesar de hacer calor, le gustaba sentirse cobijado por su mano.

La cantidad de veces que Clara lo salvó de algún vuelo tonto que daba, porque nunca se resignó lo suficiente a no poder volar. Y encima cuando la oía llegar del trabajo o algún recado, estuviera donde estuviera iba como un loco hasta ella, entre frenéticos "chuis". Parecía decir: ¿Dónde estabas? Estoy aquí. Hola. Se subía a su hombro y la acompañaba todo el tiempo, no se despegaba de ella.

Como soltaba su "chui" cuando llamaban al timbre: ¿Quién es? ¿Quién es Mushu? Le decíamos, mientras íbamos a abrir. Por supuesto él mismo iba a verlo, como gran curioso que era.

Y cuando se acicalaba, si estaba sobre nuestro hombro, nos acicalaba a nosotros también. Tal cual lo veías cogiendo sus plumas con delicadeza y cuidado, nos tocaba a nosotros, nuestra cara, las pestañas de nuestros ojos, nuestras cejas, una a una, con la misma delicadeza con la que lo hacía para él mismo. De una a una, como tiene que ser.

A Mushu no le asustaba la oscuridad, si debía cruzar por nuestra casa en busca de Clara, entre penumbras volaba y andaba soltando "chuis o shuis" a modo de: "¡Estoy aquí!". Soltado el entusiasta y alegre cuando le cogías.

Son tantas cosas, tantos detalles lo que confoman una vida, y la suya fue todo lo apasionante que cabría esperar. Como me hubiese encantado saber qué hacia cuando salia sólo.

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Hola, me llamo Mushu ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora