Gules

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Por un insólito momento, casi irreal, Sung Jong cree ver un haz de luz brillante caer sobre su cuerpo, justo cuando sus ojos se han cerrado en aquel sombrío lugar. Y entonces, algo cambia. Siente una calma inusitada que comienza a extenderse por su pecho como un manto cálido, acogedor, sereno. Es una paz tan dulce y abrumadora que piensa: así debe sentirse la muerte. Cree que su corazón ha dejado de latir, que su cuerpo se ha enfriado por completo y que, silenciosa, su alma ha abandonado su frágil carcasa. Por un instante, cree que todo se acabó; que su vida solitaria, triste e insignificante... por fin se ha terminado.

Pero entonces, la calma se quiebra.

Una punzante sensación de ardor le atraviesa las entrañas sin previo aviso, como si una enorme llamarada naciera desde el centro de su cuerpo. Un grito gutural e incontrolable escapa de sus labios cuando un calor abrasador lo consume por dentro, alcanzando cada célula de su ser. Se retuerce, rasgando su garganta por los gritos de agonía. Es como si le estuvieran arrancando las vísceras una a una, con saña, con maldad. Su piel arde, quema, como si le hubieran prendido fuego en carne viva.

Su calvario se saborea eterno, aunque dura sólo unos pocos minutos. Abre los ojos con dificultad. Su visión es borrosa, temblorosa, pero aun así logra fijarla en el techo desconocido que apenas distingue. A través del velo del dolor, su entorno comienza a distorsionarse.

Colores, sonidos, formas, fragancias... todo está cambiando. Lo que antes era oscuro y lejano, ahora es nítido y vibrante. Sus sentidos han sido llevados a un extremo inhumano. La sensibilidad de su piel es insoportable, el peso de su cuerpo se ha triplicado, y al mismo tiempo, hay una ligereza extraña recorriéndolo, como si su alma estuviera siendo arrancada y reconstruida simultáneamente.

Aprieta los dientes para silenciar sus alaridos y se gira de lado. Su respiración es errática, pero comienza a recuperar algo de control. Poco a poco, el inconmensurable dolor empieza a disminuir.

Un suspiro entrecortado se le escapa. Sus pupilas se adaptan a la penumbra que lo envuelve. Está en una habitación grande, elegante y lujosa. Los muebles tienen un aire antiguo. Las paredes, pintadas en un tono claro, contrastan con las gruesas cortinas carmesí que cubren inmensas ventanas, dando la impresión de querer ocultar todo del mundo exterior. Aún es de noche, puede notarlo por el sonido amplificado de grillos y cigarras que llegan desde muy lejos, directo a sus oídos.

Pero lo que realmente le roba la atención es el olor en el ambiente.

Una mezcla sutil y exquisita de sangre, envuelta en otra fragancia más suave, que invade su sentido del olfato como una droga embriagante. Lo estremece. Lo llena. Lo excita. Es un aroma perfecto, un perfume incomparable, imposible de describir... pero irremediablemente adictivo.

Se sienta con lentitud, aún aturdido. Se lleva una mano a la boca y siente algo húmedo. Al mirarla, descubre una mancha escarlata en la yema de uno de sus dedos. La acerca a su nariz e inhala con avidez... y luego la lame. Un escalofrío placentero le recorre la columna. Sus pupilas se dilatan. Su espalda se arquea. Algo dentro de él se despierta.

—¿Te gusta? —escucha a sus espaldas de pronto.

No se gira. No lo necesita. Tampoco le interesa saber quién le ha hablado.

—Es obvio, ¿no crees? —interviene otra voz, más burlona, más joven, desprendiendo un poco de su atención.

Las risas de ambos comienzan a resonar en el cuarto. Sung Jong sonríe apenas, de lado, como si acabara de entender algún tipo de broma. Se pone de pie y se siente liviano, renovado, como si hubiera despertado de un larguísimo letargo.

—Creí que tardarías más en asimilar la sangre —comenta la segunda voz, ahora acercándose.

Sung Jong entrecierra los ojos y observa con curiosidad cómo un rostro delgado se ilumina bajo la suave luz de una lámpara cercana. Es un joven alto, de facciones perfectas y sonrisa de revista. Usa un traje negro impecable con una corbata rosa pálido que combina con su elegante camisa de seda. Sus ojos analizan con interés a Sung Jong, aunque sus manos permanecen relajadas dentro de los bolsillos de su costoso pantalón.

Sangre | GyuWooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora