Sable

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Los hermanos Lee yacen en el suelo, heridos y exhaustos. La batalla ha sido larga, intensa, casi interminable, y el prado donde han luchado lleva las cicatrices del fiero combate. Frente a ellos, Sung Kyu permanece en pie, inmutable, sin una sola muestra de agotamiento. Su mirada es firme, casi condescendiente, como si apenas hubiera representado un mínimo esfuerzo enfrentarlos.

Sung Jong es quien peor ha salido. Su cuerpo tiembla levemente y cada respiración parece dolerle. Hace apenas una semana fue convertido, y aún lucha por controlar sus habilidades. Pero Sung Kyu lo observa con un atisbo de respeto en la mirada; sabe que el joven tiene un fuego dentro, una voluntad inquebrantable que tarde o temprano encenderá todo su poder. Esa determinación desbordante es, quizás, su mayor virtud.

Sung Yeol, en cambio, aún quiere seguir peleando. Su orgullo no le permite rendirse, aunque su cuerpo ya no le responda. Intenta reincorporarse, pero sus piernas ceden y cae de bruces. Sung Kyu se acerca sin apuro, contempla a Sung Jong por un instante y, con inusitada delicadeza, lo toma en brazos. El más joven ha perdido el conocimiento. Sung Yeol los observa, con el pecho agitado, recordando la transformación de Sung Kyu durante la batalla. Nunca antes había visto su verdadera forma, ese poder que lo envuelve como una tormenta. Es diez veces más fuerte que cualquiera de ellos.

Finalmente, Sung Yeol cierra los ojos, dejándose llevar por un sueño profundo y reparador.

[...]

Cuando el sol comienza a asomar, Sung Yeol se despierta con el cuerpo adolorido y el corazón inquieto. Busca a su hermano, con la ansiedad latiéndole en la garganta. Lo encuentra en la habitación contigua, profundamente dormido. Se acerca y se sienta junto a él para continuar observándolo en silencio.

Sung Jong parece un ángel. Su cabello rubio brilla bajo la tenue luz de la mañana y sus mejillas sonrosadas reflejan paz. Cada una de las heridas que le infligió su batalla contra Sung Kyu han desaparecido. Sung Yeol suspira, conmovido, y pasa su dedo sobre los labios de su hermano, con la pura intención de despertarlo de la forma más suya: un beso. Se inclina lentamente, con una sonrisa traviesa, pero apenas sus labios rozan los del más joven, este abre los ojos de golpe y lo lanza fuera de la cama con un puñetazo.

—¡No vuelvas a besarme sin mi consentimiento! —gruñe Sung Jong, frotándose la boca con el dorso de la mano.

Sung Yeol se incorpora con un gemido, finge ofensa y le lanza una mirada coqueta.

—¿Entonces tengo que pedirte permiso primero?

Sung Jong bufa, frustrado, y se levanta con rapidez. Le pierde atención a su hermano y mira alrededor, desorientado.

—¿Qué pasó con nuestra pelea contra Sung Kyu?

—Nos pateó el trasero, ¿no lo ves? —responde Sung Yeol con una media sonrisa, sacudiéndose el polvo de los pantalones.

Sung Jong suspira y camina hacia la puerta.

—¿A dónde vas?

—A buscar algo de comer. Y luego, seguiré entrenando.

—No hace falta que compres nada. Puedes tomar lo que quieras de la cocina.

Sung Jong se detiene, sorprendido, y lo observa con duda.

—¿De verdad? ¿No crees que Sung Kyu se moleste?

—No lo hará. Puedes tomar lo que necesites. Incluso hay ropa limpia en los cajones. Estoy seguro de que esta habitación es para ti. Yo también tengo una propia en esta casa.

El rubio parpadea, algo incrédulo.

—Si tú lo dices...

Asiente y se dirige a la cocina. El lugar es amplio, elegante y está completamente abastecido. Sung Jong recorre el lugar con la mirada, maravillado y algo hambriento. Saca paquetes de galletas y carne congelada, pero al observar la carne cruda, una mueca de desagrado aparece en su rostro.

Sangre | GyuWooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora