2: No me subestimes, niño.

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2: No me subestimes, niño.

Inhalo con paciencia. No debo gritarle a mi jefe. No puedo gritarle a mi jefe.

Keith, no.

Estoy en el punto de "maldición, ¿podrías callarte? ¡Eres un grano en el culo!" cuando mi jefe se centra en sólo hablar. Y hablar. Y hablar. Porque según él, es importante mantener la compostura en el trabajo si queríamos llegar lejos.

¿O es una vieja cita de la abuela?

No tengo idea, sólo no quiero que siga martillando mis oídos.

Me giro con total paciencia, respirando todo lo que me concierne, recordándome que soy un jodido bueno para nada y que, literalmente, lo único que tengo es mi trabajo para poder subsistir, y que si la cago, no importará que yo quede con las patas en la calle.

—Señor Cranberg, vuelvo y le repito —suspiro, recitando con lentitud—: yo no envié esos repuestos. Era trabajo de Bailey el revisarlos esta vez, se lo juro por mi más preciada posesión que yo a penas y supe de ellos. Era gran cantidad, yo trabajo sólo con la mitad, no me correspondía.

—Muchacho, escucha —suspira, posando su mano en mi hombro. Dejo escapar el aire que retengo tras poner mis manos en mi cintura. Esto no me puede estar pasando—. Te conozco desde hace muchos años, sé que eres una gran persona y gran trabajador también, pero sabes que si algo sale mal, soy yo el que sale perdiendo, y eso claramente no está bien.

— ¿Piensa despedirme por algo que ni siquiera pasó por mis manos? —digo con incredulidad—. Si Bailey fue quien le dijo sobre esto, déjeme decirle que estuvo mal, porque él sabe muy bien que ese trabajo no me pertenece. Si el dueño quiere demandar por sus repuestos, ¡que demande a Bailey! Pero yo no puedo estar metido en algo así.

Él me observa por un momento.

—No estoy pensando en despedirte, Keith. Quería saber cuál fue el dilema, qué salió mal, saber si tenías algo que ver con ello, por qué sucedió.

Me río con ironía. Pero por supuesto. Sabía que el muy jodido de Bailey había sido el que me había metido en todo esta mierda.

Si aún no le parto la cara es por dignidad.

—Porque ese tipo me detesta, y está trayendo lo de afuera al trabajo —sacudo la cabeza—. Por mi parte, me disculpo. En tal caso si lo hubiese hecho, hubiese afrontado el problema con sus consecuencias. Usted me conoce, señor Cranberg, mi trabajo es todo menos un juego.

—Lo sé, lo sé —murmura con su vista apartada.

Es un hombre mayor que siempre va bien vestido a pesar de administrar un taller de mecánica. Es bastante humilde y amable, pero cuando se trata de trabajo es posible que saque garras desde donde no las tiene.

—Con permiso, aún tengo trabajo que hacer si quiero salir temprano —hago un mohín, limpiando todavía mis manos con un viejo trapo curtido. Como todo mecánico, la limpieza es lo de menos.

—Sí, sí —pronuncia con rapidez—. En tal caso creo que lo hablaré con Bailey, después de todo no es la primera vez que tiene este tipo de acusaciones. Cualquier cosa que necesites sabes dónde encontrarme, hijo.

Palmea mi espalda y lo último que llego a murmurar es un "gracias" que probablemente no escucha. Bufo, volviendo a mi trabajo. Observo con detenimiento el viejo auto de la señora Howey. Es la cuarta vez en dos meses que este auto pasa por acá, esperando a ser salvado de lo insalvable.

—Ahora sólo quedamos tú y yo, Herbie —suspiro palmeando el capó en un gesto de compasión, riendo internamente por mí sobre nombre a la carcacha. Ni siquiera es un Volkswagen, pero el nombre parece caerle bien.

Cocaína (SM #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora