7: Pase libre.

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7: Pase libre.

—Duele, Keith —jadea—, duele, duele.

Gruño inclinándome más hacia él, tomo con fuerza su cintura, presionando a la altura de su cadera. Él se queja.

—Pasa tu brazo por mi cuello —digo cuando está sobre su pie sano. Él hace lo que yo le indico—. Eso, bien. Intenta caminar un poco, no es mucho.

— ¿Qué parte de que duele no comprendes?

— ¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Qué te cargue? Cameron, es menos de un metro de distancia.

— ¡Duele!

— ¡Entonces salta!

Él suelta un gruñido de molestia, comenzando a dar brincos en un solo pie. Es una tortura, puesto a que sé lo mucho que pesa un yeso en una pierna.

»Joder, tú sí que pesas.

—Tengo un jodido yeso, Keith, ¿qué esperas? ¿Las nubes de ciudad Quiéreme Mucho? Idiota.

Suelto un jadeo cuando llegamos al sofá de la sala, dejándolo caer en una de las esquinas. Poso mis manos en mi cintura estando aun de pie, dando un suspiro exasperado.

— ¿No tienes muletas acaso?

—Pues..., sí.

— ¿Y por qué mierda nos las usas?

—Me veo ridículo, Keith, ya ¿sí?

—Te ves más ridículo llamándome para pedirme que venga a tu casa a levantarte del suelo.

Rueda sus ojos.

—Ya puedes irte si te da la gana. Gracias igual.

Su indiferencia es palpable, pero yo no voy a irme. En un suspiro de resignación arrimo la mesa del centro hasta tenerla frente a él y tomo asiento. Ignoro su ceño fruncido, ninguno dice nada. Ladeo la cabeza al quitarme mi chaqueta, la dejo en la otra esquina del sofá.

—No creo que teniendo un yeso la pierna deba dolerte.

—Pues me duele, y no tengo una maldita idea del porqué. Y es en serio, ya puedes irte.

—No me voy a ir. Me necesitas, niño.

—Llamaré a Alice. Ella vendrá.

De la mesa en la que estoy sentado tomo el teléfono y se lo tiendo, dándole la libertad de llamar a la teñida. Si tengo suerte —mucha, a decir verdad— ella no contestará. Espero a que ella realmente esté haciendo todo esto por mí. Aunque eso lo dudo.

Con su ceño fruncido y mi semblante tranquilo lo veo tomar el objeto.

—Si contesta me voy, si no, me quedo.

Lo observo en todo momento con mis codos apoyados sobre mis rodillas, rogando a quien sea que esté en un poder superior al resto que la chica púrpura no atienda.

Me tomo el tiempo para recorrerlo con la mirada. Yo he cambiado mi ropa, he vuelto a mis simples franelas oscuras y jeans rasgados, sin dejar mi chaqueta por fuera, algo tan bonito y genial debe lucirse. Pero él todavía posee la misma vestimenta que cuando vine en la mañana; pantalones de chándal y suéter gris de mangas largas.

Frunzo el ceño, la piel del muslo en donde también tiene su yeso está rojiza, como si se hubiese quemado severamente con algo líquido y bastante caliente. No puedo ver muy bien, el pantalón es largo pero algo se aprecia. Su rodilla y un poco más, me dan escalofríos.

Su chasquido con la lengua es el que me saca de mi trance, regresando mi vista a su semblante fastidiado. Presiono mi mandíbula para no sonreír; Alice no ha contestado.

Cocaína (SM #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora