Capítulo 2

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Una semana más tarde todo seguía igual, excepto algo. Beatrice se había encaprichado con encontrar un especialista que pudiera controlar a su hijo. Más ahora que Nicholas y su esposa pensaban viajar en busca de unas vacaciones para despejar su mente. Nicholas había aceptado la petición y pasó toda la semana buscando un doctor. Y finalmente lo consiguió.

Habían decidido vigilar a esta persona por unos días para ver que tal podía cuidar a Marshall. El chico no tenía ni idea de que sus padres habían contratado a una nueva persona ya que por una buena cantidad de días no había consumido medicamentos.

Nicholas golpeó la puerta de su hijo. Esperó y esperó hasta que oyó un ruido. Entró y encontró a Marshall acostado y tapado hasta la cabeza a pesar del calor que hacía afuera.

- ¿Qué acaso no tienes calor con esas mantas?- preguntó rodeando la cama.

No respondió, estaba fingiendo dormir. 

- Responde, sé que escuchas- insistió.

No tuvo respuesta. 

- Bien- suspiró-, no tengo otra.

Tomó la manta y la arrojó al suelo de un tirón. 

- ¿Qué haces?- se levantó rápidamente enojado.

- Marsh...

- ¡No me molestes!- gritó furioso.

- Yo no quería...

- ¡No me molestes más!- gritó aún más alto sobresaltando a Beatrice y a Lucile que se encontraban en la cocina. En unos segundos ya estaban en la puerta de la habitación.

Marshall empujó a su padre en un ataque de ira. Éste no pudo contener la calma y lo golpeó en la cara. El muchacho cayó al suelo sobando su rostro sorprendido.

Beatrice miraba la escena con espanto. Mientras, Lucile trataba de contenerse para no llorar. En todo su trayecto esa casa jamás había visto algún golpe y ésto la dejó sin palabras. 

La mujer se acercó a su esposo rápidamente y lo tomó de los brazos para sacarlo de allí inmediatamente, pero éste siguió mirando a su hijo con furia y arrepentimiento. ¿Cómo llegó a golpearlo?

...

Por la tarde llegó el doctor. Un hombre alto, relleno y con un poco de barba. Éste inspiraba seriedad, congelaba con la mirada penetrante. El matrimonio saludó con amabilidad y lo invitó a pasar.

Una vez en la sala, el hombre sólo se disponía a mirar la casa y a observar los cuadros y pinturas en las paredes. Llevaba un portafolio en una mano y no pensaba soltarlo. Pudo contemplar que la casa se conformaba por seis habitaciones, una cocina-comedor bastante amplio y una sala de estar con muebles antiguos y adornados. La casa no era oscura, todo lo contrario, demasiado iluminada para ser una familia chica y estricta.

- Como verá- comenzó Beatrice-, usted está aquí por la salud de mi hijo, Marshall. Él es un chico especial, necesita demasiados cuidados, no creo que sea fácil, no lo es para nosotros. La primera terapia lo diagnosticaron como un psicópata- hizo una pausa-. 

- No vengo para ver que es lo que tiene, yo no clasifico a las personas- interrumpió Elton Jobs.

- Lo se. Solo que Marshall es mi hijo, y no quiero que pase lo que pasó con las demás doctoras. Quiero que pueda ser normal, que pueda ser feliz en paz y sin tormentos- explicó con lágrimas en los ojos.

- ¿Dónde está?- preguntó pasando la mirada por las habitaciones.

- Es allá arriba- aclaró mirando la escalera.

Elton observó los innumerables escalones, parecían ser eternos. Tomó aire y cruzando la última mirada por Beatrice, subió. 

La habitación estaba cerrada con llaves, Beatrice las colocó y abrió. 

- Por favor- pidió con la mano en el picaporte-, sea amable con él.

El señor asintió y suspirando volvió a mirar la puerta. La mujer se hizo a un lado y dejó que Elton entrara con el mismo aire con el que entró a la casa. Todo parecía congelarse a su alrededor. Aunque no lo demostrara en absoluto, los nervios lo estaban carcomiendo, así como cada primer visita a la que iba.

Marshall estaba sentado en una silla oscura observando directamente la pequeña ventana. Elton no se movió. 

- Si necesita algo sólo llámeme- concluyó Beatrice cerrando la puerta.

Finalmente estaban los dos solos. Marshall no quiso siquiera ver quién era el que estaba a sus espaldas, lo había oído todo. Ahora sólo quedaba presentarse y para ninguno era fácil.

Elton caminó unos pasos y dejó el maletín sobre el pequeño escritorio en una esquina de la habitación. Cruzó sus manos y esperó paciente hasta que Marshall quiera hablar [cosa que no ocurriría].


Habían pasado unos minutos y ninguno hablaba. El doctor no perdía la calma a pesar de estar un poco exhausto por la situación. Comenzó a dar vueltas de aquí para allá mientras el muchacho solo observaba a través de la ventana. 

- Marshall, ¿cierto?- comenzó pensando en la idiotez que acababa de decir- Mi nombre es Elton Jobs, creo que sabes a lo que vengo.

Silencio.

- Bien. Soy tu nuevo doctor y me encargaré de ti- agregó.

El chico giró un poco la cabeza- No me importa a que vienes, te irás pronto, como todos...- dijo carraspeando por lo bajo.

Marshall creía tercamente que nadie se interesaba por él. Y éste doctor era como todos, venían y se iban rápido, no lo aguantaban, ni a él ni a su locura.

- Te equivocas joven- sonrió.

- Siempre estoy equivocado para ustedes, ¿por qué mejor no desaparecen y ya?- protestó con las manos unidas sobre el escritorio- No valen nada para personas como yo, ¿escuchó bien?, nada.

La cara del hombre cambió por completo al escuchar esas palabras. No se imaginaba que para ese pequeño su salud no valiera nada. E incluso que pensara que las personas no se interesaban por su bienestar.

Elton bajó la cabeza y luego volvió a dirigir la mirada hacia el joven. 


MarshallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora