Marshall Derricks, un chico con problemas mentales, decide rehacer su vida escapando de su casa y adentrándose en una peligrosa aventura con una pequeña niña de ocho años que pondrá su futuro en una terrible situación.
"A veces puede parecer que el...
Beatrice se despertaba frente a su esposo. Nicholas, junto a la ventana de su habitación, miraba como la tormenta se iba dispersando. Ahora ya no llovía. La mujer se acercó a Nicholas, lo abrazó por la espalda y le susurró al oído.
- Está muy lindo para quedarse en la cama.
Él se giró, sonriendo- Tienes razón- respondió suspirando-, pero tengo que trabajar- besó los labios de su esposa.
Beatrice se dio la vuelta, rodando los ojos. Él siempre trabajaba, nunca estaba con ella.
- Lo lamento cariño- agregó poniéndose los pantalones.
- No importa cielo- rotó hacia él fingiendo una sonrisa.
Ella se sentó en el borde de la cama, juntando las manos en su regazo, mientras observaba como su esposo se preparaba para el trabajo.
Era un empleo demasiado agotador para Nicholas, tener que pasar horas y horas revisando papeles. Tenía un puesto importante en la empresa, era el asistente del jefe, por lo tanto tenía que preparar reuniones, responder cartas, firmas cheques y enviarlos por correo, contratar empleados y revisar el historial de cada uno. También tenía una responsabilidad en la casa, cuidar a su familia y a su hijo con sus problemas. Sin embargo, para hacer esto no le alcanzaban los días, parecía ser que cada vez las responsabilidades lo iban tragando más y más.
Beatrice, en cambio, se quedaba en la casa a cuidar a su hijo. Para ella ahora era más fácil ya que habían pasado las peores etapas de Marshall.
Nicholas desapareció por el pasillo, pasaría a ver a Marshall antes de ir al trabajo. Se detuvo en la puerta y sacó su llave. Abrió y se sorprendió al ver que su hijo no estaba en la cama, ni en la silla. Siguió avanzando, sintiendo una respiración agitada. Cuando se dio la vuelta, allí estaba Marshall, sentado en el piso abrazando sus rodillas, temblando, desesperado.
Se acercó corriendo a su lado y lo abrazó, no dijo nada. Se separó y tomó el rostro de Marshall en sus manos, recorría sus ojos mientras trataba de encontrar una razón. Tal vez había sido un ataque, uno de esos que no tenía hace ya bastante tiempo. Marshall había estado llorando, estaba nervioso. Las pesadillas, los pensamientos ocultos volvían a aparecer.
Y todo eso por no tomar las pastillas que su madre le daba.
Nicholas tomó una manta de la cama y lo envolvió.
- ¿Qué te pasó?- preguntó levantándolo del suelo para acostarlo.
- Y-yo, n-no lose- tartamudeó.
- Tranquilo- susurró despacio para que su esposa no se enterara. No quería que Beatrice montara un drama en la casa.
Lo tapó y se sentó a su lado.- ¿Qué hiciste con las pastillas?
Marshall cerró los ojos, repitiendo las imágenes en su mente. La niña, luego el medicamento, luego la ventana, las voces en su cabeza. Sentía que en cualquier momento explotaría.
- Las tiré- respondió sin abrir los ojos, no quería olvidar nada.
- ¿Dónde Marshall, dónde?- repitió con furia.
- Por la ventana- volvió a hablar casi sin fuerzas.
Nicholas se puso de pie rápidamente y caminó hasta la ventana. En el pasto, podían verse unas cuantas pastillas desparramadas, mientras se preguntaba cómo Beatrice no lo había notado. Y claro, debía estar concentrada en otras cosas.
A Nicholas ya se le hacía tarde, se despidió de su hijo y salió, sin decir nada a nadie.
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Marshall dormía. Beatrice charlaba con la mucama y Nicholas trabajaba. A Marshall ya se le hacía costumbre pensar en su vecina, en el sueño tan extraño que había tenido, en las voces y en lo que esto estaba ocasionando en él. No le importaba si sucedía algo con su casa, con sus padres, con nada. Él era normal, podía ser normal.
Mientras se despertaba, sintió unos pasos acercándose. La puerta de su habitación se abrió. Marshall observaba la ventana, sin saber quién era la persona a sus espaldas.
- Creo que tenemos que hablar Marshall- Elton rompió el silencio que yacía en la habitación.
Una extraña sensación recorrió la columna del joven. No era la mejor visita, pero se alegraba de que fuera él.
- Veo que has estado salteando las pastillas desde hace unos días- anotó algo en su cuaderno y levantó la vista-, ¿por qué?- preguntó.
Elton Jobs estaba sentado en una silla, frente a Marshall, con sus piernas cruzadas y un cuaderno sobre ellas mientras sostenía un bolígrafo en su mano libre.
- Son asquerosas- respondió el muchacho sentándose contra el respaldo de la cama. Sabía que decía la verdad, pero también sabía que la decía en parte.
Elton observó sus facciones- Creo que debería creerte, y también creo que no deberías mentirme- afirmó bajando sus gafas para mirarlo mejor-. Y algo me dice que no estás siendo sincero conmigo. Dime, ¿volviste a escuchar voces?
El doctor sabía perfectamente lo que le ocurría a Marshall, aunque éste no se lo haya confesado. Había tratado a pacientes con problemas similares y conocía el mecanismo de la psicopatía. Ya podía hablar con el joven libremente, o en parte y se había ganado su confianza.
Marshall se quedó callado mientras corría la mirada por toda la habitación.
- Sabes que puedes confiar en mí- agregó Elton con suavidad en sus palabras.
Beatrice iba camino a su habitación a buscar algo, cuando se detiene junto a la puerta de la habitación de Marshall, intentando escuchar algo. Las terapias se habían cortado un poco y sabía que si el doctor había venido, era por algo importante.
Marshall volvió su vista a Elton- Así es, siempre están. Aún cuando las espanto, ellas siguen ahí. No me dejan, no quieren dejarme. Quiero ser normal, ¿entiendes?, quiero ir a una maldita escuela. ¡Quiero ser como los demás! ¡No quiero ser el estúpido loco que necesita estar encerrado en su habitación por el resto de su vida!- gritó con los ojos cristalizados, con todas sus fuerza.
Incluso Beatrice tuvo que alejarse un poco de la puerta, tapándose la boca y sintiendo como las lágrimas brotaban de sus ojos. Entró rápidamente a su habitación y cerró la puerta a sus espaldas. No podía creer que su hijo estaba mal por su culpa. Tal vez Marshall necesitaba libertad.