Capítulo 16

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- ¿Acaso confías en él?

- No... No confío en él, en absoluto.

- ¿Entonces por qué lo dejaste pasar? ¡¿Por qué lo invitaste a nuestra casa?!- dijo molesta.

- ¿Crees que puedo dejarlo tirado en el jardín inconsciente y que crean que lo golpeé?- preguntó perdiendo la paciencia.

- Estoy segura de que no pensarían eso. Él podría haberse levantado e irse por donde vino- opinó sentándose en una de las cuatro sillas que rodeaban la pequeña mesa.

- ¿Qué dices Alycia?

- Estoy diciendo lo que deberías haber hecho esta mañana- contestó levantando las manos.

Marshall se despertó y se asomó hacia el pasillo en donde podía escuchar mejor lo que hablaban, pues sabía que se referían a él. Se fregó la cara para reaccionar y entender con claridad. El matrimonio de la casa discutía en la cocina y la pequeña niña se encontraba en la habitación de sus padres aún acostada.

- Él es el hijo de los Derricks- soltó echándose hacia atrás.

- ¡¿Qué dices Blake?!- gritó asustada y su marido la calló.

Marshall rodó los ojos arrepintiéndose de haber ido allí, ¿por qué tuvo que acercarse a esa casa? Sintió una puntada en su cabeza y cerró los ojos recostándose a la pared. De pronto escuchó unos pasos, era el hombre aproximándose al cuarto. Marshall corrió a la cama y se acostó fingiendo dormir antes de que llegara. Blake lo vio y sintió un profundo deseo de echarlo de allí lo antes posible, pero algo lo impidió.

- Papá- sonó la voz de la niña detrás de él.

- Sí, cielo...- salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él. 

Marshall se levantó y juntó sus cosas para marcharse de allí pero enseguida volvió a entrar Blake y lo encontró. 

- ¿Qué crees que haces muchacho?- preguntó con un tono autoritario. Estaba enojado.

- Tengo que irme- su voz salió algo débil, cosa que molestó mucho a Marshall.

- Te irás cuando yo lo diga- insistió con un tono alto.

- Lamento no poder quedarme mucho más, pero me esperan en casa- desafió acercándose a Blake esperando a que le de el paso.

- No te irás- cerró la puerta con un golpe que retumbó en la habitación. Marshall no se inmutó, pues sabía que él tenía más poder que aquel hombre.

- Señor, le digo con seguridad que tendrá problemas si no me deja marchar- hizo una mueca malévola que intimidó al hombre. Él sabía que el hijo de los Derricks estaba loco.

Marshall apoyó su mano en el picaporte de la puerta, esperando alguna oposición de parte del hombre, pero nada. Se movió a un lado como un cachorro al que castigaron con un reto. Sintió que podía tener control de algunas cosas, hasta que vio a la niña, parada asomada a la puerta abrazando su peluche con forma de osito. 

Había llegado allí con un propósito pero ya no podía recordarlo con claridad. Estaba pensando en irse pero algo lo detuvo. Aquella niña no podía quedarse allí con esas personas. Algo se lo decía en su interior, corría peligro.

Como autodefensa retrocedió y antes de quedar frente al hombre le sonrió a la pequeña. Ella se escondió detrás de las piernas de su padre algo intimidada. No lo conocía, ni siquiera había notado su presencia en el jardín. Marshall dirigió su vista al mayor que lo observaba pensativo. Estaban en la habitación, iluminados por una tenue luz clara que hacía que las sombras de los presentes dieran miedo.

Sin siquiera pensar en la diferencia de edad, en el respeto por los mayores o en todas los valores que le inculcaron sus padres, se acercó lo suficiente para que solo Blake pueda escucharlo.

– Tu hija se va conmigo– soltó con autoridad.

– ¿Qué?– preguntó. Aunque había escuchado muy bien.

– Ella se irá con...

– Mi hija se queda aquí, mocoso ignorante. ¿Estás consciente de que soy quien manda aquí?– ahora era el hombre quien dominaba la situación, sin importarle que la menor la presenciara. Marshall tragó saliva sin inmutarse, sabía que a veces sus impulsos lo traicionaban pero no debía bajar los brazos.

– Escúchame bien tarado: te irás y desaparecerás así como apareciste. No volverás jamás, y así como lo hagas te haré sufrir lo que nadie te ha dicho. 

Un ardor placentero subía por la garganta del joven que amaba la tensión. Parecía ser una persona tranquila a simple vista, pero su interior gritaba desaforádamente.

– Bien, me iré. Pero si me voy me la llevo, te guste o no– contestó como si la maldad se apoderara de él en menos de un instante.

Blake lo observó por un momento eterno y captó la seriedad con que afirmaba sus palabras. Sabía que Marshall no daría a torcer el brazo y que si quisiera llevarse a su hija se la llevaría como pudiera.

Antes de que el pelirrojo pueda abrir la boca y emitir sonido, Alycia se hizo presente en la habitación. La mujer pateó con fuerza la puerta hasta que un tornillo salió volando y ambos hombres se quedaron inmóviles al verla.

– Alycia suelta eso porfavor– Blake se acercaba con suma precaución a su esposa que cargaba un rifle y apuntaba directamente al pecho de Marshall. Estaba decidida a acabar con él antes de que pueda hacerles daño a ellos o a su pequeña hija.

– Si no pudiste tú, lo haré yo– dijo haciendo sonar el cartucho y sujetando con más precisión la pesada arma.

– Querida– el hombre de unos cuarenta años se colocó delante de ella velozmente y apretó con su palma la punta del rifle que un día le otorgó su abuelo. Sólo la había utilizado una vez cuando tenía diez años y ese día mató al ciervo de su padre, el sustento de un mes. Recuerda también el golpe que le dieron al volver a su casa. Pero ahora no era un ciervo la víctima que se cobraría la vida, era Marshall Derricks, el hijo de los Derricks, lo que cobraría la vida de ellos también. No podían asesinarlo y menos en su casa.

– Muévete Blake o te disparo– sus ojos ahora estaban fijos en los de su marido. Como si la maldad fuese contagiosa, ahora Alycia cargaba el odio de Marshall.

Pero en medio de esa situación tan complicada y tensa, el pelirrojo se escabulló por detrás y tomó a la niña entre sus brazos, la recién despierta niña que no entendía lo que ocurría. Apenas pudo preguntarle al joven quién era cuando con una navaja le presionó el cuello y la pequeña soltó un sollozo ahogado que captó la atención de sus padres.

– Ahora decidan– una sonrisa oscura se formó en los labios de Marshall. De pie en el medio del pasillo oscuro estaba el muchacho con un alma temerosa entre sus brazos. Sabía que no le haría daño, que no la mataría, que se la llevaría lejos donde ellos no la pudieran volver a ver.

Ahora Blake le arrancó el arma de las manos de su esposa y era él quien apuntaba a la cabeza de Marshall con más decisión que nunca. No conocían las intensiones de él y por lo tanto se imaginaban lo peor.

– Suelta a mi hija o te vuelo los cesos– afirmó viendo por el pequeño orificio del rifle el rostro malicioso de Marshall.

– Suelta el arma o mato a tu princesa– la voz le salió más ronca y gruesa de lo normal y eso erizó la piel de la mujer que cayó al suelo desplomada como una hoja. Apenas pudo ver a su esposa cuando Marshall salió disparado de la casa con la niña cargada contra su pecho y llorando casi en silencio observando el momento más traumático de su corta vida.




MarshallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora