Capítulo 12

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Nicholas se dirigía a su casa luego de un día de trabajo, las ruedas del auto levantaban polvo mientras conducía a una velocidad favorable por las calles de tierra. Eran las 9 am exactamente. Tarareaba una canción de los ochenta y la acompañaba con pequeños golpes en el volante. Estaba tan metido en sus pensamientos que se había olvidado completamente del estrés que le causaba estar en la oficina largas horas. Los hombres que trabajaban allí siempre estaban discutiendo, tal vez porque las cosas no estaban tan bien como unas semanas atrás. Aunque estaba con miedo de salir perdiendo su puesto de contador, Nicholas nunca se jactaba de lo que hacía. Sus acciones siempre salían como esperaba, pero el dueño y jefe de la empresa Mauro Gelbero estaba preocupado por lo que ocurría con los encargados de los puestos más altos quienes, debido a su origen, estaban acostumbrados a las contabilizaciones clandestinas. Ahora estaba llegando a la casa en donde sus problemas se veían disipados por alguna razón, por su mujer y esposa que con solo una mirada eliminaba cualquier inquietud. Se sentía bien rodeado de la gente que lo entendía.

 Se estacionó a un lado del jardín de la mansión. Bajó cerrando la puerta con su portafolio en una mano y con la otra se aflojaba el nudo perfecto de la corbata. Al abrir la puerta se dio cuenta de que hubiese sido mejor si no hubiera vuelto.

Beatrice gritaba despavorida corriendo de un lado a otro y con los ojos aguados. Conversaba con la empleada que, aunque no lo demostraba como su patrona, caminaba con nerviosismo por toda la sala. La sra Beatrice parecía que iba a explotar si seguía conteniendo las palabras.

 Echa una furia se acercó a su esposo quien miraba la escena con los ojos bien abiertos. 

- Tú- señaló observándolo a los ojos.

- ¿Yo?- se preguntó para él mismo con el ceño fruncido.

- ¡¿Qué estabas haciendo tan importante que no respondes mis llamadas?!- cuestionó tratando de no arañarlo.

Nicholas no sabía de que hablaba, su teléfono... Había quedado en la oficina. Recordaba haber hablado con Tomas y luego retirarse dejándolo sobre el escritorio de su oficina.

 Ahora se imaginaba lo peor. Lucile también estaba desesperada, pero tanto como Beatrice, quien comenzaba a dar gritos mientras hablaba. 

- No se de que estás hablando, tranquilízate y dime bien que ocurre- Nicholas tomó a su esposa de los hombros y la miraba fijamente a los ojos esperando a que respondiera.

- No me digas que me calme, ¡estás loco! Pasaste toda la mañana sin devolverme la llamada o decirme siquiera porqué no contestabas, ¡y ahora me dices que me calme y que te diga pacíficamente que miércoles está pasando!- exclamó desbordada zafándose bruscamente de las manos de su marido.

Nicholas no sabía que pensar, estaba imaginándose escenas tan tontas como realistas. Tal vez todo lo que imaginaba no tenía nada que ver con lo que en realidad sucedía y no era tan grave como él pensaba. De todos modos esto estaba preocupándole cada vez más.

Lucile se acercó hasta Beatrice con paso rápido y con los ojos abiertos de par en par. Su rostro estaba tan pálido que daba miedo. Bajó el teléfono que tenía en la mano y se dirigió a su patrona como si hubiera recordado algo.- La puerta había quedado abierta luego de que Elton se marchó- sus palabras salieron como el caudal de un río, atropelladamente rápido.

Beatrice se apuró a tomar las llaves del auto que minutos atrás ]Nicholas había dejado sobre la mesa. Se colocó el abrigo con prisa y salió casi corriendo por la puerta de la mansión. Iría a ver a Elton, pero se detuvo antes de abrir la puerta, ¿qué haría Elton?

- Cariño, espera- Nicholas la siguió hasta afuera.

- No- lo interrumpió antes de que dijera algo más-, necesito que te esmeres y que de verdad te preocupes. No puedes dejarme preocupada.

- Lo se, y lo siento. De verdad, dime que ocurre por favor- se acercó más a ella con desespero de saber que era lo que estaba pasando que tensaba el ambiente.

Beatrice demoró en responder. Su rostro se ablandó dejando ver una mueca de lástima y dolor a la vez. Finalmente abrió la puerta del auto y volvió a mirar a su esposo quien seguía esperando una respuesta.- Marshall desapareció.

Y así se fue a la ciudad, dejando a su marido con el rostro transformado y pálido. La tierra, el polvo que dejaba a su paso mientras se alejaba. Estaba él y la empleada, Lucile, que también estaba perpleja cuándo se enteró. Los músculos de su cuerpo se aflojaron y sintió que había fallado. Por fin sabía que ocurría. Nunca pasó por su mente que su hijo haría algo así. Sabía su situación con claridad, pero sus actitudes no demostraban que planeara de alguna forma escapar. ¿Escapó?








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