Capítulo 9

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Al día siguiente Marshall ya se sentía un poco mejor. Había tomado las pastillas que le dio su madre y había agradecido a Elton por haber ido, aún cuando tenía el día libre. Pero las presiones seguían, las voces, los gritos, los ataques seguían en su cabeza. No podía detener aquello que hacía estragos en su ser y eso lo desesperaba.

Poco a poco fue calmando sus nervios, sintiendo que la realidad volvía a él, siguiendo el consejo de Elton: repetir a las voces que no son reales y así se ahuyentarán.

Dolía demasiado no poder vivir normalmente. 



Beatrice se acercaba a la habitación de Marshall con una taza de té entre sus manos. Golpeó la puerta y entró encontrándose con la mirada cansada del muchacho. Sonrió dulcemente en dirección a él y se acercó para darle un beso. 

- ¿Cómo estás, cielo?- preguntó con dulzura dejando la taza sobre el escritorio. Intentaba ser lo más amable posible con Marshall.

- Mejor que ayer- respondió con la mirada fija en la ventana. 

La habitación se volvió un silencio aburrido que aturdía a ambos, pero mucho más a Beatrice. En cambio el joven creía que era mejor que nadie dijera nada por el resto de su vida.

- ¿Sabes? Estuve pensando que tal vez podríamos salir como una familia a visitar a la tía Lucy- propuso con entusiasmo pensando que su hijo podría llevarse bien con sus primos-. ¿Qué te parece la idea Marshall?

- No lo se- dijo centrando toda su atención en su madre-, creo que sería algo...- hizo una pausa fingiendo buscar la palabra apropiada- Divertido.

Obviamente Beatrice notó el sarcasmo en sus palabras. Con delicadeza se sentó al lado de Marshall y acaricio su espalda. 

- No tienes que fingir nada, cariño. Sé que quieres tener más libertad, salir con chicos de tu edad, divertirte; Por eso pensé que podríamos ir a la casa de tus primos para que estés un rato con ellos- tomó la mano de su hijo y la besó.

Marshall volvió su vista a la ventana, meditando en las palabras de su madre, como si se pudieran meditar. No encontraba nada llamativo en socializar con personas como sus miserables primos. La familia de su tía era tan arrogante como despreciable, menos su tía. El esposo de Lucy, Frank, era de lo peor, la persona con más ego que había conocido. Vivían en una lujosa mansión rodeada de jardines al estilo europeo, con dos estatuas de cera a la entrada y tres perros guardianes que protegían el hogar. Allí se sentía como si lo estuvieran castigando, podían ser los seres más amistosos y los más odiados en tan solo unos segundos. Sus dos primos, Rupert y Rosemary (Rose), eran las personas más educadas, sólo frente a sus padres. El tan solo pensar en pasar rato junto a esas personas le daban ganas de quedarse encerrado en su casa, como solía ser. Pero su madre siempre salía ganando.

- Iremos- afirmó.


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Ya estaban llegando a la mansión junto con su madre y su padre. Beatrice sonreía feliz de que su hijo haya aceptado y Nicholas sentía lo mismo que Marshall, repugnancia hacia la familia de su hermana. 

El auto ya hacía ruido contra el camino de tierra. El viento soplaba una suave brisa contra las hojas de los árboles en un hermoso paisaje. Parecía ser sacado de una pintura, tan bien detallado. 

Cuando ya entraron a la propiedad se estacionaron a la entrada, de donde salió corriendo Lucy a abrazar a los invitados. Frank salió detrás con una sonrisa acercándose a Nicholas que terminaba de saludar a su hermana, apretando a su cuñado entre sus brazos y exclamando-¿Cómo estás campeón?-.

  «Pobre» repetía Marshall para sí sintiendo ganas de carcajear en aquel momento. Ridículo.

- ¿Gustan pasar?- preguntó educadamente Lucy mientras subía las escaleras.

Ambos padres asintieron adentrándose a la mansión. Pero Marshall seguía parado afuera, sintiéndose tan dolido como repugnado. Ninguno de sus tíos se había molestado en acercarse a saludarlo. Y le dolía, parecía que su madre le hubiera mentido al decir 'pasar un buen rato'.



Poco después entró a la casa y allí es dónde se arrepintió. Rupert se acercó a saludar como si fuera el mismísimo príncipe de la realeza. El aura a su alrededor no encajaba con su apariencia de puberto. Y eso le causaba gracia a Marshall.

Con un apretón de manos saludó a su primo, pensando que no estaba tan mal si se mantenía distanciado de él. No bastaron los pocos segundos para que Rosemary bajara corriendo las escaleras y se lanzara sobre él abrazándolo como si fuera su amado. Marshall frunció el ceño y espero a que lo soltara. 

- ¿Cómo estás Marshall?- preguntó tomándolo de las manos y meneándose de un lado a otro. 

Él no respondió, sino que posó su mirada en los adultos que miraban desconcertados la escena, menos Lucy y Frank que ya conocían a su hija y solo se disponían a sonreír. 

Frank invitó a Nicholas a jugar golf para conversar sobre trabajo y dinero, Lucy se llevaba a Beatrice a la cocina para preparar algo delicioso, mientras que ambos chicos arrastraban a Marshall escaleras arriba.

Seguramente harían con el chico lo que ambos niños solían hacer. Transformarlo. Según los hermanos Ainsworth, transformar era maquinar a los demás con sus pensamientos, pensando que así serían personas normales o decentes. 

Pero se les había olvidado una cosa, Marshall no era ni podía ser normal.






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