Capítulo 5

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El resto del día todo sucedió como solía hacerlo. Concurrió con el saludo de ambos padres a su hijo. Beatrice y Nicholas se acostaron temprano. Y Lucile insistió hasta el momento en que se fue en que la llamaran por si sucedía algo. 

Marshall se quedó en su habitación oscura, fingiendo dormir. La ventana había sido tapada por una cortina, lo que le impedía al muchacho ver hacia afuera. 

Pero eso no cambiaba el hecho de que había visto a dos personas luego de dos años encerrado. Esa casa oscura, esos ojos brillosos, las sonrisas. Algo llamaba su atención de todo eso. Y era la falta de su madre. ¿Cómo una niña tan pequeña y hermosa no tenía madre? Bueno, eso no se discute. Millones y millones de razones sobran ante esa expectativa. 

Marshall tenía todo planeado. Excepto una cosa, los horarios. ¿A qué hora esa niña podría salir a jugar? El día anterior, cuando pasó en su auto, eran las siete. Así que seguramente salga a esa hora, pero no era algo seguro. Su padre lo despedía a las diez, cuando volvía del trabajo, pero se iba a las seis, así que tenía tiempo. Su madre seguramente se la pasaba charlando con Lucile mientras ella cocinaba. Las risas eran algo que ya se estaba haciendo costumbre entre ellas dos. 

La llave solía dejarla sobre la mesa en el comedor, justo al lado de la cocina. Y esto no es algo que Marshall pudiera saber con certeza, ya que solo se guiaba de los ruidos. 

La pequeña ventana estaba abierta, el aire soplaba fuertemente haciendo flamear las sábanas

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La pequeña ventana estaba abierta, el aire soplaba fuertemente haciendo flamear las sábanas. El triste escritorio se veía solitario y daba un aspecto oscuro a la habitación. Toda la tarde se iba oscureciendo. Las risas comenzaron a escucharse, mezcladas con las ensordecedoras voces de la cabeza del muchacho. Tal como había dicho, así sucedió.

Nicholas Derricks se preparaba frente al espejo de su habitación

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Nicholas Derricks se preparaba frente al espejo de su habitación. Beatrice lo observaba sentada en la esquina de la gran cama de madera. El hombre acababa arreglando el moño de su corbata y abotonando su saco negro. Por último echaba su cabello hacia atrás y se roseaba los puños con perfume masculino, el que tanto le gustaba a su esposa. Otra vez asistía a una de las conferencias de trabajo. Rotó apartando la vista de su reflejo y se centró en la mujer cuyo rostro solo sonreía. 

- Cariño- se acercó a ella con dulzura en sus palabras. Tomó su rostro con ambas manos y besó su frente.-, lamento irme en este momento. Me encantaría quedarme el día contigo- susurró observándola con lástima y suavidad al mismo tiempo.

- Descuida- rodeó con sus brazos a su esposo. Suspiró.

- Te amo mucho- sonrió con el mentón en la cabeza de ella. Acariciaba su brazo una y otra vez en un ritmo constante. 

Se separó y volvió a dejar un cálido beso, esta vez en los labios de su mujer. Salió sosteniendo en una de sus manos el portafolio negro que solía llevar a todas sus conferencias. Cruzó hacia el cuarto de su hijo para despedirse de él. No le sorprendió que este estuviera recostado junto a la ventana. Al entrar Marshall se sobresaltó y se dio la vuelta para observarlo mejor.

- Hola campeón- sonrió dejando el bolso al lado de la puerta. Se acercó y golpeó con cariño el brazo del joven.

- Hola- saludó.

- ¿Cómo estás?- preguntó dando unas vueltas por la habitación.

- Aburrido- respondió irónico siguiendo con la vista los movimientos de su padre.

- Eso no es bueno, deberías jugar a las cartas. Yo hacía eso cuando tenía tu edad- comentó mirando de reojo las expresiones del muchacho.

Marshall rodó los ojos- ¿Qué hacías? ¿Las apilabas en torres?- sonrió.

- Así es- la respuesta lo tomó por sorpresa-, no tenía amigos si es lo que creías- pasó la mano por el escritorio sin quitar la vista de su hijo.

- Oh- soltó.

- Bien, venía a despedirme, pero antes déjame darte algo- revisó entre sus bolsillos y sacó una pequeña caja rectangular en la que se podía leer "Juego de cartas".

Marshall miró el paquete y lo sostuvo. 

- Esas me las obsequió tu abuelo, Omar Derricks- señaló la caja que sostenía Marshall entre sus manos.

- ¿Cuantos años tiene esto?- preguntó el joven refiriéndose al juego de mesa.

- Un siglo aproximadamente, en realidad fue pasando desde mi bisabuelo. Él se lo regaló a mi abuelo y mi abuelo a mi padre- explicó sonriendo inconscientemente.

- Wow- suspiró pensando en el valor que ese juego podía tener para su padre. 

- Es maravilloso, ¿cierto?- preguntó con los ojos brillantes.

- Cierto- respondió con una sombra de sonrisa en sus labios.

Le resultaba difícil llevar a cabo lo planeado luego de que su padre haya hecho algo tan considerado por él. Le entregó algo muy valioso para su apellido. Algo que aunque resultara ridículo, era muy importante.

- ¿Me permites?- suspiró Nicholas.

- Claro- reaccionó acercándose a la puerta.

- Adiós Marshall- le dio un apretón en el hombro-, te quiero- agregó besando la mejilla del muchacho. 

No sabía que significaba exactamente el que le haya confesado que lo quería, pero sí sabía que le había marcado el corazón.

Salió sin dejar tiempo a las palabras del joven. 

De tan rápido que ocurrió todo, ninguno de los dos se dio cuenta inmediato de que había dejado la puerta abierta. Esta era la oportunidad de salir, de poder escapar. Pero algo en él no reaccionaba. La culpabilidad, el remordimiento no lo dejaba seguir en este momento.

A los pocos minutos volvió su padre, maldiciendo en voz baja, luciendo apurado.

Marshall seguía parado en la puerta.

- Lo siento, olvidé el portafolio- entró a la habitación y tomó lo que buscaba. Antes de irse volvió a frenar en la puerta y miró al joven a los ojos-. Espero que no se te haya ocurrido salir- advirtió borrando inmediatamente la solidez del rostro de Marshall.

Todo dio un giro rotundo. Y otra vez volvió a desear que lo entendieran.






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