Ya habían pasado veinticuatro horas desde que el joven de los Derricks abandonó su hogar. Nicholas estaba en la habitación de su hijo, sintiendo su olor, con un hueco en su corazón. Le era imposible no recordar las crudas palabras de su esposa y sus lágrimas. Ahora todo era un reloj roto, nada avanzaba, ni el tiempo, ni la búsqueda, ni su vida. Él estaba en algún lado, varado, sintiendo el frío mundo, la fría realidad. Para ellos era olvido, para él un nuevo comenzar. No lo entendían, cada día que pasaba se lo replantaba más y más.
Nicholas miró atentamente por la pequeña ventana, primero observó los árboles que cubrían el bosque y luego lo que nadie más que Marshall anhelaba, la pequeña casa olvidada de madera pintada por unos diez años. Solo los padres sabían la discusión con los Albertson y el acuerdo que habían hecho hace ocho años. Nicholas lloró.
...
Marshall despertó con un fuerte dolor en su cabeza, ¿cuánto tiempo estuvo allí? Unas voces le empezaron a manipular la mente y comenzó a enloquecer. Apretó ambos puños a sus costados y se obligó a no escucharlas, a calmarse.
Mientras se recuperaba comenzó a escuchar unos pasos dirigirse hacia él y unas voces, de un hombre. Temía por su vida al adentrarse en un lugar privado, sabiendo que estaba mal. Comenzaba a idealizar situaciones aterradoras, que lo iban a sacrificar o que lo asesinarían en el medio del bosque, pero todo esto era producto de su imaginación. ¿Cómo un padre de familia podría asesinarlo a él, alguien que no conoce, sin siquiera conocer la situación?
Cada segundo que pasaba el ruido se iba haciendo más cercano y su corazón latía más rápido.
- Veo que despertaste, aquí traje una bolsa de hielo muchacho, va a aliviar el dolor de tu cabeza- la voz de ese hombre lo tranquilizó y tuvo el deseo de quedarse allí para siempre, pero necesitaba alejarse de todos.
Marshall no dijo nada, solo asintió y tomó la bolsa entre sus manos para luego colocársela en dónde tuvo el golpe.
- Lamento no haberte socorrido antes, pero es que no tenía idea de que estabas ahí afuera hasta que mi hija me llamó corriendo- el pelirrojo abrió los ojos para contemplar todo, estaba acostado en una cama con una manta polar y una almohada vieja, la habitación estaba iluminada por una pequeña luz naranja y el hombre estaba sentado a su lado en una silla de madera. Luego de que el hombre dijo eso, una niña, la misma que la que él vio en el jardín, se asomó a la puerta para ver mejor.
Marshall quería sonreír ante aquel gesto, pero el hombre nuevamente lo interrumpió- Estás muy sucio, ¿por qué no te bañas?- preguntó con un gesto amable. Marshall negó pero él insistió y luego mandó a su hija a buscar una toalla.
Aunque no era su hogar, se sentía como en casa. Al fin y al cabo estaba en el lugar que debía estar, cerca de esa niña y de un ambiente que lo atrajera a las personas.
Luego de que vuelva la pequeña, Marshall se bañó. Tardó lo menos posible y salió para nuevamente vestirse con su abrigo. Cuando salió, allí estaba la pequeña, esperándolo. Sonrió inconscientemente.
...
Nicholas y Beatrice cenaban en su mesa, pero no hablaban. Sentían la tensión que había y ninguno se atrevía a decir nada. Ambos estaban metidos en sus pensamientos así como en lo que podía pasar luego. Marshall era capaz de cualquier cosa, de eso estaban seguros. Cuando era chico no esperaban demasiado, solo unas travesuras, hasta que todo se desmoronó cuando su retorcida mente se entusiasmó con la muerte. Tuvieron que regalar su mascota, y deshacerse de algunas cosas que pudieran ser dañadas. El día que Marshall vio sangre no pudo parar, era como su remedio, el más fuerte de todos. Los padres del chico temían por él, por lo que podía llegar a hacer, pero no decían nada. Ahora sabían que algo malo estaba por pasar, ambos estaban en la misma idea.
Beatrice se levantó y lavó los platos como acostumbraba a hacer Lucile, pero ella no se encontraba allí. Nicholas la ayudó a juntar las cosas que estaban sobre la mesa. Cuando ambos terminaron y subían las escaleras hacia su habitación, sonó el timbre.
- Espera cielo, voy yo- la interrumpió Nicholas cuando su esposa bajó corriendo. Ella asintió.
El hombre temblaba, estaba tan nervioso como cuando desapareció su hijo. Se acercó hasta el picaporte cuando volvió a sonar el timbre. Suspiró y abrió esperando que regresara a ellos, que se arrepintiera, pero no. ¿Por qué lo haría?
Elton Jobs estaba parado delante de la puerta con su portafolio en una mano como acostumbraba, con su mirada seria y fija en la enorme casa.
- Buenas tardes- saludó.
- Pase- dijo Nicholas haciéndose a un lado.
- ¿Alguna noticia?- preguntó caminando hacia el salón y dejando el portafolio en el sofá.
- Nada, lo siguen buscando.
- Tranquilo, no puede ir muy lejos- trató de convencer a los devastados padres, pero ninguna palabra valía.
- Él debe haberle dicho algo, tal vez insinuó algún lugar o sobre alguien- Beatrice insistió-, si sabe algo por favor dígalo Sr. Jobs.
- Desearía poder decirles algo, pero es que no se nada, él no me diría algo como eso- aseguró el doctor.
- Yo estoy segura de que él dijo algo.
- Por favor señora, no puedo hacer nada desde ese punto, entienda.
- Buscarán en el bosque- interrumpió Nicholas y ambos lo miraron asombrados.
- Dime que no es cierto- la mujer se dejó caer resignada a un sofá.
- Ojalá lo fuera- dijo Elton.
El bosque era el lugar peligroso de la zona, en donde habían desaparecido tres personas en el último año, dónde se temía encontrarse con algún animal salvaje o con algún asesino. Beatrice soltó una risita al pensar que el asesino era su hijo y no otro. Claro, ellos temían que algo le pasara a su hijo, pero también temían de que él fuese a hacer algo. Cada minuto que pasaba su preocupación crecía más y más, decían que trataban de controlarse con sus emociones, pero la verdad era que las emociones los controlaban a ellos.

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Marshall
Mistério / SuspenseMarshall Derricks, un chico con problemas mentales, decide rehacer su vida escapando de su casa y adentrándose en una peligrosa aventura con una pequeña niña de ocho años que pondrá su futuro en una terrible situación. "A veces puede parecer que el...