Capítulo 18

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– ¿Ves algo por ahí?– alumbra con su linterna detrás de un montón de arbustos apinados.

– Nada– se limita a responder el otro siguiendo el rastrillaje.

Desde hacía cuarenta minutos que los oficiales habían ido a la casa Derricks, les habían explicado todo el procedimiento, se habían equipado y salieron para adentrarse en la búsqueda de Marshall.

En el medio del bosque hacía más frío de noche que en cualquier otro sitio.

– Sólo a ellos se les ocurre buscar de noche cuando no se ve nada– se quejaba Nicholas al lado de su esposa, ambos con la vista hacia la arboleda alta frente a su hogar.

– No puedo creerlo, cuando lo encuentren sólo quiero abofetearlo– escupe con furia sus palabras y su esposo se acerca detrás y le abraza el vientre. Ella entrelaza sus dedos sobre la barriga que apenas comienza a notarse.

– No nos hagas alterar Beatrice– susurra dulcemente en su oído y ella sonríe con pocas ganas.

– Mis hijos están condenados a sufrir todo esto– agacha la cabeza, la situación y los minutos que pasan parecen cavar aún más profundo el hoyo de su corazón.

– Tranquila cielo, ¿hasta dónde podría llegar Marshall?– intenta tranquilizar a su amada pero ella sólo puede reproducir algo en su mente:

¿Hasta donde podría llegar un niño enfermo?

Y al alguacil con su sonrisa burlona en el rostro.

Beatrice se gira para ver el rostro de Nicholas con una sonrisa dibujada en sus labios y sus ojos relucientes. A simple vista parecía no afectarle la desaparición de su hijo y lo que podría estar haciendo o por hacer. 

– ¡Encontramos algo!– anunció uno de los oficiales saliendo de entre los árboles con algo en sus manos cubiertas por guantes blancos y uniformado en caso de encontrar algo que pudiera tener pistas. Luego se escuchó el ruido de una radio y a alguien hablando a través de ella. 

Beatrice se soltó del agarre de su esposo y fue acercándose hasta el lugar, Nicholas la seguía de cerca.


– Toma, necesitas comer– le extendió una lata pequeña de atún un poco abollada.

– No tengo hambre– respondió suavemente manteniendo la distancia con el muchacho, él la intimidaba. 

– Debes hacerlo. Morirás de hambre– insistió casi obligándola a abrir la boca.

La pequeña alejo el rostro cerrando con fuerza sus ojos y él se hizo a un lado. ¿Por qué ella le tenía miedo si él la estaba salvando?

– No vas a hacerlo, ¿verdad?– se encogió de hombros cuando ella negó con la cabeza lentamente temiendo la reacción de Marshall.

Pero en vez de responder solo se oía un silencio ensordecedor, algo que los consumía y ponía de más nervioso al muchacho. Sus músculos se tensaban y su mirada no salía del tramo que encerraba a Alysha. Ahora ese bosque era suyo, solo para ellos dos. Eran libres.

Eran finalmente libres de todo. Pero ¿por qué no se sentía bien?

Marshall busco su mochila junto al tronco y empezó a husmear buscando algo. La niña lo seguía con sus ojos bien abiertos, tenía grabados todos sus movimientos de cerca y cualquier cosa que hiciera captaba su atención y le recordaba el peligro que corría cerca de él. Finalmente sacó una gomera, aunque sin piedras. Alysha lo miró sin decir una palabra pero con espanto, se imaginaba cualquier cosa que pudiera dañarla.

El joven se acercó lentamente y se arrodilló frente a ella, quien guardaba o intentaba guardar distancia.

– ¿Sabes qué es esto?– preguntó acomodando una tira del objeto que sostenía como un premio en sus manos. Se la había quitado a su padre, aunque en realidad era de ambos. Marshall jugaba con ella cuando era un niño y salía al campo con Nicholas a cazar palomas. Ese hombre parecía no ser el tipo de padre que enseña a su pequeña a cazar, así que él debía hacerlo.

Si planeaba estar en aquel bosque más que un día tenía que empezar a pensar en maneras de subsistir con una niña a su cargo.

Para su sorpresa, Alysha asintió tímidamente. Marshall exhaló decepcionado, le enfadaba saber que ahora no podía enseñarle algo nuevo a su pequeña.

– Bien. Sígueme– soltó con el semblante serio y le extendió una mano. Ella la observó dudando, luego a él, sus ojos brillaban.

Aún sin decir nada se puso de pie con la ayuda de Marshall y lo siguió hasta unos metros más adentro del bosque. Le aterraba lo que sucedía pero no tenía otra opción. La niña, aunque pequeña, sabía que se estaba enfrentando a algo malo, que se encontraba con el hombre que había matado a su padre. Y que por alguna extraña razón ahora la llevaba más lejos con una gomera en su mano.

– Quédate aquí– le apuntó con su dedo índice amenazante. Alysha no se movió un segundo, apenas parpadeaba en su dirección. Sentía que cualquier detalle podía cambiar su futuro. Sobre ella el cielo estaba despejado, el sol los iluminaba a ambos en un espacio descubierto en el que comenzaba a sentirse más cálido. Simplemente ese espacio era mejor que cualquier otro sitio en el bosque, cerca de algún árbol o en la oscuridad de la noche. ¿Qué haría cuando anocheciera?

Marshall se agachó despacio, tomo un puñado de piedras lisas como pequeñas canicas con las que juegan los niños. Se acercó a Alysha, sujetó sus pequeñas manos enseñándole como sostener aquella goma y le colocó una piedra en ella lista para lanzar.

Los dedos de la niña temblaban bajo el tacto del pelirrojo. Él la intimidaba en sobremanera, le era difícil mantener el equilibrio o la cordura cuando él estaba cerca.

Finalmente la obligó a lanzar. Espero el momento justo, cuando dos palomas salieron espantadas del árbol más alto por el sonido de una rama quebrándose. Los ojos de la niña estaba puestos en la presa, era su objetivo, estaba listo para hacerlo. Marshall miraba atento y sin pestañear todo lo que hacía. De pronto el tiempo se detuvo y con su dedo casi morado por la fuerza se deslizó lentamente dejando salir disparada aquella piedrita. Alysha apretó sus párpados con fuerza intentando no escuchar nada, no quería saber si Marshall tenía una sonrisa o si estaba enfadado y furioso con ella. No quería verlo.

– ¡Sí!– exclamó a su lado luego de unos segundos y su pecho se desinfló luego de contener el aire por casi un minuto.

Marshall corrió hasta el animal que se sacudía apenas sobre las hojas en el suelo. Con sus manos y fuerza hizo sonar el cuello del ave y esta dejo de moverse volviendo al silencio abrumador.

– Eh– dijo la niña temblorosa a sus espaldas. El muchacho la observó de reojo, ella había hecho aquello con su ayuda, solo con su ayuda.

Así que sin pensarlo dos veces y acompañado por la emoción que le causaba el hecho de haberle enseñado a cazar, se giró en su dirección y la tomo en su brazos como si se tratara simplemente de una bolsa de patatas.

– Estupendo– le susurró haciéndola girar dos veces sobre sí y luego la depósito nuevamente en el suelo. La pequeña no se movió, solo lo observó perpleja juntando sus manos a la altura de su cadera, el corazón le latía desaforadamente y sus ojitos, aquellos ojos brillosos e inocentes, le miraban con un sentido inexplicable. Tal vez ni siquiera ella sabía que pensar ahora del más joven de los Derricks.




El guante blanco hacía contraste el objeto.

Beatrice giró a ver la reacción de su marido con los ojos húmedos. Acto seguido se acercó más al oficial y tomó aquello entre sus manos. Un brazalete rojo carmesí hecho de hilo y tela fina, lo solía usar Marshall cuando hurgaba en su habitación en busca de algo que le llamara la atención.

Nicholas asintió con la cabeza y el hombre dejo asomar una triste mueca similar a una sonrisa– Vamos a seguir buscando. Creanme que lo encontraremos y volverá a casa– aseguró.

No solo les parecía irreal por el hecho de que el oficial les hablaba desde una perspectiva prematura, aún no se sabía nada de su hijo, sino porque Marshall no era un chico más de los que simplemente desaparecen por tendencias suicidas o por atención.

Marshall se encaminaba a algo peor.





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